Eleg¨ªa cosaca
Son los cosacos un mito literario universal. "?Hurra, cosacos, gloria al m¨¢s valiente", cantaba el rom¨¢ntico Espronceda. Y luego lleg¨® la revoluci¨®n y los cosacos se convirtieron en taxistas parisienses, atracci¨®n de cabar¨¦, jinetes de circo. En Mosc¨², en 1915, los h¨¦roes cosacos de la guerra mundial ilustraban paquetes de tabaco, o as¨ª lo cuenta El Don apacible, de Mija¨ªl Shol¨®jov. Los cosacos significaban la libre naturaleza, fugitivos de todo se?or. Domesticados por Catalina la Grande, fueron la tropa m¨¢s leal, sable, l¨¢tigo y caballo, ebrios de esp¨ªritu de pueblo y familia. "Sois cosacos y deb¨¦is guardar vuestro honor y obedecer al zar y a vuestros padres", les dicen oficiales y popes en la novela monumental del Nobel ruso. El ¨¦pico Shol¨®jov (1905- 1984) fue cronista de la colectivizaci¨®n agr¨ªcola en la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y del hero¨ªsmo cosaco durante la Segunda Guerra Mundial, contra los alemanes.
El Don apacible
Mija¨ªl Shol¨®jov
Traducci¨®n de Jos¨¦ La¨ªn Entralgo
DeBolsillo. Barcelona, 2009. 4 vol¨²menes 494, 480, 510 y 574 p¨¢ginas. 24,90 euros
El Don apacible, su obra maestra, celebra la vida cosaca en tiempos de la guerra de 1914, la revoluci¨®n de 1917 y la guerra civil rusa. Apareci¨® por entregas y en cuatro libros, entre 1928 y 1940. Son m¨¢s de 2.000 p¨¢ginas, gran literatura popular, voluminosa: Shol¨®jov pertenece a la ¨¦poca de la industrializaci¨®n sovi¨¦tica, cuando la eficacia de las f¨¢bricas se med¨ªa por su producci¨®n en toneladas. Es el tiempo de las sinfon¨ªas de Shostak¨®vich y las novelas de Shol¨®jov. Isaak B¨¢bel hab¨ªa escrito los cuentos de Caballer¨ªa roja, fruto de su experiencia en una unidad cosaca durante la guerra ruso-polaca, por los mismos escenarios en los que poco antes se bati¨® el h¨¦roe de El Don apacible, Grigori M¨¦lejov. Nada heroico hab¨ªa en B¨¢bel, s¨®lo brevedad, violencia y diversi¨®n sin mucha risa. Jud¨ªo, se re¨ªa del desprecio cosaco a los jud¨ªos con agudeza, contundencia y reticencia. Martin Amis, en su libro sobre Stalin, cita a B¨¢bel, ejecutado en 1940: "He inventado un g¨¦nero nuevo: el silencio".
El Don, el r¨ªo, es, como dir¨ªa un poeta c¨¦lebre, un dios fuerte, paciente hasta cierto grado, vida profunda que fluye sin fin, imperturbable, entre el hielo y el deshielo, la siembra y la siega, las bodas, el nacimiento y la muerte, la guerra y la paz. El deshielo suena "como si pasara una mujer enorme, alta como un ¨¢lamo y vestida de fiesta, y lo que se oyera fuera el frufr¨² de sus faldas". Entonces irrumpe otro dios: la Historia. La movilizaci¨®n del verano de 1914 suspende la cosecha, y los cosacos pelean en la frontera austro-rusa. Viene el miedo, el ca?oneo, la fusiler¨ªa, las ametralladoras, las primeras bombas desde aviones, los gases asfixiantes. "?Listas picas, fuera sables, al ataque, march!". Tiembla la tierra bajo los cascos de los caballos. Cargan los cosacos y, como en un cantar de gesta, el h¨¦roe siente en la empu?adura de la pica las convulsiones del austriaco al que atraviesa. Tambi¨¦n lo cant¨® Espronceda: "Qu¨¦, ?no sent¨ªs la lanza estremecerse, hambrienta en vuestras manos de matar?".
Tiene Shol¨®jov un ojo cinematogr¨¢fico, eficac¨ªsimo en primeros planos alucinatorios y en el arte del montaje, de la vida en el frente a la vida aldeana, saltando de lugar y tiempo a favor de la emoci¨®n en vilo: en el momento en que el sablazo de un h¨²sar h¨²ngaro abre la cabeza del h¨¦roe, nos vamos a otro sitio. ?Ha muerto? Las an¨¦cdotas en el hogar cosaco, entre vodka y batallas de taberna, desembocan en dos historias mucho m¨¢s grandes, dos tri¨¢ngulos pasionales: Axinia y Natalia y Grigori, amante, esposa y marido, por una parte, y cosacos, zaristas y bolcheviques, por otra. La desobediencia a las costumbres de los padres entra?a en ambos casos la p¨¦rdida del para¨ªso. La guerra amorosa, que tambi¨¦n causa bajas mortales, es paralela a la conflagraci¨®n mundial, a la revoluci¨®n, a la matanza civil entre imperiales y rojos. El diario de un cosaco, abandonado por su amante, cuenta "la explosi¨®n de entusiasmo bestial por la declaraci¨®n de guerra", pretexto para escapar de la aburrida pena alist¨¢ndose "por la fe, por el zar y por la patria". Los h¨¦roes de Shol¨®jov provocan menos admiraci¨®n que piedad.
Y Shol¨®jov, comunista, llora la vida antigua. Los privilegiados del Antiguo R¨¦gimen son caprichosos, aprovechados y crueles, pero los bolcheviques "disponen de las vidas ajenas como si fueran Dios". Queda, en el fondo, un dolor por el zarismo derrocado, que, con todas sus desigualdades, hac¨ªa posible la vida cosaca. Divididos entre blancos y rojos, mat¨¢ndose entre s¨ª, convertidos por los bolcheviques en rusos iguales a todos, ya no cantar¨¢n los cosacos en las tabernas de Polonia: "En el Don no viven como vosotros, no se teje, no se hila, no se siembra, no se siega, pero todos viven bien". Una canci¨®n de Pete Seeger, Where have all the flowers gone?, copi¨® en 1961 la nana que suena en el primer cap¨ªtulo de El Don apacible: las muchachas cortaron las flores, ?d¨®nde est¨¢n las muchachas? Se casaron. ?D¨®nde est¨¢n los cosacos? Se fueron a la guerra. Seeger a?ad¨ªa sentimiento al sentimiento: los soldados est¨¢n en el cementerio, donde crecen las flores.
Ex¨®tica como sus cosacos es hoy esta novela y pocos discuten sus excelencias. Ni siquiera la atacan los enemigos de Mija¨ªl Shol¨®jov, premio Stalin, premio Lenin y Estrella de Oro con la Hoz y el Martillo, aunque en los a?os treinta escrib¨ªa a Stalin para quejarse del acoso a los campesinos. Solzhenitsin, como avergonzado en 1970 de ganar el mismo premio que Shol¨®jov hab¨ªa recibido cinco a?os antes, el Nobel, difundi¨® en Occidente indemostrables acusaciones de plagio contra el autor de El Don apacible. La novela-r¨ªo ser¨ªa en realidad un montaje de los servicios secretos a partir de manuscritos del oficial del Ej¨¦rcito Blanco Fi¨®dor Kriukov, cosaco y antibolchevique. Shol¨®jov era todo lo contrario, hijo de ruso y ucraniana, aunque nacido en V¨¦shenskaia, all¨ª donde "el Don forma un recodo como un arco como los que usaban los t¨¢rtaros", uno de los escenarios de su obra magna. Sus enemigos argumentan que era demasiado joven para haber visto lo que contaba y jam¨¢s volvi¨® a escribir nada tan grande.
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