El miedo del portero
El miedo del portero en el ¨¢rea de penalti, m¨¢s exactamente, es una magn¨ªfica narraci¨®n que Peter Handke, escribi¨® en 1970 y que rele¨ªda ahora mantiene todo su vigor al presentar un protagonista, antiguo guardameta, que al perder su trabajo de montador se sume en un v¨¦rtigo de desconcierto que le invalida para cualquier sentido de la realidad. Pero no quiero extenderme aqu¨ª sobre el relato de Handke, sino ¨²nicamente referirme a su t¨ªtulo, que, en el momento de la publicaci¨®n, suscit¨® bastantes comentarios puesto que no era habitual utilizar el f¨²tbol como met¨¢fora de la vida. Me temo que en la actualidad el autor austriaco se lo pensar¨ªa dos veces antes de poner aquel t¨ªtulo, entonces original, dado que hoy d¨ªa el f¨²tbol parece ser visto como la ¨²nica met¨¢fora posible.
Resulta insoportable la progresiva futbolizaci¨®n de pr¨¢cticamente todos los ¨¢mbitos de la vida social
O, al menos, eso es lo que podemos deducir de nuestra vida p¨²blica por boca de los representantes del pueblo, tan negados para la alusi¨®n filos¨®fica, hist¨®rica o cient¨ªfica como bien dispuestos a demostrar su sabidur¨ªa futbol¨ªstica. No s¨¦ si ustedes han observado que desde hace tiempo las discusiones parlamentarias -en las que nunca se asoman, un Ortega, un Plat¨®n, un Tocqeville o un Einstein- est¨¢n repletas de "equipo titular", "banquillo de los suplentes", "alineaciones indebidas", "t¨¢cticas equivocadas", etc¨¦tera. Todo parece indicar que a medida que la cabeza se seca, el pie, es decir, el balompi¨¦, resplandece.
Ya he escrito en alguna ocasi¨®n que a m¨ª me gusta el f¨²tbol, el buen f¨²tbol y a peque?as dosis, pero me resulta insoportable la progresiva futbolizaci¨®n de pr¨¢cticamente todos los ¨¢mbitos de la vida social. Es, como m¨ªnimo, arriesgado fiarse tanto de las virtudes de un juego, aunque se tratara de un juego practicado por mentes privilegiadas, que no es el caso. Con todo, lo m¨¢s irritante es que inevitablemente se tiene la impresi¨®n de que se recurre a aquella simbolog¨ªa pedestre y populista por la m¨¢s absoluta carencia en otros campos.
Los parlamentos hoy se asemejan m¨¢s a una cancha que a otra cosa, con los parlamentarios convertidos en forofos y los cronistas pol¨ªticos, en cronistas deportivos. A ra¨ªz de las ¨²ltimas trifulcas, y en un alarde cultural, tres o cuatro diputados del Partido Popular criticaron la penosa monter¨ªa que ya sabemos, no porque fuera siniestro que un ministro de Justicia y un juez emplearan su sentido de lo justo masacrando ciervos a mil euros al d¨ªa, sino porque lo ocurrido era como si el entrenador de uno de los equipos que deb¨ªan competir cenara con el ¨¢rbitro la noche anterior al partido. Les respondi¨® el gran Pepe Blanco, en otro alarde, dici¨¦ndoles que lo que les dol¨ªa es que les hubieran marcado un gol por la escuadra y, en consecuencia, iban por detr¨¢s en el marcador.
El uso viscoso de la met¨¢fora futbol¨ªstica se repite jornada tras jornada sin que los tribunos -empe?ados en ser tribunos de la plebe y no representantes de la ciudadan¨ªa- muestren el menor pudor. Estamos acostumbrados. Y, no obstante, a veces el exceso llama un poco la atenci¨®n. As¨ª, por ejemplo, leyendo las p¨¢ginas de informaci¨®n pol¨ªtica del peri¨®dico, no las de deportes, del reciente 19 de febrero, uno pod¨ªa tropezarse con vistosos an¨¢lisis balomped¨ªsticos del mundo que nos rodea. Carod Rovira justificaba el anuncio de una nueva embajada catalana en Marruecos: "Si el Bar?a tiene pol¨ªtica exterior, ?por qu¨¦ no la va a tener Catalu?a?". Inapelable. Alejandro Agag, el inquietante yerno de Aznar, explicaba la presencia en ciertas reuniones de uno de sus amigos imputados en la trama de corrupci¨®n por el hecho de que el PP hab¨ªa formado un "equipo de promesas", tambi¨¦n elocuentemente denominado "el banquillo del banquillo". Inapelable.
Con todo, la noticia m¨¢s hilarante de ese d¨ªa correspond¨ªa de nuevo al ministro de Justicia, Fern¨¢ndez Bermejo, quien horas antes se hab¨ªa enzarzado futbol¨ªsticamente con Federico Trillo, en un cruce de bravuconadas que causan verg¨¹enza ajena. No lo entendieron as¨ª los diputados socialistas presentes en el hemiciclo, quienes, tras otro desplante de Bermejo a la oposici¨®n y olvidando un instante el f¨²tbol por la fiesta nacional, puestos en pie, jalearon al ministro con los educativos gritos de "?torero, torero!". M¨¢s raz¨®n habr¨ªan tenido grit¨¢ndole, con igual casticismo, "?matador, matador!", pero no de toros sino de ciervos.
Naturalmente, todas esas demostraciones de finura oratoria suceden mientras los partidos pol¨ªticos se acusan mutuamente de los desastres en la educaci¨®n. Las escuelas deben cambiar. Sin duda, y profundamente. Pero ?qu¨¦ tal si cambi¨¢ramos tambi¨¦n los parlamentos? Podr¨ªamos empezar prohibiendo las met¨¢foras futbol¨ªsticas. Aunque quiz¨¢ ser¨ªa demasiado duro y una sensaci¨®n de vac¨ªo invadir¨ªa las conciencias, que, desamparadas y sin poder recurrir a las razones del pie, experimentar¨ªan en su propia piel la soledad y el miedo del portero ante el penalti.
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