Pol¨ªticamente incorrectas
Pocas veces tendr¨¢ el cin¨¦filo la oportunidad de encontrar juntos en las estanter¨ªas dos cl¨¢sicos del tama?o de Bienvenido Mr.Chance y Tempestad sobre Washington, que, adem¨¢s del mero placer de su visionado, aportan un plus de sabidur¨ªa sobre el asunto que m¨¢s p¨¢ginas est¨¢ ocupando en los ¨²ltimos tiempos en la prensa: los dimes y diretes de la clase pol¨ªtica, el batiburrillo del corral y el runr¨²n de las alcantarillas. Poco imaginaba el escritor Jerzy Kosinski a principios de los setenta que su fresco sobre la importancia de la oportunidad (en su vertiente m¨¢s afortunada), encarnada por los modos de un jardinero analfabeto que, tras ser atropellado, es invitado a recuperarse en casa de un millonario, pod¨ªa reivindicarse como obra coyuntural tres d¨¦cadas despu¨¦s de su estreno.
Bienvenido Mr. Chance
Edici¨®n especial 30? aniversario
Director: Hal Ashby. 1979
Int¨¦rpretes: Peter Sellers, Shirley MacLaine, Melvyn Douglas. Contenido extra: Memorias de Mr. Chance y tr¨¢iler cinematogr¨¢fico
Tempestad sobre Washington
Director: Otto Preminger. 1962
Int¨¦rpretes: Charles Laughton, Henry Fonda
Manga Films
El atropello de Chance Gardiner, el jardinero, es s¨®lo el principio del fin. Su anfitri¨®n, gravemente enfermo, queda seducido por la parquedad de palabras del misterioso invitado, y ¨¦ste se ve arrastrado a las altas esferas, donde su ignorancia le abre todas las puertas. Mr. Chance, interpretado m¨¢s all¨¢ de cualquier adjetivo por Peter Sellers, observa imp¨¢vido c¨®mo sus diatribas sobre las plantas, la tierra y las estaciones enamoran simult¨¢neamente al pueblo llano y la clase pol¨ªtica, que cree ver en su ingenuidad a un Maquiavelo moderno, y en su simpleza, mastod¨®nticas met¨¢foras, mensajes ocultos s¨®lo al alcance de las mentes m¨¢s avanzadas. As¨ª pas¨® a la historia Bienvenido Mr. Chance, un monumental rapapolvo a esa ¨¦lite que dirige los destinos de la humanidad, reducida a la nada por un hombre que no sabe leer ni escribir y que -literalmente- no tiene pasado. Treinta a?os despu¨¦s, las formaciones que lo dar¨ªan todo por un voto anhelan la llegada de un personaje similar: Mr. Chance ser¨ªa recibido con los brazos abiertos por cualquier partido pol¨ªtico occidental, y sus silencios, inevitablemente interpretados como una bendici¨®n, una inquebrantable calma ante las circunstancias adversas. Sellers no se llev¨® el Oscar, pero Melvyn Douglas (el millonario anfitri¨®n) consigui¨® su segunda estatuilla, y la pel¨ªcula logr¨® as¨ª su rinconcito de gloria, trascendiendo la etiqueta que le adjudicaron n el momento de su estreno. "Comedia social", dijeron entonces.
Mucho humo. Pero si el jardinero era la gallina que hab¨ªa devorado a los zorros de forma completamente involuntaria, los personajes que se mueven en las bobinas de Tempestad sobre Washington no tienen nada de ingenuos. Rodada en un tiempo en el que ir a ver pel¨ªculas en blanco y negro no era motivo de verg¨¹enza, en el que los cigarrillos y el humo formaban parte del paisaje colectivo y en el que la palabra "comunista" segu¨ªa causando estragos, Otto Preminger se sac¨® de la manga un pincel fino con el que embadurn¨® un lienzo gris, sospechoso. Los senadores de Preminger dejan claro su ideario (o la falta de ¨¦l) y se mueven por las instituciones soltando andanadas a derecha e izquierda, movidos por el inter¨¦s puro y duro, un corporativismo individualista que hac¨ªa da?o a la vista en la d¨¦cada de los sesenta y que sigue doliendo ahora. El nombramiento de un secretario de Estado con distinguidos enemigos le sirve al espectador para encajar una sobredosis de mala leche, personalizada en un impresionante Charles Laughton, p¨¦rfido encantador, que puede permitirse el lujo de vestirse como un esp¨ªa cubano de vacaciones en Miami y de torcer la sonrisa mientras abofetea enemigos (y amigos) a base de palabrer¨ªa.
Laughton, junto a Henry Fonda, son la columna vertebral de un cuento de enanos, ogros y gigantes donde ser miserable es casi una cualidad. La pel¨ªcula se proyect¨® en el Festival de Cannes de 1962 y -tal y como era previsible- no rasc¨® nada en ning¨²n sitio. Una pel¨ªcula que presentaba a la clase pol¨ªtica de Washington como una banda de forajidos, interesados y bebedores, y que hablaba de homosexualidad, chantaje, suicidio y -en el colmo del atrevimiento- de comunistas no se merec¨ªa menos.
Ninguno de los dos filmes incluye extras de inter¨¦s, pero los dos resultan dolorosamente modernos y necesarios, tan necesarias como la frase del senador perpetuamente dormido del filme de Preminger que, cada vez que es despertado, grita: "?Me opongo!, ?me opongo radicalmente!".
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