Obama, en la senda de Roosevelt y Kennedy
El presidente Obama domina el escenario nacional estadounidense. Su grado de aprobaci¨®n en las encuestas es alto, y los republicanos est¨¢n ruidosa y visiblemente divididos, adem¨¢s de carecer de dirigentes con capacidad de seducci¨®n. A estas alturas, el presidente cuenta incluso con el apoyo de muchos que no votaron por ¨¦l (entre ellos, una mayor¨ªa de la poblaci¨®n blanca).
El centro de atenci¨®n lo ocupa, como en Europa, la econom¨ªa. Los republicanos se muestran escandalizados, no por el fracaso evidente del capitalismo estadounidense, sino porque Obama propone medidas que ellos califican de "socialismo europeo". En realidad, Obama no hace m¨¢s que seguir las huellas de los dos Roosevelt, Truman, Kennedy y Johnson, pero los republicanos responden tergiversando de manera sistem¨¢tica nuestro ¨²ltimo siglo de historia. En cuanto a los medios, en general, lo ¨²nico que resulta patente es su mediocridad ignorante. Por lo dem¨¢s, est¨¢n demasiado ocupados dando legitimidad a la contraofensiva ideol¨®gica de los republicanos.
El presidente alienta el renacer de la socialdemocracia en versi¨®n EE UU
Los planes sociales y econ¨®micos del presidente pueden ser otro 'New Deal'
Es demasiado pronto para saber qu¨¦ ocurrir¨¢ con las iniciativas de Obama en su doble vertiente: las primeras medidas inmediatas para estimular la econom¨ªa y una serie de programas de educaci¨®n, medio ambiente, sanidad, transporte e inversiones sociales. La recuperaci¨®n econ¨®mica quiz¨¢ sea imposible sin unas medidas mucho m¨¢s extensas y dr¨¢sticas que las que ha propuesto hasta ahora: unas nacionalizaciones de facto de bancos y grandes empresas. Para que var¨ªe a largo plazo el equilibrio entre mercado y Estado ser¨¢ necesaria una movilizaci¨®n mucho m¨¢s amplia y persistente que la habida en su campa?a electoral.
Obama intuye, con raz¨®n, que s¨®lo puede lograr sus prop¨®sitos si se enfrenta a los h¨¢bitos e intereses arraigados de la pol¨ªtica estadounidense. Su objetivo inmediato, aparte de lograr la aprobaci¨®n de las leyes necesarias para sus programas, es aumentar la mayor¨ªa dem¨®crata en las dos C¨¢maras del Congreso en las elecciones parciales de 2010. Por ahora, pese a la desmoralizaci¨®n y los conflictos internos, los republicanos disponen de una considerable capacidad de obstrucci¨®n. Las reglas del Senado exigen 60 votos (no basta con 51) para someter una ley a votaci¨®n, y los 41 senadores republicanos (los dem¨®cratas tienen 58 y un esca?o a¨²n permanece vacante) est¨¢n aprovechando esa ventaja. En la C¨¢mara de Representantes, los dem¨®cratas cuentan con una mayor¨ªa notable: 254 esca?os frente a 178 republicanos y 3 vacantes. Sin embargo, no todos los dem¨®cratas apoyan las pol¨ªticas econ¨®micas y sociales de Obama.
Kennedy pudo devolver el poder a los dem¨®cratas en 1961 porque el partido y los grupos que lo compon¨ªan mantuvieron vivo el legado del New Deal durante los a?os de Eisenhower. Por el contrario, con Carter y Clinton, los dem¨®cratas se apartaron de ese legado. Ahora Obama tiene que convencer no s¨®lo al pa¨ªs, sino a su propio partido, de que es necesario que renazca la socialdemocracia estadounidense.
En pol¨ªtica exterior, Obama est¨¢ aprendiendo a controlar la maquinaria imperial, incluidos el Ej¨¦rcito y los servicios de inteligencia. Junto con la secretaria de Estado, Hillary Clinton, ha decidido apoyarse en los funcionarios que, al final de la Administraci¨®n de Bush, celebraron la marcha del presidente y el vicepresidente. Obama y Clinton, en colaboraci¨®n -hasta ahora- con el secretario de Defensa, Gates, y los mandos militares, han dejado claro que tienen una visi¨®n restrictiva del uso de nuestro poder militar (entre otras cosas, porque est¨¢ muy erosionado). Ha habido aperturas hacia China y Rusia, han comenzado las negociaciones con Siria, se avecinan cambios respecto a a Cuba y se ha dado a entender a los israel¨ªes que la pol¨ªtica estadounidense sobre Oriente Pr¨®ximo se dicta en Washington, y no en Jerusal¨¦n.
El plan de Clinton de celebrar una conferencia sobre Afganist¨¢n en la que intervengan los pa¨ªses vecinos (incluido Ir¨¢n) y otros Estados interesados indica que el Gobierno estadounidense es receptivo a iniciativas que alivien al pa¨ªs de la carga que representa el unilateralismo. En las relaciones econ¨®micas internacionales no ha habido todav¨ªa una serie de iniciativas similares. Dada la desuni¨®n europea, est¨¢ por ver si el presidente Obama presentar¨¢ en la cumbre econ¨®mica de abril en Londres la propuesta de empezar a reconstruir las instituciones econ¨®micas internacionales que han quedado claramente obsoletas.
No debemos minusvalorar la intensidad y la ferocidad de la oposici¨®n al presidente, tanto real como hipot¨¦tica. Numerosos ciudadanos, sobre todo entre los menos cultivados, le consideran ileg¨ªtimo. En grandes sectores del capital piensan que ¨¦l y los dem¨®cratas en general son una amenaza directa contra sus intereses. Est¨¢n tratando de convencer a los ciudadanos corrientes de que la expansi¨®n del Gobierno es un peligro. A los fundamentalistas religiosos les ofende que defienda la racionalidad cient¨ªfica (como en el caso de la investigaci¨®n con c¨¦lulas madre) y les molesta su apertura cultural y religiosa. En pol¨ªtica exterior, los unilateralistas ya le han criticado por sus pol¨ªticas respecto a China y Rusia. Y se han unido al lobby israel¨ª, cada vez m¨¢s nervioso por la posibilidad de que el presidente reduzca su influencia, para lanzar advertencias en contra de las negociaciones con Ir¨¢n.
La crisis econ¨®mica y la energ¨ªa y la inteligencia del presidente le han permitido, hasta ahora, imponerse a un Congreso recalcitrante, cuyos miembros saben muy bien que muchos de sus electores son partidarios de la nueva era que encarna Obama. La vulgarizaci¨®n de nuestro discurso p¨²blico es enorme: el presidente se qued¨® asombrado cuando The New York Times (que puede presumir de tener cierto nivel cultural) le pregunt¨® si su programa era "socialista".
Obama se enfrenta a una paradoja. Sus proyectos, a corto y a largo plazo, son experimentos de educaci¨®n pol¨ªtica que muy bien podr¨ªan convertirse en un nuevo New Deal y engendrar una nueva generaci¨®n que lo lleve adelante. Sin embargo, esos proyectos no pueden triunfar sin una conciencia p¨²blica muy distinta a la que prevaleci¨® durante los Gobiernos de Clinton y George W. Bush.
Lo primero que tiene que hacer Obama es educarse a s¨ª mismo sobre los l¨ªmites y las posibilidades de la presidencia y la naci¨®n en un siglo XXI definido por crisis y conflictos ins¨®litos hasta hace muy poco tiempo.
Es tranquilizador, y no s¨®lo para sus compatriotas, que sea tan consciente de la carga intelectual y moral que debe asumir.
Traducci¨®n de Mar¨ªa Luisa Rodr¨ªguez Tapia.
Norman Birnbaum es catedr¨¢tico em¨¦rito en la Facultad de Derecho de la Universidad de Georgetown.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.