Zambra de la revoluci¨®n
El 15 de diciembre de 1939 el librero Manuel Roman¨ª fue conducido desde la prisi¨®n madrile?a de Torrijos al Palacio de Justicia. All¨ª compareci¨® ante Eusebio Rams, fiscal secretario de la Causa General de Madrid.
Una vez identificado y exhortado a decir verdad lo enfrentaron a una fotograf¨ªa. Le preguntaron si se reconoc¨ªa en el miliciano se?alado con el n¨²mero 4, aquel que tocado con bonete clerical se asoma con gesto bufo sobre un t¨²mulo improvisado de calaveras.
No era la primera vez que la estampa serv¨ªa como prueba acusadora. Al contemplar de nuevo aquel instante de su pasado, Roman¨ª debi¨® de maldecir el d¨ªa en que el fot¨®grafo Alfonso S¨¢nchez Portela se adentr¨® en la iglesia del Carmen y les invit¨® a comparecer ante el objetivo de su c¨¢mara.
Dos d¨ªas despu¨¦s, el 1 de agosto de 1936, publicaba la fotograf¨ªa el Abc "republicano y de izquierdas". La ofrec¨ªa con generosidad, a media p¨¢gina, y con un pie que rezaba: "Las milicias de la CNT, que se incautaron de la iglesia del Carmen, han realizado ayer interesantes hallazgos en la cripta de dicho templo".
La difusi¨®n de aquella imagen result¨® demoledora para el Gobierno republicano, que se afanaba en poner sordina al caos de su retaguardia. Aquello, m¨¢s que una incautaci¨®n revolucionaria, parec¨ªa una jarana de carnaval salida del pincel del pintor Solana. No faltaba ni la escoba. Para m¨¢s inri en el centro de la fotograf¨ªa destacaba una mujer vestida de bailarina y adornada con unos grandes pendientes de gitana.
Roman¨ª reconoci¨® a preguntas del fiscal que en la iglesia se admit¨ªan denuncias contra personas de derechas que eran detenidas y encerradas en las capillas laterales del templo. S¨®lo en una ocasi¨®n, reconoci¨®, se hab¨ªa dado "el paseo" a un detenido, un falangista gallego que viv¨ªa escondido en una pensi¨®n de la misma calle del Carmen.
Una vez m¨¢s, neg¨® su participaci¨®n en el crimen. Y como avalista de su conducta y de su verdad reclam¨® el testimonio de Manuel Gonz¨¢lez, un sacerdote de cuarenta y tres a?os detenido en los primeros d¨ªas de agosto y que a pesar de ser sentenciado a muerte por el jefe del "grupo de custodia de la iglesia del Carmen", salv¨® la vida in extremis. El milagro, pues as¨ª lo debi¨® de considerar el sacerdote, se produjo cuando los milicianos se negaron a cumplir la orden y exigieron su revocaci¨®n por escrito.
El sacerdote acudi¨® a declarar d¨ªas despu¨¦s de que lo hiciera Manuel Roman¨ª, concretamente el 25 de diciembre de 1939. La primera Navidad nacionalcat¨®lica del Madrid de posguerra.
El sacerdote identific¨® en la fotograf¨ªa a los milicianos que arrostraban las acusaciones m¨¢s graves, confirm¨® sus nombres y apellidos, y antes de detenerse en el juicio que le merec¨ªa la ejecutoria de cada uno, record¨® que tal como hab¨ªa contado Manuel Roman¨ª, la pasi¨®n asamblearia de aquellos anarquistas le salv¨® la vida.
Sab¨ªa muy bien, y no hac¨ªa falta que se lo recordara el fiscal, que la mayor¨ªa de ellos se contaban entre quienes derribaron a golpes de pico y hacha la puerta de la iglesia para a continuaci¨®n y sin darse tregua, mutilar todos los cristos, v¨ªrgenes y santos que encontraron. El asalto a los cielos de aquel martes 21 de julio tuvo su colof¨®n d¨ªas m¨¢s tarde con la exhibici¨®n p¨²blica de una surtida colecci¨®n de calaveras, momias y esqueletos desenterrados de la cripta del templo. Las colas para contemplar aquella gesta revolucionaria llegaban hasta la Puerta del Sol.
A los funcionarios judiciales que recog¨ªan las declaraciones del sacerdote deb¨ªa de resultarles raro y sorprendente que, pese a conocer con detalle estos hechos y otros a¨²n m¨¢s graves, como "el paseo" del falangista, encontrara siempre una virtud que se?alar en cada uno de ellos, un hecho que alabar o una disculpa, por m¨ªnima que fuera, que mitigara la gravedad de los cargos.
En su defensa record¨® al fiscal c¨®mo en una ocasi¨®n sus captores se negaron pistola en mano a entregarlo a otro grupo que le buscaba para matarle. Al final los milicianos no tuvieron m¨¢s remedio que sacarlo de noche y a escondidas de la iglesia y ocultarlo provisionalmente en una checa de confianza, "la checa de listeros", que se encontraba a dos pasos de la iglesia, en el primer piso del n¨²mero 22 de la calle de la Montera, justo encima de un taxi-baile de mala nota, el Sanghai.
En aquellos d¨ªas de agosto, la afluencia de p¨²blico al baile era cada vez m¨¢s escasa. Tener una checa en el piso superior aflojaba mucho el ¨¢nimo de los clientes, y as¨ª era dif¨ªcil mantener el negocio. Cuando el local finalmente cerr¨® sus puertas, algunas chicas, acompa?adas de un botones llamado Leandro, se mudaron a vivir con los milicianos de la iglesia. La piedad evang¨¦lica de la que hasta entonces hab¨ªa hecho gala el sacerdote parec¨ªa ahora flaquearle al recordarlo.
A Carmen Corao, bailarina de dieciocho a?os conocida como "la Chula" y se?alada en la fotograf¨ªa con el n¨²mero 10, la present¨® bajo una luz turbia y amarilla. "Mujer provocativa, incitante y de peligro, no ten¨ªa coraz¨®n para los que eran llevados a la iglesia... Cuando me llevaron para fusilarme, le dijo a Leandro: 'Ven, que esta noche tenemos un gran gato".
Carmen era novia de Ram¨®n, un miliciano de diecinueve a?os sobrado de arrojo pero de escaso entendimiento. En la fotograf¨ªa aparece se?alado con el n¨²mero 1, presumiendo feliz del fusil ganado en el asalto a los cuarteles. A diferencia de Roman¨ª, Ram¨®n reconoci¨® ante el fiscal ser uno de los que viajaban en el coche que llev¨® al matadero de la pradera de San Isidro a V¨ªctor Mu?oz Baij¨®n, el falangista detenido en la pensi¨®n Tor¨ªo.
El sacerdote sin embargo no ten¨ªa motivo alguno de queja: "Desde el principio lo vi en buena disposici¨®n hacia m¨ª y despu¨¦s, con el tiempo, siempre me trat¨® con respeto y hasta con cari?o". Lo ¨²nico que le reprochaba con dolor era su sometimiento a los caprichos de Carmen, como aquello de hacer instalar en la iglesia una radio que s¨®lo sintonizaba rumbas, pasodobles y otras piezas por el estilo. "En uni¨®n de la Carmen con frecuencia bailaban en la iglesia y all¨ª dorm¨ªan juntos para esc¨¢ndalo, que por fin pude evitar".
El esc¨¢ndalo no lo evit¨® tanto el sacerdote como la regional de CNT, que a finales de agosto y con la mosca tras la oreja por las noticias que llegaban de la iglesia del Carmen llam¨® a cap¨ªtulo a los milicianos y descubri¨® que los carn¨¦s del sindicato que presentaban eran falsos.
Tirando del hilo descubrieron que el jefe del grupo, "el Olmeda", el n¨²mero 5 de la fotograf¨ªa, los fabricaba y exped¨ªa a su libre albedr¨ªo, se incautaba de las cuotas y, lo que era m¨¢s grave, se hab¨ªa apoderado de las alhajas incautadas en la iglesia. La respuesta de la CNT fue fulminante: detuvieron a todos los milicianos de la iglesia del Carmen y tras un juicio sumar¨ªsimo en el que no dej¨® de aparecer la foto de Alfonso, los mandaron a la c¨¢rcel de Porlier. El Olmeda y su novia, otra bailarina del taxi-baile llamada "la Patro", fueron fusilados contra las tapias del cementerio de Aravaca; los milicianos, enviados al frente; y la iglesia del Carmen puesta bajo la tutela y custodia de Manuel Gonz¨¢lez, el sacerdote que hab¨ªa convivido con ellos.
Carlos Garc¨ªa-Alix (Le¨®n, 1958) es pintor y director del documental El honor de las injurias.
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