El asesinato como incentivo tur¨ªstico
Pr¨¢cticamente desde la fundaci¨®n del g¨¦nero por Edgar Allan Poe (si les interesa el autor no se pierdan, por cierto, Poe, una vida truncada, de Peter Ackroyd, en Edhasa), muchas novelas policiacas han hecho gala de una especie de agenda oculta en la que el crimen y su resoluci¨®n constitu¨ªan con frecuencia el pretexto para desplegar ante el lector un subtexto m¨¢s o menos expl¨ªcito. Tanto los investigadores c¨ªnicamente machotes de la ficci¨®n negra (los sabuesos hard-boiled de Hammett, Chandler, Cain y compa?¨ªa) como las apacibles damas posvictorianas, dobladas en genios de la deducci¨®n en los whodunits de Christie o Sayers, han vehiculado, con desigual prolijidad, esos otros temas o motivos. A menudo, el comentario social o pol¨ªtico se ha deslizado entre crimen y crimen para denunciar la injusticia: los a?os finales del siglo XX fueron pr¨®digos, por ejemplo, en una novela policiaca de raigambre feminista que aprovechaba las convenciones del g¨¦nero para denunciar la discriminaci¨®n de la mujer. Y a partir de los noventa se han hecho habituales las intrigas noir poscoloniales. Pero, adem¨¢s, el g¨¦nero propicia otros deslizamientos. Hace unos a?os casi no se publicaba una novela policiaca en la que no apareciera una receta de cocina o se cantaran las excelencias de deliciosos platillos cuya descripci¨®n provocaba la fren¨¦tica actividad de las gl¨¢ndulas salivares del lector. La ¨²ltima invasi¨®n de novelas de misterio -que viene a sustituir como paradigma comercial de la narratividad a la hasta ayer omnipresente novela hist¨®rica- ofrece muy generalizado un elemento presente desde antiguo: el turismo. Las librer¨ªas especializadas en viajes se han dado cuenta del fil¨®n, y al lado de mapas y gu¨ªas exponen ficciones policiacas que intentan transmitir tanto halagador cosmopolitismo como el "color local" de escenarios m¨¢s o menos ex¨®ticos. A Manhattan o San Francisco, a Par¨ªs o Barcelona, a Venecia o Berl¨ªn se suman ahora como teatros del g¨¦nero lugares tan "at¨ªpicos" como Botsuana, Palestina, Laos, China o Turqu¨ªa. Estoy seguro de que la actual exuberancia de la novela policiaca escandinava -una invasi¨®n dentro de la invasi¨®n- va a hacer m¨¢s por el turismo norte?o que los consabidos p¨®sters de arc¨¢dicos fiordos o torrenciales g¨¦iseres. Por cierto, dos de las narraciones policiacas con que me he entretenido ¨²ltimamente, la (estupenda) del island¨¦s Arnaldur Indridason (La mujer de verde, RBA) y la (distra¨ªda) de la sueca Mari Jungstedt (Nadie lo ha visto, Maeva), incluyen respectivamente mapas de Reikiavik y de la "id¨ªlica" isla de Gotland. Para que no nos perdamos.
Las librer¨ªas especializadas en viajes se han dado cuenta del fil¨®n, y al lado de mapas y gu¨ªas exponen ficciones policiacas
William Styron nos dej¨® la cr¨®nica helada de su propia depresi¨®n: una de las mejores aproximaciones literarias a esa enfermedad
Cementerios
Transcribo: "La tragedia espa?ola es un pudridero. Todos los errores por los que Europa est¨¢ muriendo y que trata de vomitar con horribles convulsiones han ido a pudrirse all¨ª". Estamos en 1938 y la frase pertenece a Los grandes cementerios bajo la luna (Lumen), el extenso panfleto literario de Georges Bernanos que tanto contribuy¨® a que buena parte de los cat¨®licos franceses que apoyaron inicialmente la rebeli¨®n franquista fueran modificando su opini¨®n. Bernanos, antiguo militante de Action Fran?aise, maurrasiano, mon¨¢rquico y nacionalista, ya hac¨ªa tiempo que hab¨ªa establecido distancias con los aspectos m¨¢s ultramontanos de su ideolog¨ªa. Su Diario de un cura rural (1936) marcaba el sentido de su nuevo rumbo, de su desasosegada b¨²squeda de una religi¨®n menos dependiente del poder. Pero la extraordinaria brutalidad y crueldad de la represi¨®n llevada a cabo por los franquistas en Mallorca -donde el escritor franc¨¦s resid¨ªa con su familia- le abri¨® definitivamente los ojos acerca de esa obscena alianza constantinista de religi¨®n y nacionalismo que signific¨® la Cruzada y que, reactivada tras la victoria de 1939, presidir¨ªa (sin fisuras durante al menos tres interminables d¨¦cadas) los destinos de la maltrecha Espa?a. Escrito en caliente, como manda la preceptiva del g¨¦nero desde que S¨¦neca compusiera su Apocoloquintosis ("calabazificaci¨®n") contra la divinizaci¨®n del emperador Claudio, Bernanos se apoya en la gran tradici¨®n francesa del panfleto, desde los que proliferaron en el Siglo de las Luces y en la Revoluci¨®n -de Voltaire a los pasquines hebertistas, pasando por Siey¨¨s- al J'accuse de Zola. Bernanos denuncia el esc¨¢ndalo de la terrible represi¨®n franquista y de sus complicidades religiosas (encargadas de suministrar buena conciencia para el odio de clase) utilizando todos los instrumentos ret¨®ricos de la invectiva literaria: desde la deixis -es decir, se?alar con ¨¦nfasis lo que el mundo ten¨ªa delante de las narices- hasta la iron¨ªa, el sarcasmo y la exageraci¨®n. Libro muy de circunstancias -con la situaci¨®n en Francia y en Europa como tel¨®n de fondo-, Los grandes cementerios bajo la luna ha superado su previsible vigencia temporal, elev¨¢ndose sobre su propia condici¨®n propagand¨ªstica. Le¨ªdo ahora, en el a?o en que se conmemoran (por cierto, ?qui¨¦nes y c¨®mo lo har¨¢n?) los setenta a?os de la victoria/derrota, todav¨ªa conserva -adem¨¢s de ideas- fuerza, pasi¨®n, verg¨¹enza y rabiosa sed de justicia.
Depre
Si no la ha padecido, no lo lamente, aunque en ese caso es dif¨ªcil que pueda hacerse una idea de su poder devastador. La depresi¨®n profunda -ese "sol negro" de Julia Kristeva- es, como la experiencia psicoanal¨ªtica, casi inefable. Culturalmente es un motivo antiguo: en sus (atribuidos) Problemata, Arist¨®teles se preguntaba la raz¨®n de que tantos hombres excepcionales la hubieran experimentado. Aquella bilis negra (kh?le m¨ºlas) que est¨¢ en el origen etimol¨®gico de la antigua "melancol¨ªa" y que se transforma en el medievo en la aced¨ªa -pecado nefasto que afectaba a los anacoretas- es tratada como depresi¨®n a partir del furor medicalizador del siglo XIX. Quiz¨¢s nadie la haya expresado pl¨¢sticamente de modo tan fascinante y enigm¨¢tico como Durero en su c¨¦lebre grabado Melencolia I (1514). Y algunos han querido rastrearla hasta en la sartreana angustia de contingencia de Antoine Roquentin (La n¨¢usea). Un gran novelista norteamericano, William Styron (1925-2006), nos dej¨® la cr¨®nica helada de su propia depresi¨®n: Esa visible oscuridad, publicada en 1991 por Grijalbo Mondadori, no estaba disponible en librer¨ªas desde hac¨ªa tiempo. Ahora regresa, bajo el sello La Otra Orilla (Grupo Norma) y en nueva traducci¨®n del escritor Horacio V¨¢zquez-Rial (del que tambi¨¦n se incluye un sincero ep¨ªlogo autobiogr¨¢fico), la que quiz¨¢s sea una de las mejores aproximaciones literarias a esa enfermedad que se aposenta callada e insidiosamente en el esp¨ªritu, amordaz¨¢ndolo. Cuando Styron comenz¨® a salir de la suya le aliviaba escuchar la Rapsodia para contralto de Brahms. ?l fue quien me descubri¨® los poderes bals¨¢micos de esa m¨²sica: por eso la escucho (la prefiero interpretada por la inolvidable Kathleen Ferrier) cuando naufrago en efluvios saturnianos o el Weltschmerz (dolor del mundo) se me pone insoportable.
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