Leyendo al vampiro
?D¨®nde est¨¢n "nuestras" Austen, "nuestros" Dickens? Peri¨®dicamente, los responsables de las secciones culturales de la prensa brit¨¢nica se las ingenian para rellenar los huecos que deja la pavorosa deserci¨®n de la publicidad con reportajes en los que se intenta averiguar con urgencia impostada qu¨¦ autores o qu¨¦ libros han sabido capturar el "esp¨ªritu del tiempo". Si se ponen globales o, al menos, olvidan por un rato el euroescepticismo (que tambi¨¦n puede extenderse a la literatura "continental", como indica el escaso n¨²mero de traducciones que all¨ª se publican), a esos nombres pueden a?adir los de Balzac o Tolst¨®i -y los m¨¢s cultos el de Gald¨®s- tambi¨¦n considerados maestros en el arte de reflejar una ¨¦poca a trav¨¦s de la peripecia de personajes dotados de profundidad y carisma.
Sin duda, tras esos reportajes acecha la nostalgia por un mundo que fue desapareciendo a lo largo del prolongado reinado de Victoria, y en el que todav¨ªa era posible reconstruir literariamente y de forma unitaria la totalidad de la vida social, dot¨¢ndola de significado. Y con aquel mundo tambi¨¦n desapareci¨® toda una casta de escritores que hab¨ªan convertido al XIX en el gran siglo de la novela. Afortunadamente sigue habiendo narradores capaces de reflejar la fragmentaci¨®n y complejidad del mundo, tanto a gran como a peque?a escala, dependiendo de la lente que empleen. No podr¨ªa decir, por ejemplo, qu¨¦ novela espa?ola ha expresado mejor el Zeitgeist del Aznarato (1996-2004), pero s¨ª s¨¦ que Visi¨®n del ahogado (1977), de Juan Jos¨¦ Mill¨¢s, me resulta imprescindible -sin que la historia que cuenta tenga que ver directamente con ello- para evocar la atm¨®sfera de incertidumbre y expectaci¨®n que se respiraba en Madrid tras la muerte de Franco. O que S¨¢bado (2005), de Ian McEwan, consigue aprehender perfectamente el clima de cansancio y decepci¨®n de la clase media liberal inglesa a finales de la era Blair.
Sin embargo, no son s¨®lo los grandes autores ni las obras literariamente importantes los ¨²nicos que pueden apresar directa u oblicuamente el Zeitgeist, un escurridizo concepto en el que tambi¨¦n se incluyen los deseos y ansiedades que impulsan a los lectores a comprar y leer masivamente libros que parecen haber salido al encuentro de los suyos. Curiosamente, uno de los grandes fen¨®menos mundiales de la edici¨®n lo protagoniza el vampiro, una criatura con una antig¨¹edad literaria de dos siglos: Polidori, el m¨¦dico de Byron, le dio forma en aquella c¨¦lebre velada en la villa Deodati el 16 de junio de 1816, ochenta a?os antes de que Stoker publicara Dr¨¢cula, la obra maestra que dio origen a una de las m¨¢s fecundas progenies de la cultura popular.
Me pregunto qu¨¦ ha impulsado a 42 millones de personas (1,5 millones en Espa?a) a comprar alguna de las novelas de la saga Crep¨²sculo, de Stephenie Meyer. Esa historia de amor entre muchacha y vampiro, casta y a la vez gr¨¢vida de deseo sexual, es tan literariamente pedestre que su autora eleva a J. K. Rowling al nivel de Jane Austen. Pero "funciona", y muchos j¨®venes (y no tan j¨®venes: observen a los que la leen en el metro) se quitan horas de sue?o por ella. ?Captura Crep¨²sculo algo del esp¨ªritu de esta ¨¦poca de crisis? Supongo que s¨ª, como tambi¨¦n los libros de Dan Brown -?se acuerdan?- dec¨ªan a su modo algo sobre (y para) nosotros. En cuanto a Dickens, Gald¨®s, Austen o Tolst¨®i, ah¨ª siguen, habl¨¢ndonos inagotables de su tiempo y, por eso mismo, del nuestro. Lo que me lleva a considerar que, tal vez, en esa conjeturable gran novela que reflejara el clima de esta segunda legislatura de Zapatero bien pudiera aparecer, adem¨¢s de otros motivos, una joven -quiz¨¢s una emigrante sin trabajo que viaja en metro- absorta en la lectura de Crep¨²sculo. Claro que para los lectores del futuro probablemente habr¨ªa que poner una nota a pie de p¨¢gina.
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