La alta sociedad de Nueva York defiende a Brooke Astor
Kissinger testificar¨¢ contra el hijo de la millonaria, acusado de enga?arla
Puede que hasta el mism¨ªsimo Henry Kissinger -ex secretario de Estado norteamericano- acabe testificando en un juicio que tiene apostados en la escalinata del Tribunal Supremo de Manhattan a los reporteros de la prensa neoyorquina. Motivos para tanta guardia no faltan: tienen entre manos un suculento caso, con cambio de testamento y rencillas familiares incluidos. Sin olvidar los testigos famosos: desde un Rockefeller hasta la esposa de ?scar de la Renta. Y Kissinger.
La disputa se encuentra en su fase m¨¢s tediosa, la formaci¨®n del jurado, que podr¨ªa demorarse hasta un par de semanas. Ser¨¢ entonces cuando empiece el juicio contra el octogenario hijo de Brooke Astor, legendaria fil¨¢ntropa que hasta su muerte a los 105 a?os, en 2007, era la traducci¨®n de la aristocracia en un pa¨ªs que carece de ella.
Porte aristocr¨¢tico desde luego ten¨ªa Anthony Marshall a su llegada al tribunal donde prest¨® testimonio. Ayudado por su bast¨®n y su esposa, el hijo de Astor se enfrenta a 25 a?os de c¨¢rcel si es hallado culpable de enga?ar a su madre para que le traspasara millones de d¨®lares al llevarla a modificar su testamento aprovech¨¢ndose de que sufr¨ªa de alzh¨¦imer. Por supuesto, Marshall no urdi¨® esta supuesta trama solo. Tuvo ayuda. En el banquillo de los acusados estar¨¢ tambi¨¦n Francis Morrissey, de 66 a?os, abogado de la familia y personaje con problemas anteriores con la justicia por haber estafado a otros clientes ancianos y ricos.
Ambos hombres se han declarado no culpables. El abogado de Marshall en el juicio, Kenneth Warner, ha alegado que lo ¨²nico que sucedi¨® es que la anciana cambi¨® su testamento para dejar su fortuna a su ¨²nico hijo, fruto del primer matrimonio de la archimillonaria Brooke. Pero uno de los d¨ªas que contar¨¢ con m¨¢s periodistas ser¨¢ la jornada en la que comparezca el nieto de la fallecida, Philip Marshall, quien "destap¨®" la situaci¨®n en la que viv¨ªa su abuela, enferma y recluida por orden de su hijo en su lujoso apartamento de Park Avenue, aquel en el que cada noche la rica anciana dormitaba sobre un colch¨®n empapado de orines.
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