Oficio de Semana Santa
Los d¨ªas de Semana Santa son tan buenos como otros para dedicar largas horas a la apacible lectura, pero ante el riesgo de que uno se lo pase as¨ª demasiado bien en d¨ªas de tradici¨®n quejica y severa contricci¨®n, propongo adentrarse como castigo en el disfrute de obras que gozan de la mala cuando no artera reputaci¨®n de resultar dif¨ªciles o simplemente pelmazas. Con un poco de suerte, precipitar¨¢n la ca¨ªda en la siesta, y con algo m¨¢s de fortuna le har¨¢n comprender que hay m¨¢s cosas entre el cielo y la tierra de lo que contemplaban sus lecturas. Empecemos por un paliza de post¨ªn, Samuel Beckett. Adem¨¢s de escribir el texto dram¨¢tico m¨¢s radical del siglo XX con Esperando a Godot, es autor de una trilog¨ªa novelesca repleta de humor desde la clave de una situaci¨®n que invita a contemplar la decadencia en espera de un fin que no vale la pena anticipar porque apenas a?adir¨ªa cambio sustancial alguno. El humor, s¨ª:
Vladimiro: Velada encantadora.
Estrag¨®n: Inolvidable.
Vladimiro: Y a¨²n no ha terminado.
Estrag¨®n: Se dir¨ªa que no.
Vladimiro: Apenas si empieza.
Estrag¨®n: Es horrible.
La broma es todav¨ªa m¨¢s ultrajante si se considera que los personajes se refieren a la obra que estamos viendo. Y ?no es risue?o este desprop¨®sito de Molloy?: "Mi hijo solo va a servirme de estorbo. Se parece a otros mil muchachos de su edad y condici¨®n. Un padre siempre es algo m¨¢s serio. Aunque sea grotesco, impone cierto respeto. Pero cuando le ven a las malas con su hijo de corta edad, no hay manera de trabajar. Le toman a uno por un viudo. Las apariencias m¨¢s alegres nada pueden por evitarlo, m¨¢s bien agravan la situaci¨®n haciendo que se nos impute una esposa muerta mucho tiempo atr¨¢s, seguramente de parto. Y entonces no se ver¨ªa en mis excentricidades m¨¢s que un efecto de la viudez que me habr¨ªa trastornado el entendimiento. Podr¨ªa hacerle pasar por un sobrino. Le prohibir¨¦ llamarme pap¨¢ o darme muestras de afecto en presencia de extra?os so pena de recibir uno de esos bofetones que tanto teme". El lector puede retomar, si lo desea, el hilo de esa hilarante extravagancia.
Otro pelmazo de altos vuelos es William Faulkner, sobre todo en El ruido y la furia, Mientras agonizo, o Absal¨®n, Absal¨®n, donde una facilidad fuera de lo com¨²n para la met¨¢fora de estirpe shakespeariana juega con la abolici¨®n del tiempo en el instante at¨®nito en que los personajes, caso de haberlos cabalmente, se revelan al lector por la entidad de sus a menudo intrincadas fantas¨ªas, y se extiende en formulaciones tan majestuosas como "la memoria cree antes de que el conocimiento recuerde". Indague sin desidia el lector semanasantero hasta d¨®nde alcanza tan solemne aseveraci¨®n.
Y el ¨²ltimo as de este tr¨ªo de raros es Juan Benet, del que ahora se reeditan tres novelas: Una meditaci¨®n, Un viaje de invierno y La otra casa de Maz¨®n, donde el lector que se aventure en su enigm¨¢tica y magn¨¦tica escritura quedar¨¢ hechizado La duraci¨®n de ese hechizo depende quiz¨¢s del calendario vacacional, aunque algunos lectores volver¨¢n a Regi¨®n m¨¢s pronto que tarde, debido a l¨ªneas con apariencia de simple broma como la de esa "multitud de insectos tan abigarrados de corazas y erizados de armas que siempre parecen dirigirse a Tierra Santa". Yo pienso distraerme con los recios espadachines de P¨¦rez Reverte. No es serio, pero siempre ser¨¢ mejor, o lo mismo, que no hacer nada. O lo mismo no. ?Qu¨¦ tal haraganear con el m¨ªnimo de cerebro intacto necesario para estallar de j¨²bilo?
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