Rascacielos de Manhattan
Cuando el viento sopla -y el viento sopla con frecuencia en Nueva York- parece correr m¨¢s deprisa entre el gran vac¨ªo. Mueve las lonas en el espacio en construcci¨®n. No se trata de un espacio cualquiera -s¨®lo con pasar cerca se presiente. La superficie desnuda, dram¨¢tica y vallada se alza invisible a ras del suelo. Se eleva m¨¢s alta que las torres m¨¢s altas, corriendo apresurada tras la fractura honda que dejaron los rascacielos al hacerse a?icos. No est¨¢n. Queda, igual que tras la muerte de los que m¨¢s amamos, la estela triste de un agujero que nada llenar¨¢ o nunca de la misma manera.
Y los que las vieron desde la ventana de casa y los que las siguieron para orientarse entre la cuadr¨ªcula en la isla de Manhattan, las persiguen ahora incr¨¦dulos en medio del recuerdo: cu¨¢nto tiempo ha pasado desde aquel septiembre fat¨ªdico. Se nos derrumbaron delante de los ojos y no supimos poner nombre a aquel suceso extraordinario que hab¨ªa ocurrido en la ficci¨®n -montaje maldito.
Despu¨¦s pensaron que aquellas im¨¢genes trucadas -torres en llamas- eran una suerte de presagio: por eso rebuscaron en los archivos y las borraron. Borrarlo todo, incluso las torres antes del impacto, vig¨ªa, luminosas como un cuadro de Mondrian estir¨¢ndose para sorber el cielo. Las arrasaron de la representaci¨®n igual que los aviones al chocar las excluyeron, a su modo, del relato. Mejor no recordarlas como fueron un d¨ªa.
Qu¨¦ extra?a forma de duelo, borrar cada recuerdo de los muertos para que duelan menos. Qu¨¦ poco eficaz sobre todo. Al llegar desde el aeropuerto se divisa el perfil de la isla: se enumeran los edificios, faltan dos siempre. Se las echa de menos, pariente pr¨®ximo, amante fugitivo, vecino amable... Tal vez por eso proliferan por el mundo esas muestras de rascacielos esculturales e in¨²tiles, empe?ados en alzarse sobre el resto, a cualquier precio, como si el resto no existiera. Pero de poco sirve obviarlas: las ausencias son la forma m¨¢s contundente de presencia. Lo pensaba el otro d¨ªa paseando por la muestra de Retratos de Nueva York en La Casa Encendida y proveniente de la colecci¨®n del MOMA -por cierto, qu¨¦ calidad de copias y no solamente de im¨¢genes, frente a este tipo de colecciones se tiene una certeza terrible: nunca llegaremos a tener un museo de arte contempor¨¢neo de primera fila pues, aunque pudi¨¦ramos poseer las im¨¢genes, no conseguir¨ªamos atesorar copias de una calidad tan deslumbrante. No era ¨¦se mi ¨²nico pensamiento durante el paseo: las instant¨¢neas elud¨ªan las Torres Gemelas, imagen del dolor o hasta considerada de mal gusto. Pese a todo cada mirada las buscaba, se interrogaba sobre aquella falta elocuente.
Aunque tambi¨¦n es posible que el silencio t¨¢cito se deba a algo m¨¢s banal que el dolor: dinero y poder. Es posible que hablar de las torres no sea hablar de "los ca¨ªdos", sino de una trama compleja que planea sobre una de las zonas m¨¢s caras de la tierra. De los manejos oscuros entre las estructuras de poder implicadas en la reconstrucci¨®n de la "zona cero" -banqueros, pol¨ªticos, abogados y arquitectos- habla el libro del brillante historiador de la arquitectura Franceso Dal Co. Zona Cero, escrito con el estilo elegante al cual nos tiene acostumbrados su autor, es casi un historia de detectives... y de terror. No es, as¨ª, extra?o que este librito -pocas p¨¢ginas e intensas, lo que hace al artefacto mucho m¨¢s sexy- comparta colecci¨®n con Arte y terror de ?ngel Gonz¨¢lez, que tampoco hay que perderse. Ambos vol¨²menes han sido editados por Mudito & Co. Y caben en el bolsillo de la gabardina. No hay excusa para no llev¨¢rselos a casa. Un regalo inesperado en este mundo absurdo de excesos, poder y especulaci¨®n.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.