Parques asediados
Decidimos dedicar el domingo a visitar el parque de la Trinitat, en el que nunca hab¨ªamos puesto los pies, pese a las muchas veces que lo hab¨ªamos avistado fugazmente desde el coche, entrando o saliendo de la ciudad nerviosa. Nos gusta complicarnos la vida, de modo que en lugar de cargar las bicis en la l¨ªnea 1 y bajar en la parada de Trinitat, que se encuentra justo a la entrada, nos apeamos en Gl¨°ries. Hicimos bien, porque la completa demolici¨®n del muro que circunda ese parque, tambi¨¦n de ¨¦poca ol¨ªmpica, nos permiti¨® iniciar la reflexi¨®n -inconclusa a esta hora- sobre la extra?a propensi¨®n de la Barcelona de finales del siglo XX de inventarse jardines en medio de convulsos nudos viarios. Procedimos por la Meridiana, que pese a la reforma no ha conseguido borrar el oprobioso car¨¢cter de autopista que desfigur¨® un barrio, y desvi¨¢ndonos por Concepci¨® Arenal ganamos la acogedora zona 30 de Sant Andreu del Palomar. De all¨ª, pasando enfrente a la casa Bloc, cuya restauraci¨®n procede a buen ritmo, llegamos a las rampas que descienden hacia el parque.
En Barcelona hay una propensi¨®n a inventarse jardines en medio de convulsos nudos viarios
La primera sensaci¨®n que tuvimos fue de completa desorientaci¨®n. A trav¨¦s del arbolado, ve¨ªamos pasar raudos los coches, pero no consegu¨ªamos descifrar si entraban o sal¨ªan de la ciudad o bien no hac¨ªan ninguna de las dos cosas y se dedicaban insensatamente a girar alrededor de este para¨ªso oculto. Por fin dimos en la monta?a con las bater¨ªas antia¨¦reas y Torre Bar¨®, lo cual nos permiti¨® empezar a distinguir el norte del sur y el este del oeste. La zona de pic-nic se hallaba en pleno bullicio, con las 15 barbacoas p¨²blicas echando humo a pesar de que la hora del almuerzo se hallaba todav¨ªa lejana. Tambi¨¦n estaban a pleno rendimiento las canchas deportivas. Ambiente inconfundiblemente latinoamericano: con decir que el bar est¨¢ gestionado por Fedelatina (Federaci¨®n de Entidades Latinoamericanas de Catalu?a) est¨¢ dicho todo. Dada la proximidad con Santa Coloma de Gramenet, nos sorprendi¨® no avistar por all¨ª a ciudadanos asi¨¢ticos, pero nos dijimos que tal vez fuera mejor as¨ª. La vegetaci¨®n es variada en este lugar: severas hileras de chopos y cipreses, macizos de olivos plateados pespunteados por el morado restallante de los ciruelos (Prunus cerasifera Atropurpurea), dorados pl¨¢tanos, acacias fatigadas. Hay incluso una zona de huertos en los que crecen pr¨®speras coles, espinacas, acelgas, cebollas, jud¨ªas. En la verde loma central los caballos desbocados esculpidos por Josep Ros (1993) parec¨ªan aludir a esa compulsi¨®n irracionalmente barcelonesa por huir de la ciudad, mientras que al pie, en medio del estanque, la Dona que es banya (1985) semejaba reflexionar ensimismada sobre la reciente desaparici¨®n de su autor, Rafael Bartolozzi. M¨¢s all¨¢, zumbaban los b¨®lidos de automodelismo en el circuito, y era como si la miniatura quisiera conjurar el asedio real del parque.
Ganamos la salida por el lado de levante y nos dirigimos hacia el Bes¨°s, en direcci¨®n a su desembocadura. El parque fluvial, poblado de nuevo por latinoamericanos -segu¨ªamos sin ver asi¨¢ticos, salvo dos muchachas-, discurre escoltado por carreteras r¨¢pidas a una y otra orilla. Parques rigurosamente vigilados por la automoci¨®n: por contraste, constituyen unos microclimas serenos que comunican una extra?a paz en medio de la velocidad. Llegamos as¨ª al puerto deportivo del F¨°rum, donde almorzamos al sol. Fue entonces cuando reparamos en una diferencia fundamental entre este puerto y el Ol¨ªmpic, que tal vez constituya un atisbo de la ciudad futura: mientras que en ¨¦ste los coches se interponen con ol¨ªmpica arrogancia entre las terrazas y las embarcaciones, en aqu¨¦l han sido relegados a posiciones de tierra adentro, dejando expedito el contacto visual con el agua. Pedaleamos hasta casa reconfortados por esta idea, que quisimos creer s¨ªntoma de un asedio en declive.
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