Cirio pascual
?Qu¨¦ hacemos los que no creemos cuando llega la Semana Santa? Viajamos, leemos, descansamos. O trabajamos. Algunos amigos me han invitado a disfrutar los actos procesionales con recogimiento ateo, con sentimiento est¨¦tico. Ya que no creemos -me dicen-, por lo menos reverenciemos las tradiciones, dej¨¢ndonos iluminar por el fervor devoto. Pues no, lo siento: yo no respeto la tradici¨®n por el hecho de que sea consuetudinaria o por el hecho de que arroje luz sobre la condici¨®n humana. Con la excusa de la costumbre, acabamos aceptando pasados que nos atan, creencias o idolatr¨ªas que nos ciegan. Rendir homenaje a lo que hicieron los antepasados no es oscurantismo religioso ni ofuscaci¨®n clerical, nos dicen. Es una fiesta p¨²blica en la que el pueblo se enfrenta c¨ªclicamente a sus aprensiones: las de la muerte. Salir en procesi¨®n es, pues, hermanarse con un hombre que, al final, muere por los dem¨¢s. Su ejemplo nos ilumina.
Pues no, miren: no sigan. Que el pasado nos haya legado actos y representaciones pasionales no me obliga a sentir arrobo o a desfilar o a encender un cirio pascual. El pasado hay que iluminarlo, cierto. Hay que conocerlo, averiguarlo: justamente para sacudirnos su peso y su sombra, el peso y la sombra que le sirven a la Iglesia para afirmar machaconamente la catolicidad de Espa?a. Los actos procesionales iluminan las calles con devociones multitudinarias, convirtiendo la v¨ªa p¨²blica en un escenario atronador. Admito que tienen su gracia y que desde el punto de vista cultural son una recreaci¨®n barroca de la muerte. Es m¨¢s: son una reminiscencia pagana anterior a Cristo, nos dicen los eruditos m¨¢s distinguidos. Yo, qu¨¦ quieren, prefiero evitar dicho espect¨¢culo: simplemente no me ilumina.
Aprovechando estos d¨ªas he repasado algunos pasajes de un libro luminoso. Vamos, un volumen que arroja luz. Es el Diccionario de ¨²ltimas palabras, de Werner Fuld. Es un elenco o repertorio de frases c¨¦lebres y no tan c¨¦lebres, pronunciadas supuestamente por eminencias, justo cuando estaban al borde la muerte. ?Qu¨¦ decimos los seres humanos al agonizar? No demostramos muchas luces. Tampoco se nos ha de pedir tanto: simplemente nos aviamos como podemos en esa circunstancia postrera. Leo el volumen de Fuld y confirmo que a la postre s¨®lo proferimos insignificancias: incluso cuando tenemos conciencia del fin. "La cosa se acaba, ?r¨¢pido el postre!", dijo Josephte Brillat-Savarin. O leo lo que apostillara Winston Churchill poco antes de morir: "?Todo es tan aburrido!" Sin duda: despu¨¦s de haber llevado una vida b¨¦lica y heroica, le resultaba tedioso ser un jubilado. El aburrimiento: esa conclusi¨®n es semejante, por otra parte, a la que lleg¨® Gabriele d'Anunzio cuando agonizaba. "Me aburro", concluy¨®. ?Dice que se aburr¨ªa al fallecer?
No s¨¦, creo que todos estos raptos de lucidez s¨®lo son atribuciones embusteras. Pero demuestran eso: lucidez, iluminaci¨®n. S¨ª, porque una parte importante de las ¨²ltimas palabras tienen que ver con la luz. "No puedo ver lo que ha pasado. Mis gafas, ?d¨®nde est¨¢n mis gafas?", dec¨ªa Louis Barthou, antiguo ministro franc¨¦s de Asuntos Exteriores. O leo lo que pidi¨® William S. Porter: "Encended la luz. No quiero marcharme a oscuras". Una marcha, en efecto: de eso se trata. "Ahora parto para mi ¨²ltimo viaje", dijo Thomas Hobbes. "Un gran salto a la oscuridad", a?adi¨®.
Pues en eso seguimos muchos, se?ores obispos, dando saltos a ciegas pero orgullosamente. Sin cirio pascual.
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