El dilema del ?u ante el cocodrilo
La llegada de los ?us al r¨ªo huyendo de la estaci¨®n seca les enfrenta a?o tras a?o al mismo dilema: cruzarlo con el riesgo de morir devorados por los cocodrilos -o asfixiados por la avalancha de sus propios cong¨¦neres-, o morir de hambre en esta orilla si no se atreven a cruzar. A la doble hip¨®tesis de la muerte el ?u a?ade la intuici¨®n de que el porcentaje de bajas previsto es lo suficientemente bajo como para pensar que su probabilidad de sobrevivir es muy alta.
Este episodio que con tanto dramatismo recuperan para nosotros documentales televisivos que dan la vuelta al mundo, quiz¨¢s invita a una mirada diferente y atrevida sobre el recurrente tema de la corrupci¨®n pol¨ªtica entre nosotros. Aunque s¨¦ que este espacio exige concreci¨®n y sincretismo, no quiero entrar en ¨¦l sin antes reivindicar que el tema est¨¢ pidiendo un debate sin miedo a prop¨®sito de las causas mediatas e inmediatas de una instituci¨®n tan polivalente como la corrupci¨®n ahora y aqu¨ª de y entre los que profesionalmente se dedican al noble arte de la pol¨ªtica.
Algunos analistas sostienen que en la base de la corrupci¨®n pol¨ªtica en Espa?a se encuentra el tema de la deficiente y equivocada regulaci¨®n de la financiaci¨®n de la pol¨ªtica, y de los instrumentos esenciales de la misma, los partidos pol¨ªticos; otros, m¨¢s condescendientes, relacionan la lacra con la modesta remuneraci¨®n econ¨®mica de los cargos p¨²blicos comparada con los fondos que manejan desde los mismos, aunque reivindican que la corrupci¨®n solo afecta a una minor¨ªa, y que, por ello, no hay que ser agoreros; un tercer gremio, que podr¨ªa ser perfectamente adherente al dilema del ?u ante el cocodrilo (yo estoy a la vez entre ¨¦ste y el primer grupo) aseguramos que no hay que dejarse embaucar por las falacias de quienes nos quieren tranquilizar, pues la corrupci¨®n es un dato inevitable del progreso, y no hay ley penal capaz de acabar con la sofisticada variedad de sus manifestaciones, pues su pulsi¨®n es tan fuerte, tan biol¨®gica que se prefiere la incierta y aleatoria dentellada del saurio al establecimiento de un c¨®digo herm¨¦tico que permita hacerla impracticable incluso para sus sicarios m¨¢s empedernidos.
Todas las normas que se acumulen para definir sus tipos, las penas a imponer, la infamia o las calamidades que se le adosen apenas conseguir¨¢n impedir que las aguas se desborden y encuentren lugares por donde evacuar las poderosas corrientes que alimentan la codicia, la adicci¨®n al dinero, a la riqueza y al dominio social y pol¨ªtico, porque lo verdaderamente esencial no es el c¨®digo ¨¦tico sino el c¨¢lculo de probabilidad de los osados de salir airosos de la avalancha de la manada (la presi¨®n de la opini¨®n p¨²blica) o de la dentellada del cocodrilo (la denuncia, el ajuste de la cuenta gastron¨®mica de los que no tienen m¨¢s remedio que comer, que comerse al otro, para sobrevivir).
Desde el principio de nuestra democracia (la Dictadura fue b¨¢sicamente un r¨¦gimen selectivo de depredaci¨®n econ¨®mica legalizado por la omert¨¢ impuesta incluso a sus beneficiarios como condici¨®n para su eficiencia), se han sucedido las denuncias sobre corrupci¨®n pol¨ªtica, y a su alrededor se han organizado tremendos esc¨¢ndalos jalonados de solemnes declaraciones de prop¨®sito de enmienda, verg¨¹enza p¨²blica y reparto de cargas sobre inefables chivos expiatorios, sin llegar nunca al rovell de l'ou, pues jam¨¢s le pas¨® por la cabeza a nuestra clase pol¨ªtica que los casos de corrupci¨®n tuviesen causas objetivas y/o estructurales que mereciesen algo m¨¢s que lloreras circunstanciales ante el estupor de haber encontrado entre sus ?us algunos que no supieron alcanzar la otra orilla limpiamente poni¨¦ndose a salvo, mientras les arropaban con un ej¨¦rcito de leguleyos ante los tribunales, cuando no frente a los propios jueces, como diciendo, ?ojo! Touch pas mon copain!
Si repasamos la historia de las corrupciones denunciadas y las escasas consecuencias que han tenido para la mayor¨ªa de los presuntos implicados; si hacemos la n¨®mina de los que realmente fueron a parar a la c¨¢rcel por sus conductas, si buscamos cu¨¢ntos dineros de los trapicheados volvieron a las arcas de donde no debieron salir; si buscamos el impacto real que causaron tantos casos de nombres ya en la memoria de todos, veremos que todo se redujo a campa?as feroces para desgastar pol¨ªticamente al otro, mara?as legales para conseguir que todo quedase en nada, y vuelta a empezar por otro vado del r¨ªo.
Todos los partidos que han ostentado poder suficiente y territorialmente diversificado han protagonizado episodios donde sus detractores y adversarios quisieron ver lo peor de la corrupci¨®n; transcurridos unos a?os, todo qued¨® olvidado. La utilizaci¨®n del tema para el medro pol¨ªtico y la llamada alternancia en el poder ha dado muy buenos frutos, y -dicen- no es asunto para tratar con remilgos morales, pues como baza pol¨ªtica tiene escaso coste, provoca ruido y da buenas rentas.
Es decir, que si se legalizasen las formas de corrupci¨®n que hasta hoy nos han llevado del estupor a la risa, adoptando un modelo de financiaci¨®n de los partidos a la vista y sin restricciones, quiz¨¢s nos dar¨ªamos un respiro para investigar otras clases de corrupci¨®n para preparar su discreta y posterior legalizaci¨®n; de ese modo, la ley acompa?ar¨ªa a los usos sociales inefables, y nos ahorrar¨ªamos el melifluo sofoco de comprobar que, al final, nunca pasa nada, que s¨®lo unos ?us cayeron, porque va de soie, mon ami.
Ser¨ªa menos c¨ªnico que lo que pasa.
Vicent Franch es profesor de Ciencia Pol¨ªtica y de la Administraci¨®n. Universitat de Val¨¨ncia-Estudi General. franch@uv.es
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