El ¨²ltimo salto de Saray
La vida de la ni?a que se mat¨® al tirarse de un furg¨®n nunca fue f¨¢cil. De peque?a cre¨ªa que los voluntarios de la Cruz Roja eran los Reyes Magos
Saray se lanz¨®, enroscada, contra la cuneta de la carretera de Barcelona a la altura de Coslada tras deslizar la puerta de la furgoneta. El veh¨ªculo iba a 120 kil¨®metros por hora. Ten¨ªa 14 a?os, era muy besucona, le gustaban los macarrones con tomate y la apodaban Sara, Sarita, la loquita. Muri¨® el pasado domingo tras permanecer una semana ingresada en el hospital infantil Ni?o Jes¨²s, de Madrid. Para entonces su hermano, de 15 a?os, con el que se hab¨ªa criado al cuidado de su abuela, ya hab¨ªa iluminado cientos de velas electr¨®nicas en la capilla, gastando seis euros diarios, y hab¨ªa sido ingresado por un fuerte ataque de ansiedad. Nunca se hab¨ªan separado. Hasta julio de 2008, cuando a ella la condujeron al centro terap¨¦utico Casa Joven, en Azuqueca de Henares.
Sin padres desde peque?a, viv¨ªa con un mont¨®n de familiares en paro
Los voluntarios de Cruz Roja eran para ella los Reyes Magos
Los dos hab¨ªan crecido en casa de su abuela, Alejandra, en una casa poblada por un mont¨®n de t¨ªos, t¨ªas y primos en paro. Sus padres ingresaron en prisi¨®n "por asuntos de drogas" cuando ten¨ªa cuatro a?os. "?No han matado a nadie!", repet¨ªa la peque?a cuando alguien pretend¨ªa herirla.
"?Ese barrio, ese barrio!", resuena en los recodos, algunos sin asfaltar, de las viviendas de realojo de El Pilar, en Ciudad Real. En la plaza, junto a la parada del autob¨²s, desembocan los grupos de adolescentes -anillos de color dorado, pendientes con forma de diamante, enormes aros que acarician los hombros- que se sientan en c¨ªrculos a ver c¨®mo se oculta el sol. Era la zona favorita de Saray, que siempre sal¨ªa con chicas mayores que ella, de hasta 20 a?os. Juntas escuchaban "flamenquito de tipo agitanado" bajado de Internet y fantaseaban con la idea de conseguir un tel¨¦fono m¨®vil. Nunca vinieron muy cargados los Reyes Magos. S¨®lo los que le tra¨ªan cuando era casi un beb¨¦ los voluntarios de Cruz Roja.
Su hermano, como siempre, ejerc¨ªa de sombra. La espiaba. "Era su protector y su detective", recuerda un familiar. Porque Saray, de vez en cuando, se met¨ªa en l¨ªos. "Era muy terca y se peleaba", explica ese mismo pariente, que dice que el ¨²nico problema de la chica era que no le gustaba estudiar y su abuela le "consent¨ªa mucho". "Le faltaba la figura paterna", sentencia.
Saray y su hermano pasaron a ser responsabilidad de la Junta de Castilla-La Mancha hace cuatro a?os. Su abuela no pod¨ªa hacerse cargo econ¨®micamente de ellos. S¨®lo dispone de una pensi¨®n de viudedad. Su marido, El Jaro, falleci¨® hace una d¨¦cada. Trabajaba de manera temporal en lo que le encargase el Ayuntamiento de Ciudad Real. La abuela conserv¨® en acogida a sus nietos, aunque la tutela fuera de la Administraci¨®n. Hasta que se decidi¨® que Saray se trasladase a Casa Joven. Antes, viv¨ªan junto a una gran cantidad de parientes en un piso de tres habitaciones, "para familia numerosa". Ella dorm¨ªa en el mismo dormitorio que una de sus t¨ªas. Sus otros t¨ªos viven en el piso de arriba y est¨¢n todos -"nosotros tambi¨¦n"- en paro. ?l trabajaba en la limpieza nocturna de un centro comercial, pero "con la crisis me he quedado fuera". Sus dos hijos mayores dejaron de estudiar muy pronto y no encuentran nada. El menor de ellos tiene cuatro a?os y era uno de los juguetes favoritos de Saray. "Anda t¨ªo, d¨¦jame al ni?o que me lo llevo por ah¨ª", dec¨ªa la ni?a antes de desaparecer con su primo camino a la plaza de siempre.
En aquella casa, el tercero de un bloque estrecho, son¨® el tel¨¦fono el pasado martes. ?Ring, ring! Y la voz de Enrique M¨²gica, el Defensor del Pueblo se col¨® en la vivienda. Quer¨ªa saber c¨®mo estaban. Explicarles que ya hab¨ªa ido a inspeccionar de nuevo Casa Joven, uno de los centros peor parados en un informe que elabor¨® su oficina durante 2008. Una visita que "revolucion¨®" bastante a los ni?os, seg¨²n trabajadores del lugar.
A Saray, el centro, "al principio le gustaba". Luego ya le dej¨® de gustar. Se trat¨® de escapar dos veces. "Le faltaba libertad, siempre la acompa?aban monitores a todos lados cuando la ¨ªbamos a visitar, no la dejaban sola", revela su t¨ªo. Otros familiares deslizan que la ni?a protest¨® porque alguna vez se sinti¨® agredida.
Menores en el limbo
Los responsables m¨¦dicos de la Fundaci¨®n O'Bel¨¦n, beneficiaria de los concursos para gestionar centros terap¨¦uticos de menores en varias comunidades aut¨®nomas, incluido el de Casa Joven, conceden que hay poco personal especializado -un psiquiatra y tres auxiliares- en cada una de las residencias. Pero lo ponen en el debe de las Administraciones. No es lo ¨²nico. Tambi¨¦n lamentan la falta de claridad en los criterios, el limbo jur¨ªdico, y que frecuentemente se les obligue a aceptar chicos que provienen de las unidades de psiquiatr¨ªa de los hospitales, por ejemplo del Gregorio Mara?¨®n madrile?o. Una situaci¨®n que conlleva que dentro de un centro convivan ni?os con trastornos psicol¨®gicos severos con otros que simplemente han sido conducidos al lugar por su "triste biograf¨ªa de desamparo". No hay una legislaci¨®n clara al respecto, aunque el Gobierno ya tiene listo un borrador para regular estos lugares.
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