Un intelectual de la m¨²sica
Enrique Franco fue un grand¨ªsimo cr¨ªtico musical, el m¨¢s importante de su tiempo, y un hombre de acci¨®n
Me acuerdo muy bien del d¨ªa en que conoc¨ª a Enrique Franco. Fue en un recital de Eduardo del Pueyo en Santander. Era una de las primeras ediciones del Concurso de Piano; a¨²n no nos hab¨ªamos trasladado al palacio de la Magdalena y los conciertos los celebr¨¢bamos en el Casino. Eduardo del Pueyo era ese a?o miembro del jurado y se encarg¨® de dar el recital de inauguraci¨®n. Asist¨ªan grandes figuras del piano, como Mar¨ªa Curcio, Sergu¨¦i Dorenski, Maria Antonieta L¨¦v¨ºque. Estaban tambi¨¦n el matrimonio Mompou, Federico Sope?a y Manuel Valc¨¢rcel, que me ayudaba entonces con el concurso. Enrique Franco lleg¨® con su mujer, Ana Mari, y pas¨® lo que tantas veces he visto pasar: en el intermedio y en los corrillos de despu¨¦s del concierto todos buscaban su compa?¨ªa porque siempre ten¨ªa lista una opini¨®n inteligente, profunda y divertida.
Su conversaci¨®n era deliciosa. Lo sab¨ªa todo sobre todo, y no alardeaba de ello
Aquel d¨ªa qued¨¦ fascinada por este hombre sabio y cercano, y desde entonces he disfrutado el privilegio de su amistad y de su magisterio. Nunca le pregunt¨¦ qu¨¦ opin¨® ¨¦l de aquel encuentro. Imagino que yo le parecer¨ªa una joven algo enloquecida que se hab¨ªa metido a organizar un l¨ªo musical considerable. El hecho es que desde entonces tuve siempre a Enrique como compa?ero de viaje tanto en esa aventura del concurso como en la de los cursos de verano, la Escuela Reina Sof¨ªa y todas las que vinieron despu¨¦s.
Su condici¨®n de vicepresidente de la Fundaci¨®n Alb¨¦niz era la expresi¨®n institucional de una labor de asesoramiento y de orientaci¨®n sin la cual ninguno de mis proyectos hubiera alcanzado la dimensi¨®n que hoy tienen. Cada vez que la Escuela creaba una c¨¢tedra nueva o pon¨ªa en marcha alg¨²n ciclo de conciertos, o cada vez que la Fundaci¨®n hac¨ªa nacer un proyecto nuevo, como el Encuentro de M¨²sica y Academia o el Instituto Internacional de M¨²sica de C¨¢mara, Enrique estaba ah¨ª para dar ideas y marcar rumbos.
Las grandes mentes se distinguen por su capacidad de dar el nombre exacto a las cosas. En la Fundaci¨®n, Enrique dio curso a una de sus mayores vocaciones: la de titulador. Muy pocos escritores espa?oles titulan tan bien como Enrique. Suyos son los nombres de nuestros mejores ciclos de conciertos: Da Camera, dedicado a ese g¨¦nero maravilloso; Preludio, donde act¨²an nuestros alumnos m¨¢s j¨®venes; La Generaci¨®n Ascendente, donde sale a la palestra exactamente eso.
La misma finura intelectual que le permit¨ªa titular as¨ª hizo de ¨¦l un magn¨ªfico comisario de exposiciones. Su trabajo en las que la Fundaci¨®n dedic¨® a Alb¨¦niz, Rubinstein y Mompou fueron fundamentales en su momento y dejaron adem¨¢s como legado unas publicaciones que son hoy parte de la bibliograf¨ªa esencial sobre esos m¨²sicos y algunas de ellas, como la monograf¨ªa de Rubinstein, ejemplares de bibli¨®filo.
Enrique fue un grand¨ªsimo cr¨ªtico musical, el m¨¢s importante de su tiempo, y fue tambi¨¦n en su juventud notable pianista y algo compositor. Fue un hombre de acci¨®n. Fund¨® la radio musical p¨²blica y su prestigio internacional personal ayud¨® mucho a que los compositores e int¨¦rpretes espa?oles se abrieran caminos por esos mundos. Pero, en conjunto, la mayor aportaci¨®n de Enrique Franco a la cultura espa?ola ha sido, seguramente, el haber insertado la m¨²sica en el contexto general de la cultura. ?l pod¨ªa hacerlo como nadie porque su af¨¢n de conocimiento fue ampl¨ªsimo. Enrique fue un verdadero intelectual de la m¨²sica.
Muestra de ello es su biblioteca, que recubre y desborda las paredes de su casa con piezas singular¨ªsimas y que abarca casi todas las regiones de la sabidur¨ªa. Era impresionante, adem¨¢s, comprobar la relaci¨®n intensa, casi amorosa, que Enrique manten¨ªa con sus libros. La mayor¨ªa los ten¨ªa anotados en las guardas con cuidado y con minuciosidad. En contra de lo que una oye por ah¨ª, mi experiencia me dice que los grandes artistas intelectuales suelen ser tambi¨¦n personas cercanas y generosas. El caso de Enrique Franco es un ejemplo. Su conversaci¨®n -que es un arte en deca-dencia- era deliciosa. Lo sab¨ªa todo sobre todo, pero nunca alardeaba de ello y siempre sab¨ªa encontrar la manera de que sus contertulios se sintieran c¨®modos en la conversaci¨®n.
Para m¨ª, Enrique Franco ha sido a la vez amigo y maestro. De ¨¦l he aprendido muchas cosas, pero lo que m¨¢s le he agradecido es haberme otorgado su afecto y amistad. No olvidar¨¦ f¨¢cilmente las largas estancias veraniegas en Santander, los paseos junto a la bah¨ªa con Ana Mari y las excursiones a Burgos, que era la tierra de ella, y las miles de horas deliciosas compartiendo m¨²sica y comentarios sentados en butacas contiguas en los auditorios y teatros de medio mundo.
El final ha sido r¨¢pido y tranquilo, gracias a Dios, aunque, en realidad, desde que muri¨® Ana Mari, Enrique ven¨ªa despidi¨¦ndose de la vida poco a poco. Sus amigos somos testigos, sin embargo, de que en ning¨²n momento perdi¨® el ingenio y la gracia. El lunes mismo le dec¨ªa yo que ten¨ªa que ponerse bueno y ¨¦l me contest¨® con un hilo de voz, pero con un chiste: "Si tienes ese capricho, entonces no me morir¨¦". Ojal¨¢ hubiera podido darme esa ¨²ltima satisfacci¨®n.
Paloma O'Shea es presidenta de la Fundaci¨®n Alb¨¦niz.
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