Separarse de la vida (y de la Iglesia)
En Italia, el 'caso de Eluana Englaro' ha desencadenado un lamentable debate pol¨ªtico sobre la eutanasia. La "buena fe" brilla por su ausencia en las posturas adoptadas por la jerarqu¨ªa cat¨®lica al respecto
Pues bien, he de confesarlo: hace seis a?os estuve a punto de convertirme en asesino de una persona consintiente, o, por lo menos, en c¨®mplice de un suicido asistido. A mi compa?ero de entonces (desde hac¨ªa m¨¢s de 20 a?os) le descubrieron un c¨¢ncer en un pulm¨®n, inoperable y bastante avanzado ya. ?l, Sergio, hab¨ªa perdido a una hermana a causa de un tumor unos a?os antes: la hab¨ªa visto apagarse lentamente con creciente desesperaci¨®n. Y no quer¨ªa acabar sus d¨ªas de la misma manera. Como ambos conoc¨ªamos ya los movimientos alentados por el Partido Radical que afrontaban el problema de la eutanasia, nos informamos sobre la forma de proceder, llegado el caso.
Antes que nada, nos inscribimos en la asociaci¨®n Dignitas, que tiene su sede en Suiza, y que promete ayuda en situaciones como ¨¦sa. Hablamos tambi¨¦n con m¨¦dicos amigos que nos prometieron ayudar a Sergio a terminar sus d¨ªas sin excesivo dolor, f¨ªsico o psicol¨®gico. Es algo que suele hacerse normalmente, s¨®lo que es mejor no mencionarlo. Y, naturalmente, puede hacerse s¨®lo si se "conoce" a alguien. Un desgraciado que no tenga contactos entre m¨¦dicos o en hospitales, dif¨ªcilmente lo conseguir¨¢.
Lo confieso: hace seis a?os estuve a punto de convertirme en c¨®mplice de un suicidio asistido
El 'caso Eluana' ha sido decisivo para darme cuenta de la necesidad de distanciarme de la Iglesia
Como segundo paso, intentamos encontrar tambi¨¦n una conexi¨®n en Holanda, donde sabemos, o creemos saber, que la eutanasia se practica con menos obst¨¢culos legales. Tenemos la suerte de encontrar a un excelente onc¨®logo italiano que trabaja en Amsterdam; ¨¦l tambi¨¦n nos promete que acompa?ar¨¢ a Sergio en un tr¨¢nsito decoroso y amigable. Pero nos hace probar un nuevo f¨¢rmaco que podr¨ªa funcionar. Son semanas de ansiedad, entre febrero y marzo; yendo y viniendo de Tur¨ªn a Amsterdam, y no ¨²nicamente para preparar la eutanasia, sino tambi¨¦n, y sobre todo, para intentar la curaci¨®n. Nos convertimos en habitu¨¦s de un gran hotel, el Le Grand, car¨ªsimo, pero nos comportamos ya como quienes no tienen que preocuparse en exceso por ahorrar, visto el futuro que aguarda a Sergio.
Con esa misma l¨®gica de final de vida, decidimos realizar un ¨²ltimo viaje a Estados Unidos: Sergio, que es historiador del arte, quiere ver algunas cosas que en los viajes precedentes no hab¨ªamos visto: el nuevo Museo de Artes orientales, en San Francisco, y la Casa de la Cascada de Wright. Lo que lleg¨® a haber, en el ¨¢mbito emotivo, en el curso de aquellos dos meses de desesperada zozobra (el c¨¢ncer descubierto a primeros de febrero, la muerte que llega el 20 de abril), hoy no soy capaz ni siquiera de volver a sentirlo.
No es s¨®lo el c¨¢ncer de Sergio. Entre 1986 a 1992 transcurrieron los seis ¨²ltimos a?os de vida de mi otro compa?ero, Gianpiero, que enferm¨® de sida y pas¨® por todas las dram¨¢ticas etapas que en aquellos a?os constitu¨ªan a¨²n el calvario inevitable de todos los enfermos de VIH, por m¨¢s que hoy (?no en ?frica, Santidad!) se sobreviva mucho m¨¢s e infinitamente mejor. Tambi¨¦n en aquella ocasi¨®n me vi abocado al problema de la eutanasia, o algo parecido.
La noche del domingo de Pascua de 1992, Gianpiero se atiborr¨® de Gardenal para acabar con su vida. Sergio y yo nos lo encontramos en coma a la ma?ana siguiente, y tuvimos que decidir si dejar que se nos fuera o no. Decidimos llamar a una ambulancia. En los meses sucesivos, Gianpiero admite que a¨²n sigue estando de buena gana en el mundo, aunque no sea m¨¢s que para ver juntos algunas pel¨ªculas, hacer que yo le lea el magn¨ªfico Los tesoros de Poynton, de Henry James, escribir las primeras p¨¢ginas de un ensayo cr¨ªtico sobre Sandor M¨¢rai, ir (en silla de ruedas ya) a dar de comer a la colonia de gatos que vive en el patio del hospital donde al final morir¨¢.
Indudablemente, cuando pienso en la eutanasia, no puedo dejar de recordar de manera especial esos escasos meses de "suplemento" de vida que impuse a mi compa?ero, y que -no s¨¦ si ¨²nicamente por consolarme- me dijo siempre que hab¨ªa vivido de buena gana. ?Se trata, sin embargo, de una objeci¨®n decisiva para mi convencida convicci¨®n pro eutanasia? ?Hubiera debido dejar tal vez que su suicidio de Pascua se consumara? Y hoy, ?qu¨¦ har¨ªa?
Eran ¨¦stos los pensamientos que ten¨ªa en la cabeza cuando, en 2003, discut¨ªa con Sergio sobre su voluntad de desaparecer antes de que el c¨¢ncer lo devastara. Tengo que decir que guardo gratitud a Dios o a quien en su lugar hizo que Sergio se me fuera al final de forma "natural" en el avi¨®n que nos devolv¨ªa a Europa para ir a Amsterdam, y tambi¨¦n por seguir llevando a¨²n la "culpa" (Sergio ten¨ªa 20 a?os menos que yo; Gianpiero, 13) de seguir estando vivo.
?Ser¨¢ acaso una muestra de cinismo el hecho de que cuente ahora estas cosas? No lo s¨¦, pero siento como un deber hacia ellos el seguir hablando. Incluso ahora, en estas circunstancias de debate "pol¨ªtico".
S¨¦ perfectamente que el caso de Eluana Englaro y de la lucha de su padre es muy distinto. Pero en muchos sentidos es tambi¨¦n absolutamente igual. En primer lugar, por lo siguiente: no le habr¨ªa permitido a nadie que me calificara como asesino si hubiera dejado morir a Gianpiero cuando ¨¦ste lo hab¨ªa decidido, y si hubiera acompa?ado a Sergio a Amsterdam. No hubiera cre¨ªdo jam¨¢s, como no creo ahora, en la "buena fe" de los perros rabiosos, laicos o clericales, que se han lanzado sobre el cuerpo ya s¨®lo definitivamente vegetativo de esa pobre muchacha del Friuli.
No me he vuelto un "c¨ªnico" en estos a?os que han pasado desde mis "tentaciones" eutan¨¢sicas. Por fin he abierto los ojos. Acerca del significado de la misteriosa palabra biopoder, que me parece el t¨¦rmino menos inadecuado para describir las vicisitudes que tuvieron lugar en el Parlamento italiano a prop¨®sito del testamento biol¨®gico, que ser¨ªa mejor denominar zool¨®gico, dada la concepci¨®n de la vida que lo sustenta: s¨®lo supervivencia f¨ªsica, pienses lo que pienses acerca de tu bios, de tu existencia humana hecha de pensamientos, relaciones, expectativas. La sonda es la ¨²nica respuesta.
El protagonismo de la Iglesia cat¨®lica en la defensa de la "sacralidad" de la vida ha sido para m¨ª el elemento m¨¢s significativo del caso Englaro. Es cierto que, incluyendo las ¨²ltimas afirmaciones acerca del preservativo, las cosas que han dicho el Papa y los obispos en los ¨²ltimos tiempos no suponen novedad alguna respecto a la doctrina cat¨®lica m¨¢s tradicional.
La cuesti¨®n, probablemente, es que a estas alturas -frente a las inaceptables tomas de posici¨®n vaticanas sobre el preservativo; frente a la ni?a brasile?a o a sus m¨¦dicos excomulgados por un aborto; frente al perd¨®n concedido por Benedicto XVI al obispo lefebvriano negacionista; frente a la pretensi¨®n de imponer que la sonda no es una terapia; y, antes, frente a las abundantes y vergonzosas defensas de sacerdotes ped¨®filos- a todo el mundo se le hace dif¨ªcil pensar que se trate de errores cometidos de buena fe por una jerarqu¨ªa demasiado tradicionalista, o por un Papa un tanto torpe o incluso simplemente mal informado. La jerarqu¨ªa cat¨®lica no puede seguir contando con la resignada anuencia de un "pueblo de Dios" que se pregunta cada vez con mayor frecuencia si no ser¨¢ hora ya de poner en discusi¨®n a la propia Iglesia en su estructura jer¨¢rquica, que se convierte, no ya en un sost¨¦n para la fe, sino en un esc¨¢ndalo continuo y un obst¨¢culo para escuchar el Evangelio.
Para m¨ª, el caso Englaro ha resultado decisivo para poder darme cuenta de la definitiva necesidad de distanciarme de la Iglesia cat¨®lica, a la que cre¨ªa amar incluso por encima de las numerosas inmoralidades que constelan su historia antigua y reciente. La complicidad de la Iglesia con el biopoder que se transforma en zoopoder sobre las vidas y que parece destinado a destruir, y no s¨®lo en Italia, toda huella de la esperanza de democracia y de emancipaci¨®n humana, nunca me ha resultado tan clara como en las ¨²ltimas tomas de posici¨®n vaticanas acerca de temas bio¨¦ticos.
?Qu¨¦ tiene que ver el caso de Eluana con mis relaciones de creyente cristiano con la Iglesia romana? ?Me alejo de la Iglesia para vengar a Eluana? ?Es un asunto de rabia privada, de mera indignaci¨®n que deber¨ªa saber controlar? No, soy consciente de que se trata de mucho m¨¢s: es la ocasi¨®n providencial -un momento de gracia- en el que me percato por fin de que la Iglesia como estructura hist¨®rica merece, evang¨¦licamente, desaparecer.
Gianni Vattimo es fil¨®sofo. Este texto es un extracto del publicado en el n¨²mero de la revista italiana Micromega dedicado ¨ªntegramente al caso de Eluana Englaro. Traducci¨®n de Carlos Gumpert.
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