De listas y del ¨¦xito
Vivimos la ¨¦poca de listas incrustadas en el alma: los m¨¢s ricos (especialidad de Forbes), los m¨¢s influyentes (cortes¨ªa de Time), los m¨¢s glamourosos (seg¨²n Vanity Fair). De los Oscars de Hollywood al Festival de Cannes hay listas: gente destinada a ser conocida, mirada, venerada. En un mundo "culturalmente desregulado", estas listas crean jerarqu¨ªas, prestigios, cotizaciones. Referencias. Modelos de conducta. Dinero.
?Qu¨¦ decir del deporte? El plus se mide en medallas y en multitudes id¨®latras. Lo mismo sucede con las legiones de fans de ¨ªdolos musicales entronizados en un hit parade tambaleante, pero resistente a cualquier terremoto. Y est¨¢ el fabuloso ranking de caras que, d¨ªa tras d¨ªa, aparecen en nuestras casas a trav¨¦s de la televisi¨®n, la gran f¨¢brica de famosos y familiaridades de nuestro mundo.
El mundo mira a los famosos para encontrarse a s¨ª mismo. Si no est¨¢s en un 'top 50' no existes
El fen¨®meno se extiende al ranking de autores de best sellers, arquitectos estrella, artistas de post¨ªn, top models, premios Nobel y galardones de prestigio global, local o mediopensionista. Hay jueces estrella y delincuentes superstar, como el fabuloso Bernard Madoff, el no menos fant¨¢stico y veterano T. Boone Pickens o el terror¨ªfico monstruo de Amstettem. La Red hoy ofrece m¨²ltiples variantes de este listado de seres imprescindibles, referencias que aspiran a serlo en todo el planeta.
En la pol¨ªtica, el G-8, el G-20, los 27 de la UE, con los dirigentes de la Comisi¨®n y de la ONU, proveen de un listado de personajes destinados a pasar a la historia. Los dem¨¢s dirigentes tienen su propio hit parade, su grado de "peligrosidad" los vuelve destacables: todos aspiran al estrellato hist¨®rico. ?Cabe destino m¨¢s alto que el fijar un nombre que se estudie en los colegios? ?No es Berlusconi, por ejemplo, inolvidable?
Lista tras lista, los 6.000 millones de habitantes del planeta encuentran en esas celebridades una constelaci¨®n de referentes del estilo espectacular del mundo. El ej¨¦rcito de nombres es un espejo en el que el mundo se mira para encontrarse a s¨ª mismo. De todas esas celebridades (don que, presuntamente, otorgan los ciudadanos y administran los medios) se dir¨¢ que marcaron ¨¦poca.
Hasta ahora no he hecho otra cosa que describir un fen¨®meno social que se ha abierto paso en la historia -los museos est¨¢n llenos de notables del pasado- hasta desparramarse como nube t¨®xica en nuestra era medi¨¢tica, en la que todo el mundo conoce las mismas listas e ignora a quienes no est¨¢n en ellas. Lo que los estadounidenses llaman genero people ha creado una cultura de la peopolizaci¨®n, si se me permite tal expresi¨®n, cuya cumbre est¨¢ en la intimidad / exhibicionista de las listas de amigos -tribus- que se re¨²nen en Facebook. Ah¨ª cada cual cuelga su ranking y exhibe la fuerza de su propia red vital: ¨¦stos son mis poderes, toda esta gente est¨¢ conmigo. ?Qui¨¦n ha dicho que la gente de hoy no necesita, fren¨¦ticamente, de los dem¨¢s?
Estar en alguna, en cualquiera, de estas listas es ya obsesi¨®n. La peopolizaci¨®n viene a ser un eufemismo del lobbysmo. Los m¨¢s ricos, glamourosos, influyentes o populares son prototipos, una troupe de ¨¦lite, que cada individuo, por su cuenta y riesgo, reproduce en su propia lista de favoritos, de contactos, de amigos o de fantas¨ªas. As¨ª armados, los individualistas se complotan y agrupan en tribus, preferentemente electr¨®nicas, pero, desde luego, conceptuales con un objetivo claro: estar presentes. Sin mi tribu, sin mi lobby, sin mi capillita, sin mis iguales, no existo. Mi ¨¦xito es mi lista. Todo lo dem¨¢s son outsiders.
?Siempre ha sido as¨ª? La familia ven¨ªa a cubrir originariamente esta funci¨®n de apoyo al individuo. Pero la familia desaparece ante la potencia referencial de las listas de personajes p¨²blicos. As¨ª que el individuo imita el modelo que se le ofrece: crea sus influencias, define su c¨ªrculo protector, act¨²a en ¨¦l como un actor teatral con el ¨²nico fin de afirmarse. Es obvio: est¨¢ en juego el poder, el ¨¦xito, la supervivencia social. As¨ª comienzan todas las mafias: hay un orden de prioridades y de jerarqu¨ªas en cada lista o c¨ªrculo de amigos.
Comienza entonces el m¨¢s dif¨ªcil todav¨ªa: mantenerse, consolidar el rango, el prestigio, la capacidad de influencia. La exhibici¨®n del estatus alcanzado es obligada: se trata de estar siempre presente, frase que ya dijo Ovidio en su d¨ªa y que conocen a la perfecci¨®n los grandes publicitarios. En este af¨¢n, las piruetas son imprescindibles: Carla Bruni, Paris Hilton, Madonna y, sobre todo, el gran Berlusconi, su (secreto) admirador Sarkozy, tambi¨¦n el Papa, claro -todos juntos en el mismo saco-, son los grandes en esa lista de listas de la notoriedad mundial.
Hasta un se?or como Barack Obama est¨¢ aprendiendo a hacer gracias para mantenerse en el ranking de rankings que culmina con el premio the man of the year, que alg¨²n d¨ªa podr¨ªa ser incluso una mujer. Tom Wolfe los describi¨®, en los ochenta, como "los amos del universo", y como tales act¨²an. A Il Cavaliere Berlusconi lo he podido observar, hace a?os, en Bruselas, adonde viajaba acompa?ado de una troupe que inclu¨ªa maquilladores, estilistas y escen¨®grafos: un espect¨¢culo digno de verse. Esto es hoy el ¨¦xito.
Margarita Rivi¨¨re es periodista y escritora.
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