Prostituci¨®n, una esclavitud no tan invisible
Un trabajo de investigaci¨®n sobre el auge de las mafias que trafican con mujeres abre un intenso debate sobre la legitimidad de publicar anuncios de contactos
Lo que ven¨ªa siendo un goteo suave pero sistem¨¢tico se ha convertido en los ¨²ltimos d¨ªas en un chaparr¨®n. Me refiero a las cartas de lectores que consideran impropio de EL PA?S publicar anuncios de contactos sexuales. El diario publica una media de tres p¨¢ginas diarias de estos anuncios, a las que hay que a?adir la ¨²ltima p¨¢gina de El Pa¨ªs Semanal, en la que aparece una estridente amalgama de ofertas que abarca desde "los v¨ªdeos m¨¢s calientes" a "intercambio de parejas", "guapos gay" o "chicas con chicas", y hasta una "maestra del dolor". En los ¨²ltimos meses, esa p¨¢gina ha sido motivo de frecuentes cr¨ªticas. Jos¨¦ Manuel Llovet, por ejemplo, dice no recordar "un domingo sin leer El Pa¨ªs Semanal desde que sali¨®". Lo considera una buena revista, pero no le parece aceptable que publique "anuncios pornogr¨¢ficos". "Tengo hijos peque?os, y no me gusta que vean ese contenido", dice. Macarena Pla es m¨¢s expeditiva: "Tengo dos hijas, de 15 y 13 a?os. Cuando El Pa¨ªs Semanal llega a mis manos, miro la contraportada, y al comprobar que siguen anunciando pornograf¨ªa, lo tiro. ?ste es el pobre boicot que puedo hacer". Tambi¨¦n Miguel Mart¨ªnez y Carmen Romero arrancan esa p¨¢gina para evitarle a su hija de ocho a?os unas im¨¢genes que en su opini¨®n, como en la de Silvia Llopis o Joaquima Utrera, son impropias de este diario.
Al otro lado del tel¨¦fono del anuncio puede haber un explotador sexual
La de estos lectores es una discrepancia desde la lealtad. Les gusta EL PA?S, lo consideran un buen peri¨®dico y se identifican con su l¨ªnea editorial, pero se sienten defraudados por algo que creen que no es digno ni del diario ni de sus lectores
A partir del domingo, sin embargo, las cr¨ªticas arreciaron. ?M¨¢s anuncios? No. Todo lo contrario. El detonante fue la publicaci¨®n de una excelente serie de reportajes de M¨®nica Ceberio y ?lvaro de C¨®zar que, bajo el t¨ªtulo de La explotaci¨®n sexual en Espa?a, mostraba los horrores de la "esclavitud invisible" en que se ha convertido la prostituci¨®n. Se trata de un trabajo de investigaci¨®n para el que los lectores no han escatimado elogios. ?se es el tipo de periodismo en profundidad que esperan de nosotros. Pero precisamente por la contundencia de la denuncia, su publicaci¨®n puso de manifiesto lo que muchos lectores consideran una contradicci¨®n: "Celebro que EL PA?S trate un tema tan delicado, injusto y doloroso", dice Mar¨ªa Jos¨¦ Mart¨ªnez Vial. "Sin embargo, me cuesta mucho entender que el mismo peri¨®dico que denuncia la esclavitud de las mujeres d¨¦ cabida a anuncios mucho m¨¢s que denigrantes". "El mismo medio que hace la denuncia trata a las mujeres como mercanc¨ªa", a?ade, algo que tambi¨¦n suscribe Laura Cardenal. Esther de la Rosa pregunta: "?Acaso no saben que detr¨¢s de muchos de esos anuncios se encuentran las mismas mafias a las que aluden los reportajes? ?Acaso no es contradictorio escribir sobre este drama invisible y lucrarse con ¨¦l?". En parecidos t¨¦rminos se expresan Carmen Baud¨ªn, Pedro Taracena, Dami¨¢n Barranco o Selina Blasco. "Tengan valor y sean consecuentes con su supuesta l¨ªnea editorial", concluye Luis Mart¨ªn Cebollero.?ste es un viejo debate en la Redacci¨®n de EL PA?S. Y tambi¨¦n en su Direcci¨®n. Por eso le he pedido a Javier Moreno una explicaci¨®n. El director ha delegado en el subdirector Carlos Y¨¢rnoz, cuyo comentario refleja el estado de la discusi¨®n interna: "La sociedad espa?ola no ha resuelto el debate sobre la prostituci¨®n y el mundo que lo rodea. El Gobierno, por ejemplo, ha renunciado a prohibirla o regularla, pese a las numerosas comisiones o estudios que ha elaborado. Ojal¨¢ hubiera una clarificaci¨®n al respecto y, sin duda, el peri¨®dico cumplir¨ªa la ley como lo ha hecho siempre", dice.
"Salvando las distancias obvias", a?ade, "es lo que ocurri¨® con la publicidad del alcohol o del tabaco. Pero en este caso nos encontramos con una situaci¨®n de alegalidad y, antes de adoptar posiciones prohibicionistas, tambi¨¦n en la propia prensa debiera plantearse un debate m¨¢s profundo y no s¨®lo testimonial. En nuestro propio peri¨®dico existe esa discusi¨®n incipiente, que va creciendo poco a poco, y en su momento tendremos que plantearlo m¨¢s profundamente. Como hemos planteado de manera amplia y rigurosa la serie de informaciones de denuncia de la escandalosa explotaci¨®n de la mujer, de la que los medios apenas se han ocupado, y que surgi¨® precisamente de una conversaci¨®n de la subdirectora Berna G. Harbour conmigo".
Puesto que las puertas parecen abiertas a una revisi¨®n, ser¨ªa bueno tener en cuenta que la realidad se est¨¢ precipitando. Nuevos factores han cambiado el paradigma y apremian para que se tomen decisiones valientes. Ya no podemos seguir hablando de la prostituci¨®n como de una actividad alegal, en la que alguien ofrece libremente servicios sexuales. Como dice el reportaje, es una forma de esclavitud que no para de crecer. Si el n¨²mero de prostitutas se cuenta por cientos de miles, si entre el 85% y el 90% son extranjeras y si una gran parte de ellas, seg¨²n los informes policiales, ejercen forzadas por amenazas y agresiones que les hacen decir cosas como que su vida vale lo que vale la deuda que tiene con su madame, no es dif¨ªcil deducir que al otro lado del tel¨¦fono que aparece en los anuncios que publicamos puede haber un explotador sexual, y tal vez incluso un asesino.
La prostituci¨®n siempre se ha nutrido de la pobreza, pero esta nueva esclavitud est¨¢ ahora en manos de poderosas mafias internacionales, cada vez m¨¢s violentas, que trafican con mujeres, con armas y con drogas. ?Qu¨¦ garant¨ªa tiene el diario de que esas atractivas chicas que se ofrecen en sus p¨¢ginas no son esclavas sexuales de esas mafias? El que la prostituci¨®n no est¨¦ prohibida no significa que los medios no tengamos responsabilidad. Y aqu¨ª entra en juego un nuevo factor a considerar. Conforme la realidad se vuelve m¨¢s cruda y m¨¢s cruel, tambi¨¦n aumenta la sensibilidad social. Cada vez es m¨¢s dif¨ªcil mirar hacia otro lado. Y la misma sensibilidad que lleva a muchas personas a dejar de comprar zapatillas deportivas fabricadas por manos infantiles o consumir perca del Nilo por la forma en que se pesca puede considerar intolerable que haya discrepancia entre lo que un diario proclama y lo que hace. Si muchas entidades financieras, empresas y grandes multinacionales se han visto obligadas a acu?ar t¨¦rminos como banca ¨¦tica, comercio justo o responsabilidad social de la empresa, es porque cada vez hay m¨¢s ciudadanos a los que no les da igual c¨®mo se consiguen los beneficios.
?se es el signo de los tiempos que vienen, y ¨¦sa es la sensibilidad que predomina entre los lectores que estos d¨ªas me han llamado. ?Son estos lectores un reducto de fundamentalistas de lo pol¨ªticamente correcto? Valorarlo as¨ª podr¨ªa ser un error. En todo caso, son los peri¨®dicos espa?oles, con apenas cuatro excepciones, los que constituyen un reducto muy alejado de lo que, en este asunto, consideran buenas pr¨¢cticas nuestros colegas europeos. Diarios como el Frankfurter Allgemeine, Le Monde, Daily Telegraph o The Guardian no publican este tipo de anuncios. De hecho, la mayor parte de los diarios serios no los publican. The International Herald Tribune tom¨® la decisi¨®n de suprimirlos en 2003 al considerar que mantenerlos era incoherente con su l¨ªnea editorial.
No quiero, queridos lectores, que por tratar de ser ponderada en mis argumentaciones, crean que soy ambigua. Esta Defensora considera que esos anuncios no deber¨ªan publicarse en este diario. S¨¦ que se trata de una muy vieja pol¨¦mica y que los tiempos de crisis que vivimos no son los m¨¢s propicios para tomar una decisi¨®n de esta naturaleza. Pero teniendo en cuenta que la vicepresidenta del Gobierno se ha mostrado dispuesta a intervenir para que la prensa deje de publicar anuncios de contactos, tal vez fuera buena idea acelerar el debate. Mejor dar ejemplo, como hemos hecho otras veces, que actuar obligados. El art¨ªculo 1.29 del Libro de Estilo nos proporciona una buena analog¨ªa: "La l¨ªnea editorial del peri¨®dico es contraria al fomento del boxeo, y por ello renuncia a recoger noticias que contribuyan a su difusi¨®n". Si esto forma parte de nuestros principios, con mucha m¨¢s raz¨®n deber¨ªa figurar el de no contribuir con anuncios de contactos a una actividad que, adem¨¢s de denigrar a las mujeres, las convierte en esclavas.
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