M¨¢s honestos que honrados
La belicosa cohorte que le defiende insiste en la honestidad del presidente Francisco Camps cuando resulta evidente que nadie est¨¢ cuestionando ni por asomo su estricta moralidad en todo lo que le concierne de cintura para abajo, pues justamente se le reputa un casto var¨®n. Es m¨¢s, en este pa¨ªs, tal g¨¦nero de supuestas flaquezas nunca han sido un freno para el triunfo social o pol¨ªtico, pues no en balde prima la epic¨²rea e indulgente convicci¨®n de que Deu se'n riu dels pecats del piu. En modo alguno impidieron ¨¦stos, como se recordar¨¢, la apoteosis de un titular de la Generalitat que hilvan¨® su leyenda de seductor entre chismes, fantas¨ªas y hoscas envidias de no pocos, pero sin reproches.
Lo que en este caso se cuestiona, como decimos, no es la honestidad, sino la honra, la honorabilidad, que es otro cantar, incomparablemente m¨¢s grave, por mucho que el think tank presidencial, esos cerebritos que dise?an estrategias para diluir la galerna acusatoria que se abate sobre sus jefes, nos maquillen los hechos conocidos -trajes para unos, prebendas para otros- como nader¨ªas e incluso argucias urdidas en las alcantarillas del Estado y propaladas por perversos medios de comunicaci¨®n para demoler el prestigio de la Comunidad, as¨ª, sin matices, como si todos los valencianos tuvi¨¦semos que sentirnos involucrados o concernidos por lo que han sido conductas irregulares con apabullantes visos delictivos imputables a individuos p¨²blicos concretos y tramas corruptas o corruptoras suficientemente desenmascaradas.
Es obvio que el PP est¨¢ apostando fuerte -?qu¨¦ remedio!- con la esperanza de que su l¨ªder y el mariachi que le acompa?a en este infausto trance salgan indemnes del episodio judicial en el que andan inmersos. Es una esperanza m¨¢s trufada de necesidad que de fundamentos, pues, acaben los imputados sent¨¢ndose o no en el banquillo, a nadie que no est¨¦ ofuscado por el fanatismo partidario se le oculta que todo este divulgado c¨²mulo de torpezas personales y favoritismos desvergonzados de la Administraci¨®n auton¨®mica ha liquidado el cr¨¦dito pol¨ªtico de sus m¨¢ximos responsables, empezando por el jefe del ejecutivo, convertido definitivamente en reh¨¦n de la oposici¨®n y recurso f¨¢cil para todos los humoristas de Espa?a.
No solo claman los populares por la justicia de los tribunales, sino que adem¨¢s invocan el poder exculpatorio de los votos en las pr¨®ximas elecciones europeas, cuya victoria con creces ha sido ya anticipada por su m¨¢s eminente gur¨², el consejero Rafael Blasco, tan aguerrido en la defensa -nunca mejor dicho que a ultranza- del l¨ªder. Un raro espaldarazo de las urnas que nada tiene que ver con una resoluci¨®n judicial y, en cambio, tal como se aduce, m¨¢s bien nos parece un ejercicio de coprofagia, pues es sabido que por muchas moscas que la coman con gusto eso no cambia la naturaleza de la mierda, dicho sea con la debida licencia.
De remitirnos a este peculiar aval sobrar¨ªan estas diligencias y las que, por ejemplo, se siguen -o tal creemos- por los varios y presuntos delitos de Carlos Fabra, en Castell¨®n. All¨ª tambi¨¦n gana este pol¨ªtico por goleada todos los comicios, sin que ello le garantice la impunidad, aunque tal como andan las cosas por aquellos juzgados igual va a ser que s¨ª, que la tiene garantizada y que la mayor¨ªa de los votantes padece esa deficiencia democr¨¢tica a la par que escatol¨®gica.
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