Espl¨¢ se despide por la puerta grande
Ni en sus mejores sue?os hubiera imaginado Luis Francisco Espl¨¢ una despedida de Madrid como la que ayer tuvo la oportunidad de gozar. Salir a hombros de tu propio hijo, tambi¨¦n torero, por la puerta grande de Las Ventas entre el clamor popular debe ser una experiencia religiosa, inimaginable e inenarrable. Lleg¨® a la calle de Alcal¨¢ en volandas, con una paliza encima, desmadejado, casi desnudo, pero con una inmensa felicidad reflejada en su cara.
Le toc¨® el toro de su vida, en la plaza de su vida y ante la afici¨®n que m¨¢s lo ha querido y que lo tendr¨¢ ya para siempre en su recuerdo. Y Espl¨¢ se transfigur¨® en un consumado maestro, se entreg¨® ante un toro artista, lo tore¨® con su peculiar estilo a?ejo, pre?ado de torer¨ªa, templado y asentado, y provoc¨® el ¨¦xtasis en los tendidos. Mientras el torero se gustaba con la mano derecha en cuatro tandas cortas de muletazos que derrocharon hondura, gracia, elegancia y aroma, la plaza se desbord¨® de emoci¨®n incontenida, y vibr¨® como en las grandes tardes hist¨®ricas. De hecho, Espl¨¢ pas¨® ayer a la historia por esa faena que termin¨® con detalles excelsos de torer¨ªa -pases del desprecio, cambios de manos, recortes y afarolados-, y culmin¨® con una estocada defectuosa que ejecut¨® recibiendo, lo que provoc¨® el delirio general al grito un¨¢nime de "torero, torero".
Le toc¨® el toro de su vida, en la plaza de su vida y ante la afici¨®n que m¨¢s lo ha querido
Todo hab¨ªa comenzado a las ocho y cuarto de la tarde, cuando los clarines anunciaron el cambio de tercio. Espl¨¢ toma los av¨ªos y se dirige ceremonioso hacia el centro del ruedo, mientras la plaza se pone en pie y estalla en una atronadora ovaci¨®n. Desde la boca de riego, montera en mano, el torero brinda el toro a la concurrencia, gira sobre los talones, se lleva la mano al coraz¨®n, y lanza con altaner¨ªa la montera, que cae boca arriba, como se?al de mal ag¨¹ero.
Y comienza por alto, y el toro, Beato, de 620 kilos, rebosa en su embestida, y el torero se va confiando. Ah¨ª empez¨® la obra maestra, la entrega de toro, torero y p¨²blico, que desemboc¨® en la felicidad de todos.
Eran las ocho y treinta y un minuto cuando las mulillas iniciaban la vuelta al ruedo del toro. Espl¨¢ lo esper¨® sentado en estribo; de pronto, aparece Morante y se funde en un abrazo con el maestro. Espl¨¢ aplaude entusiasmado a Beato cuando pasa por su lado. La vuelta con las dos orejas fue verdaderamente apote¨®sica; tanto, que los tendidos le obligaron a dar una segunda.
Precioso de hechuras fue ese toro, colorao chorreao, muy bravo en el caballo, alegre en el segundo tercio, lo que permiti¨® que Espl¨¢ se luciera con las banderillas, y noble, muy noble y franco recorrido en la muleta. Un toro artista, un gran toro bravo y noble, para una tarde hist¨®rica.
Por cierto, hasta la salida del cuarto el ¨²nico protagonista fue el viento, un aut¨¦ntico vendaval huracanado que se llev¨® todo por delante, desde las ilusiones hasta los enga?os, que volaban como banderolas, dejaban a los toreros al descubierto y el ay en las gargantas. Nada fue posible ante enemigo tan invencible, agravado por la mala condici¨®n de los guapos toros de Victoriano del R¨ªo, broncos y deslucidos, que soltaban ga?afones y derrotes.
El viento era infame cuando estaba en el ruedo el primero de Morante, violento y ¨¢spero. El sevillano, que tambi¨¦n fue aplaudido antes de la salida del toro, lo intent¨® con el capote, quiso machetearlo por la cara muleta en mano, pero el animal se puso gazap¨®n, empeor¨® su condici¨®n y lo puso en serios apuros. Y el p¨²blico va y se enfada, y alguien se acordaba de la pregunta del castizo: ?Qu¨¦ quedr¨¢n...? La bronca fue cari?osa y tambi¨¦n injusta. Brind¨® a Espl¨¢ su segundo, otra prenda, y en sus palabras al alicantino se pudo adivinar la justificaci¨®n de Morante. "Lo siento, maestro, pero con el que me ha tocao...". S¨®lo pudo justificarse ante otro animal parado y violento.
Castella ven¨ªa a por todas y se jug¨® el tipo de verdad. Se empe?¨® en torear al tercero en el centro, donde las rachas de viento lo imposibilitaban, y estuvo valent¨ªsimo ante el sexto, al que banderillearon primorosamente Curro Molina y Pablo Delgado.
Todo hab¨ªa comenzado de dulce. Roto el pase¨ªllo, la plaza dedic¨® una sentida ovaci¨®n de homenaje al maestro que se desped¨ªa. Espl¨¢ invit¨® a Morante a compartir los honores, pero el sevillano se resisti¨® como pudo. Finalmente, se qued¨® en la bocana del burladero y se sum¨® a los aplausos del respetable. Nadie imaginaba entonces que Espl¨¢ se instalar¨ªa en la gloria de la tauromaquia, y que, a pesar de su madurez, hoy, cuando despierte, seguir¨¢ pensando que todo ha sido un sue?o maravilloso.
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