Un camino ins¨®lito
1 - Empiezo como puede que termine: a la deriva. Y lo hago pregunt¨¢ndome si tienen forzosamente las novelas que narrar una historia. La respuesta es sencilla: pretendan contarla o no, siempre la cuentan. Porque no hay un solo lector inteligente que, por mucho que le den a leer algo raro, e incluso la novela m¨¢s herm¨¦tica del mundo, no sepa leer una historia detr¨¢s del impenetrable texto que hayan podido darle. Ahora bien, ?qu¨¦ puede suceder si el lector es inteligente y en cambio el novelista no lo es? Sospecho que en esos casos tiene lugar siempre una gran fiesta. Me acuerdo de Georges Simenon, que dijo que no es en absoluto necesario que un novelista sea inteligente, sino todo lo contrario: cuanto menos inteligente sea, m¨¢s posibilidades se abren para ¨¦l de ser novelista. Sin duda llevaba toda la raz¨®n del mundo, porque yo he tratado a grandes novelistas a lo largo de mi vida y ninguno me ha parecido muy inteligente, sobre todo comparado con otras personas que he conocido: personas dedicadas a otras artes, negocios o ciencias.
Hay excepciones a esta regla y el novelista argentino Sergio Chejfec es una de ellas. Aunque, si lo pienso bien, este escritor es alguien a quien no le cuadra bien la palabra novelista, porque ¨¦l en realidad crea artefactos, pensamiento narrado antes que novelas. En Mis dos mundos, por ejemplo, nos recuerda que hay novelas con historias, pero tambi¨¦n novelas como la suya, que no son tan ortodoxas, aunque contienen tambi¨¦n historias. La que se cuenta en Mis dos mundos (Candaya) no es f¨¢cil de sintetizar, pero digamos que es la historia de un escritor que, a punto de cumplir los 50 a?os, y probablemente debido a esta fecha crucial, quisiera convertirse en un no escritor. Esto lo sabremos cerca del final, aunque es una ilusi¨®n que organiza el relato: la historia de un escritor que est¨¢ visitando una ciudad del Brasil y, mientras recorre su parque m¨¢s emblem¨¢tico, ve en ese gran espacio medio abandonado (incluyendo las barcas con forma de cisne o las aves cautivas) se?ales de su propia condici¨®n incompleta y una prueba c¨®smica de que cualquier autenticidad es imposible y de que "as¨ª como uno no elige el momento en que va a nacer, tambi¨¦n ignora los mundos variables que va a habitar".
2
- La caminata ocupa casi todo el libro. Es un paseo cargado de frases que disuelven -algunas de forma asombrosa- el sentido de frases que han aparecido p¨¢ginas atr¨¢s. All¨ª donde el narrador (cuyos dos mundos parecen confundirse tanto como en ocasiones se mezclan en el libro el estilo ensay¨ªstico con el narrativo) vacila y duda sobre lo que est¨¢ narrando, o bien se pregunta c¨®mo hacerlo, Chejfec, en el fondo, no se lo pregunta jam¨¢s. Es m¨¢s, est¨¢ entre quienes dominan con mayor maestr¨ªa tanto el arte de la digresi¨®n como el de la narraci¨®n en la literatura actual. Ante Chejfec, en una primera impresi¨®n recordamos a muchos autores admirados, y en un segundo momento -m¨¢s s¨®lido y perdurable en el tiempo- advertimos de que no se parece a nadie y que ha elegido un camino ins¨®lito, ¨²nico, muy diferenciado, que tarda en distinguirse a causa de las exigentes y muy personales b¨²squedas que el propio autor realiza en su narrativa.
Chejfec parece pertenecer a una casta de escritores que debi¨® comenzar a existir all¨¢ por los tiempos en los que Proust mostr¨® su desprecio por una novel¨ªstica reducida a un desfile cinematogr¨¢fico de las cosas. Siempre he pensado que ese tipo de desfiles, aparte de ser burdas traducciones de la vida interior del narrador, operaban perniciosamente, actuaban como impedimento para que pudi¨¦ramos hundirnos en el fragmento de una historia -o en el detalle de un fragmento de esa historia- y dedicarnos por fin a la deriva feliz que podr¨ªamos hallar, por ejemplo, en el an¨¢lisis a fondo de la condici¨®n de relato de un relato -nuestro propio mundo, sin ir m¨¢s lejos- desprovisto en realidad por completo -para qu¨¦ enga?arnos- de sentido.
Chejfec -muy injustamente poco conocido entre nosotros- destaca entre los novelistas que de un tiempo a esta parte vienen esforz¨¢ndose por traducir sus historias al pensamiento narrado, g¨¦nero del que, aun no sabi¨¦ndose mucho, se sabe al menos que escapa con inteligencia ensay¨ªstica de la corriente de aire limitado de los grandes novelistas con tendencia obtusa al desfile cinematogr¨¢fico de las cosas. ?He calificado de obtusa a esa tendencia? Voy bien. Perfecto. Veo que afortunadamente sigo paseando -como el discreto h¨¦roe de Mis dos mundos- a la deriva.
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