Y que paren los tanques
La enfermedad de Adolfo Su¨¢rez ha convertido al ex presidente en un ser sobre el que se vierten realidades y leyendas a las que ¨¦l no puede responder; ni las puede contar ni las puede desmentir. Alrededor de su figura silente, sin embargo, flotan an¨¦cdotas o sucesos que la historia va perfilando, y que convierten su ¨¦poca en un territorio en el que se mezclan la ilusi¨®n, la intriga y el navajeo, en gran parte en el seno de su propio partido, que al fin le hizo tirar la toalla. Aqu¨ª se re¨²nen, recogidas de testimonios fiables, a veces contradictorios, muchas veces pr¨®ximos, algunas de las an¨¦cdotas que en su tiempo fueron met¨¢foras de la vida de Espa?a, en una ¨¦poca en que los militares vigilaban su acci¨®n democratizadora y sus correligionarios trataban de someter su huella a un barrido permanente. La evidencia de que Su¨¢rez est¨¢ ausente a?ade misterio a los sucesos, sobre los que se alimenta una bruma que ¨¦l mismo ya no podr¨¢ despejar.
Organiz¨® maniobras militares para dejar sin gasolina a los tanques e impedir una reacci¨®n a la legalizaci¨®n del PCE
Era un pol¨ªtico, no un intelectual. Las familias de la UCD quisieron afe¨¢rselo. La normalidad era un pu?al tras otro
? "Mi General, no se lo crea". Franco le dijo a Adolfo Su¨¢rez, cuando ¨¦ste acababa de ser nombrado gobernador civil de Segovia:
-Dice usted que la provincia est¨¢ mal. Pues yo voy y me vitorean.
-Mi general, no se lo crea.
Franco lo sab¨ªa, pero Su¨¢rez le refresc¨® la memoria. "Ya sabe usted c¨®mo se preparan esas visitas. Las aclamaciones las preparamos muy bien".
-Bueno, Su¨¢rez -le dijo Franco-, espero que no haya venido s¨®lo a traerme problemas. Deme soluciones.
-Si usted me deja usar su nombre un d¨ªa la provincia se arregla.
-Es usted muy audaz, Su¨¢rez. H¨¢galo, y luego me cuenta.
Y el joven gobernador civil se fue a ver a Laureano L¨®pez Rod¨®, director del Plan de Desarrollo, correligionario de Fernando Herrero Tejedor, del Opus, el hombre que le hab¨ªa recomendado a Franco.
-Me ha dicho Franco que debemos declarar Segovia Provincia de Acci¨®n Especial.
-Eso es una barbaridad. ?Cien millones de pesetas de libre disposici¨®n!
-Pues llame usted al Pardo y se lo explica al general.
L¨®pez Rod¨® fue m¨¢s astuto: hizo que su secretario llamara al Pardo: "?Ha estado por ah¨ª Adolfo Su¨¢rez?". Hab¨ªa estado, "acaba de salir".
Franco le envi¨® despu¨¦s a Segovia al joven Pr¨ªncipe. Don Juan Carlos fue con su cu?ado, Constantino, a comer a C¨¢ndido. Le esperaban las c¨¢maras de TVE, y un exultante gobernador.
Hubo qu¨ªmica. El pr¨ªncipe le pregunta al gobernador lo que Franco ya le hab¨ªa preguntado, qu¨¦ habr¨ªa que hacer cuando se produzcan "las previsiones sucesorias".
Fue entonces cuando Su¨¢rez le prepara un papelito que ahora est¨¢ entre los papeles de Su¨¢rez (y del Rey). Algunos lo han visto; otros niegan su existencia. Su¨¢rez lo cita: "Este proyecto pol¨ªtico, que ten¨ªa concretado incluso por escrito, en notas y esquemas, era conocido -y pienso que compartido- por algunas de las m¨¢s altas instancias del Estado, y lo expliqu¨¦ a todas las personas a las que ofrec¨ª formar parte de mi primer Gobierno y que me interrogaron sobre el dise?o pol¨ªtico de la etapa de gobierno que se abr¨ªa". Lo dijo en Diario 16 en 1983. A¨²n hoy se discute si existe o no.
Seg¨²n quienes s¨ª lo han visto, en el papelito se establecen las l¨ªneas maestras de la Transici¨®n. Devoluci¨®n de la soberan¨ªa al pueblo. Una Constituci¨®n acordada por todos. Amnist¨ªa. Partidos Pol¨ªticos.
Era finales de 1969. Siete a?os m¨¢s tarde el papel iba a resurgir, en manos de don Juan Carlos, que ya era Rey. Se lo dio a Su¨¢rez, despu¨¦s de darle un susto, el d¨ªa en que lo eligi¨® presidente del Gobierno.
? Por "Un desastre sin paliativos". La herencia de Franco fue Carlos Arias Navarro. Con ¨¦l en la presidencia del Gobierno era muy dif¨ªcil poner en marcha el papel de Segovia. Y el Monarca se vali¨® de un periodista extranjero para dinamitar al heredero. Don Juan Carlos dijo que Carlos Arias Navarro era "a resounding disaster", un desastre sin paliativos. Arias era un personaje inc¨®modo, representaba al R¨¦gimen, era un obst¨¢culo para la amnist¨ªa, para la creaci¨®n de partidos pol¨ªticos... Dimiti¨®, y comenz¨® en efecto el proceso sucesorio que Franco hab¨ªa querido dejar atado y bien atado...
Su¨¢rez sab¨ªa que ir¨ªa en la terna, y los otros cuyos nombres llegaron al Consejo del Reino (Areilza, L¨®pez Bravo) cre¨ªan que el nombre del ex gobernador, cachorro del R¨¦gimen, ligado al Movimiento, era una manera de completar una lista. Torcuato Fern¨¢ndez Miranda cumpli¨® la misi¨®n; y pronunci¨® esa frase que la historia ha consolidado como la expresi¨®n que explica mejor que nada la voluntad que ten¨ªa el Rey de nombrar a Su¨¢rez presidente del Gobierno: "Estoy en condiciones de dar al Rey lo que el Rey me ha pedido".
Las grandes familias (Areilza, L¨®pez Bravo) se hab¨ªan dedicado a debilitarse mutuamente, a batir al contrario, y el advenedizo se qued¨® con el cetro. Un cuarto hombre, Manuel Fraga Iribarne, se hab¨ªa quedado lejos de la pugna, y en ello ve¨ªa la sombra del ex gobernador. Un d¨ªa le dijo en los ba?os del Congreso:
-Jam¨¢s te perdonar¨¦ que me hayas jubilado doce a?os antes.
Y entre los que aspiraban era Areilza el que se supon¨ªa m¨¢s seguro. La leyenda dice que en uno de aquellos d¨ªas alguien llam¨® a su casa, y alguien respondi¨®:
-El presidente est¨¢ descansando.
? "Se?or, arreglando unos papeles". A Su¨¢rez le parec¨ªa evidente que el Rey quer¨ªa que fuera su primer ministro, pero el Rey le hizo sufrir. Era julio, y la familia se fue a Baleares, a buscar sitio donde pasar agosto. La terna hab¨ªa sido dilucidada, y el resultado estaba en manos de don Juan Carlos. S¨¢bado, un d¨ªa sin gloria, y el ex gobernador que le entreg¨® aquel papelito en Segovia despachaba sus nervios m¨¢s que sus asuntos en la casa familiar, en Puerta de Hierro. "Este t¨ªo no me llama".
A las tres de la tarde llam¨® el Rey. ?Qu¨¦ haces? "Aqu¨ª, ordenando unos papeles". Vente para ac¨¢.
Ac¨¢ era el palacio de La Zarzuela, un lugar lleno de vericuetos, pasillos y antedespachos. Le pusieron en un despacho solitario; en un aparcamiento inmenso hab¨ªa quedado empeque?ecido su Seat 127, y ¨¦l se sent¨ªa empeque?ecido. Hasta que un grito -"?Uhhhhh!"- le despierta del sopor y le provoca finalmente una carcajada. Es el Rey, que le quiere asustar. No le dice nada; se sienta ante una mesa de despacho y de un caj¨®n saca un papelito. Le dice:
-Esto que me dijiste en Segovia hay que llevarlo a cabo.
? "Es tu oportunidad". El papelito dice (seg¨²n quienes lo vieron, o lo citan) que hay que desmontar el R¨¦gimen, m¨¢s o menos.
?l est¨¢ capacitado para el haraquiri, porque forma parte de la corte que se quiere desmontar, la corte del franquismo. Y cuando el haraquiri se produjo de hecho (en las Cortes) se pudo ver en la televisi¨®n su rostro. Uf, lo hemos hecho. Esto va a poder ser. Eso dijo. No est¨¢ grabado, pero eso dijo. Esto va a poder ser. Ah¨ª naci¨® la transici¨®n, que ¨¦l llamaba La Transici¨®n. Federico Ysart, un destacado colaborador de ¨¦l, le regala un cuento de El Capit¨¢n Trueno, cuenta Carlos Abella. Es un momento culminante. ?l est¨¢ feliz, y le van a odiar. Esa noche se afilan al tiempo la admiraci¨®n y el odio. ?l lo sabe.
Su compromiso democr¨¢tico fue inminente, caliente todav¨ªa el cuerpo m¨ªstico del franquismo: habr¨¢ elecciones libres en el plazo de un a?o. Las adelant¨®, casi sin haber organizado un partido pol¨ªtico que ¨¦l pudiera usar como su propia plataforma. Es l¨ªcito pensar que hasta el Rey tembl¨®: o sea, se monta el equipaje de una democracia y el pa¨ªs queda en manos de los socialistas y de los comunistas (¨¦stos a¨²n eran ilegales), que son los ¨²nicos que est¨¢n organizados.
Quiz¨¢ ese aliento de las alturas convenci¨® a Su¨¢rez para formar Uni¨®n de Centro Democr¨¢tico, acuciado tambi¨¦n por la evidencia de las encuestas: si no se presentaba, o si presentaba la derecha que ven¨ªa de Franco (Fraga y los suyos), el triunfo socialista iba a ser redondo, rotundo.
Es l¨ªcito pensar que dir¨ªa para s¨ª que esa era una oportunidad, que no ser¨ªa muy inteligente desperdiciarla. Alrededor hab¨ªa voces que le animaban a desanimarse: eres el presidente interino, no te aproveches de tu interinidad. Esas voces provocaban una coalici¨®n en torno a Fraga. "Nos equivocamos, con esto nos equivocamos".
Descartada la idea de la mayor¨ªa natural, Su¨¢rez se quedaba al mando del centro, que seg¨²n su criterio era el ¨²nico que pod¨ªa aglutinar m¨¢s votos que Felipe y Carrillo. En febrero de 1977 Su¨¢rez tiene sobre la mesa un macrosondeo que le da la victoria a Gonz¨¢lez sobre la coalici¨®n de Fraga; y es entonces cuando se produce la inquietud que acelera la construcci¨®n de UCD. Una construcci¨®n precipitada en cuya virtud (electoral) llev¨® su penitencia (de futuro): una aglomeraci¨®n cuyo cemento era Su¨¢rez..., hasta que dinamitaron el cemento desde todos los sectores de esa entente.
Y ah¨ª estaba el Ej¨¦rcito, que entonces era el de Franco, y no el de 1982. Vigilante, el Ej¨¦rcito que luego dio un golpe y varias intentonas. Vigilando a Su¨¢rez, que estaba enfrascado en crear un partido sin darse cuenta de que estaba creando, tambi¨¦n, una reuni¨®n de notables y que cada uno iba a ser de su padre y de su madre. Su¨¢rez los sumaba, todav¨ªa, y opt¨® por aquella frase, "puedo prometer y prometo", para contarles a los ciudadanos que en efecto ¨¦l era el garante de aquella amalgama.
Era una jaula de grillos, pero ganaron. Uno de aquellos gallos en el gallinero de UCD le envi¨® a Su¨¢rez, cuando empezaron a escucharse los ruidos que dinamitaron UCD, un volumen de primero de Derecho. Para que aprendas. La iron¨ªa fue un s¨ªmbolo de iron¨ªas m¨¢s gruesas. Era un pol¨ªtico, no era un intelectual; las familias quisieron afe¨¢rselo. Pero ¨¦l quiso seguir, hasta la Constituci¨®n, en 1978. Desde entonces aquel tipo siente en su rostro, en sus discursos, en su vida cotidiana, la decepci¨®n.
Y en 1980, en agosto, ya empieza a decirle a sus ¨ªntimos que est¨¢ harto, que se va. Est¨¢ harto de gestionar la normalidad en que se ha instalado el partido; sabe que ya est¨¢ construido el esqueleto del Estado, pero ¨¦l no es feliz. Y la normalidad es un pu?al tras otro. Afilados. Est¨¢ tocado. La melancol¨ªa no se combate con caf¨¦ con leche y tortilla francesa. Pero ¨¦l trata de combatir as¨ª al ogro del desafecto.
? "Que el Ej¨¦rcito maniobre". Lo que Su¨¢rez ve alrededor, el d¨ªa electoral de 1977, es que excepto Fuerza Nueva todo el mundo rema hacia una ilusi¨®n que entonces no se llamaba a¨²n movida. La campa?a ha sido rudimentaria, hecha casi con el boca a boca. Y en La Moncloa sigue los resultados desde una peque?a terminal de ordenador cuya pantalla desprende letras de f¨®sforo verde... El resultado es su triunfo, y un alivio, parece, para el Rey.
Hab¨ªa ganado las primeras elecciones. Estaba en condiciones de decir que hab¨ªa acabado ¨¦l, que fue uno de sus ep¨ªgonos, con el franquismo. Sus aliados para gobernar aquel pa¨ªs que ten¨ªa al Ej¨¦rcito vigilante no estaban en la derecha, ¨¦l lo sabe, estaban en Santiago Carrillo. La relaci¨®n hab¨ªa sido rara, y pactada. Con Felipe Gonz¨¢lez desarrollar¨ªa m¨¢s tarde una relaci¨®n m¨¢s frecuente, pero Carrillo era un confidente m¨¢s fiel, o m¨¢s c¨®modo o seguro para ¨¦l. Si la derecha extrema (que quer¨ªa perpetuarse) hubiera sabido de la frecuencia con que se encontraban, el pa¨ªs a lo mejor hubiera sido a¨²n m¨¢s explosivo.
Se juntaban en las reuniones de Carrillo y Su¨¢rez el que hizo la guerra y era antifranquista y el que no la hizo y fue franquista. Sabemos qu¨¦ pas¨®, no queremos que se repita. Y Carrillo quer¨ªa una contrapartida obvia: que el PCE fuera legalizado. No pod¨ªan celebrarse las elecciones democr¨¢ticas con su fuerza pol¨ªtica en la penumbra. Su¨¢rez tambi¨¦n lo sab¨ªa. Pero quer¨ªa prendas. Carrillo ten¨ªa que aceptar la Monarqu¨ªa parlamentaria, la Corona. A Su¨¢rez no le importaba demasiado que Carrillo no se fiara de un hombre del R¨¦gimen. "No importa, no te f¨ªes. Dilo. Me viene bien que lo digas. Ponme verde. No se te ocurra elogiarme".
El pacto fue en casa de Jos¨¦ Mario Armero, el presidente de Europa Press. Fumaron hasta el amanecer. Carrillo acept¨® la bandera, renunci¨® a la Rep¨²blica..., si el clima hubiera seguido as¨ª ?hubiera aceptado hasta el crucifijo!
Y as¨ª hasta que se produjeron aquellas renuncias comunistas que fueron cayendo como la ceniza de los incontables pitillos. Carrillo iba a ser legalizado. Y Su¨¢rez iba a ser amigo suyo (en la clandestinidad; una amistad aparente era un suicidio..., los militares vigilaban).
Ven¨ªa el S¨¢bado Santo de 1977, poco antes de las elecciones, y el Ej¨¦rcito segu¨ªa vigilante, sigui¨® vigilante. Su¨¢rez sab¨ªa que el Ej¨¦rcito iba a reaccionar si no actuaba con sigilo, o con audacia. Eligi¨® la audacia, no bastaba con hacerlo en Semana Santa.
?l segu¨ªa teniendo muy buenos amigos en ?vila, su tierra natal, y los ten¨ªa tambi¨¦n en la Academia de Intendencia. Busc¨® complicidades, all¨ª y aqu¨ª, y organiz¨® para abril unas maniobras militares de todas las unidades de Madrid.
Para qu¨¦, Adolfo.
?l no lo dijo entonces, ni se dijo en aquel momento, nadie lo sospech¨® en ese instante. Pero en la secreta intenci¨®n del presidente estaba dejar sin reservas (de gasolina, de armas) los tanques del Ej¨¦rcito.
As¨ª no podr¨ªa haber movimiento de tropas..., y lleg¨® el S¨¢bado Santo y Su¨¢rez pudo ofrecerle a Carrillo (y a los comunistas, y en realidad a la sociedad espa?ola) el triunfo principal de su mus democr¨¢tico: la legalizaci¨®n del PCE. Sin que el Ej¨¦rcito pudiera, aunque hubiera querido, mover pieza.
Cuando se repuso del susto el Ej¨¦rcito, o muchos de sus mandos, ya Carrillo hab¨ªa hecho su rueda de prensa..., "poniendo a parir" a Adolfo Su¨¢rez. Lo acordado, una cosa, la legalizaci¨®n, y la otra, arremeter contra el amigo presidente. "Si me pones bien me hundes".
? El papelito. Se habla mucho del papelito que Su¨¢rez le hizo al Rey cuando ¨¦ste era el Pr¨ªncipe. ?Lo han visto otros, aparte de ellos dos? Quiz¨¢ lo vio Torcuato Fern¨¢ndez Miranda; es posible que lo haya visto Fernando Abril Martorell, que fue amigo y vicepresidente de Su¨¢rez; y es probable que lo haya visto Constantino de Grecia, el cu?ado del Rey. ?Existi¨®? Un libro de Jos¨¦ Ram¨®n Saiz de 1979, el a?o de las primeras elecciones democr¨¢ticas, asegura que s¨ª. Lo dice: "Sus ideas claras, imaginaci¨®n y juventud, despertaron una gran atenci¨®n de don Juan Carlos. Fue entonces cuando Adolfo Su¨¢rez elev¨® al Rey un informe sobre el desarrollo pol¨ªtico de la transici¨®n". Seg¨²n este testimonio, fue dos a?os antes de ese nombramiento cuando el Rey hizo el encargo. Carlos Abella cuenta tambi¨¦n (en su biograf¨ªa ahora reeditada por Espasa) la trayectoria de ese papel. Franco le hab¨ªa preguntado a Su¨¢rez cuando ¨¦ste le fue a presentar a la junta directiva de la Uni¨®n del Pueblo Espa?ol. "Esta asociaci¨®n pol¨ªtica", le dijo Su¨¢rez a Franco, "no es m¨¢s que un embri¨®n imperfecto e insuficiente del pluralismo pol¨ªtico que ser¨¢ inevitable cuando se cumplan las previsiones sucesorias". Abella cuenta que Franco "le pidi¨® que se quedara, pregunt¨¢ndole por qu¨¦ hab¨ªa puesto tanto empe?o en hablar de que la democracia era inevitable, a lo que Su¨¢rez contest¨®: 'Porque estoy convencido de que es as¨ª, Excelencia. La llegada de la democracia ser¨¢ inevitable porque lo exige la situaci¨®n internacional. (...) Cuando Franco falte, ese deseo de futuro democr¨¢tico ser¨¢ imparable". Abella dice que a Franco aquello no debi¨® gustarle mucho, porque a algunos les dijo que Su¨¢rez estaba traicionando el esp¨ªritu de Herrero Tejedor, su mentor. Y eso fue porque Franco supo que don Juan Carlos le hab¨ªa pedido a algunos colaboradores de Herrero -y tambi¨¦n a Herrero- papeles sobre la transici¨®n. Y a Su¨¢rez le sent¨® fatal haber cre¨ªdo que don Juan Carlos tan s¨®lo se lo hab¨ªa pedido a ¨¦l...
Charles Powell, director de la Fundaci¨®n Transici¨®n Espa?ola, que est¨¢ preparando una biograf¨ªa de Su¨¢rez, desconf¨ªa de la existencia de ese papelito, aunque es cierto que Su¨¢rez, en un coloquio sobre la transici¨®n habido en el seno de la Fundaci¨®n Ortega y Gasset, en 1983, se hab¨ªa referido a que el entonces Pr¨ªncipe le hab¨ªa pedido opini¨®n en 1971. "Lo cont¨® con mucha gracia", nos dec¨ªa el historiador Powell. "Dec¨ªa que en un momento determinado, despu¨¦s de hablar con don Juan Carlos, que las ideas sobre c¨®mo salir del franquismo pasaban por sus manos..., hasta que supo que el Pr¨ªncipe hab¨ªa consultado tambi¨¦n a much¨ªsima gente. ?No era el ¨²nico! Lo cont¨® con mucha gracia, y quit¨¢ndose importancia".
? La alegr¨ªa, la tristeza. Le pregunt¨¦ a los dos historiadores qu¨¦ alegr¨® a Su¨¢rez, qu¨¦ lo hiri¨®. Powell: "Le alegraba contar la entrada de La Pasionaria y de Rafael Alberti al hemiciclo. Le llenaba de emoci¨®n contarlo. Y haber convencido a Carrillo para que le ayudara a llevar adelante su proyecto. Contaba la primera reuni¨®n, en el chalet de Jos¨¦ Mario Armero, como se cuenta una experiencia inolvidable. Haberse ganado a Carrillo. Fue una victoria para ¨¦l, en contra de Osorio y de Torcuato, que no quer¨ªan ni que se viera con ¨¦l. ?Lo peor? Su relaci¨®n con su propio partido. Pero no era un hombre rencoroso; todos tendieron a minusvalorarlo, y eso le dio fuerza". Abella: "Hasta en sus derrotas no te lo pod¨ªas imaginar postrado. ?Sus errores? No acompa?ar a las v¨ªctimas del terrorismo en los entierros de los ochenta, cuando cayeron tantos compa?eros suyos. Su gran momento fue cuando se resolvi¨® la Reforma Pol¨ªtica. Estaba exultante. Su gran momento".
? "Me voy". Supo pronto que se ir¨ªa; Helmut Schmidt, el canciller alem¨¢n, le avis¨®, en La Moncloa, de que sus correligionarios socialistas ir¨ªan a por ¨¦l, con todas las armas. "Pero si me voy". El pol¨ªtico alem¨¢n le escuch¨®. Era 1979, tras las elecciones. Los enemigos ya no eran s¨®lo los socialistas; y ¨¦l hab¨ªa decidido marcharse "en cuanto se organizara el sistema en torno a la Corona". UCD estaba ya en una guerra de todos contra todos, y para seguir Su¨¢rez no ten¨ªa sino el d¨¦bil p¨¢lpito de sus intuiciones. Dec¨ªa entonces que ¨¦l seguir¨ªa apoyando incluso a los que lo apu?alaban, si ¨¦stos tomaban el mando. Le apu?alaban. Por todas partes. Las turbulencias de 1980 (moci¨®n de censura, congreso agitado de UCD) bajan la moral de Su¨¢rez y lo ponen en el extremo de la melancol¨ªa, donde habita la rabia. En el verano gallego pasa del "no puedo seguir" al "me voy".
Ah¨ª, entre aquellas brumas de verano, perge?a el cambio; si convoca elecciones gana el PSOE, y esa perspectiva considera entonces que puede ser nociva para el sistema que ten¨ªa en mente; por eso deposit¨® el legado en Leopoldo Calvo Sotelo, un candidato de consenso entre las familias de UCD que estaban a la gre?a. El 23-F simboliza el final de un camino; la bruma en la que ahora vive Adolfo Su¨¢rez lanza sobre su figura una niebla que nubla tambi¨¦n con el aire de las leyendas tanto sus fracasos como sus logros, su ambici¨®n, su derrota y su triunfo.
"...Y de tu desventura no murmurar despu¨¦s". Ya no lee a Kipling, ya no sabe nada, s¨®lo que quienes le saludan con afecto son sus amigos. Y cada d¨ªa se renuevan para ¨¦l, aunque sean los mismos, y casi siempre son sus hijos. ?l no sabe nada. Se levanta, feliz, camina. Se mueve en la historia como un nombre pero su propia memoria es una bruma a la que no llega ni la leyenda.
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