Lectura est¨¦tica de las ¨²ltimas elecciones
Se podr¨¢ dudar de la palabra del sastre que confeccion¨® los trajes de los que tanto se habla en la prensa espa?ola ¨²ltimamente, pero no de su profesionalidad: a sus destinatarios los trajes les sientan de maravilla.
As¨ª que, si yo fuera el juez, seguir¨ªa investigando por ah¨ª, puesto que, aunque no deja de ser cierto lo que dijo el presidente del partido al que aquellos pertenecen de que nadie se vende por cuatro trajes, no es menos cierto que, si ¨¦stos est¨¢n tan bien cortados como se ve, cualquiera puede caer en la tentaci¨®n de pon¨¦rselos, m¨¢xime si, como es el caso, ha de cambiar de traje a diario en funci¨®n del cargo que ostenta, siempre al servicio de los dem¨¢s, por supuesto.
Algo pasa en un pa¨ªs cuando la corrupci¨®n no penaliza sino que favorece
Igualmente, y aunque nuestra Constituci¨®n ampare la presunci¨®n de inocencia de todos los espa?oles, incluidos aquellos a los que, como los del caso G¨¹rtel, el aspecto delata s¨®lo con verlos (la fotograf¨ªa de la explanada de El Escorial con Correa y El Bigotes desfilando con chaqu¨¦ en el convite de Agag y Aznar servir¨ªa como prueba acusatoria en cualquier juicio), si yo fuera el juez del caso, seguir¨ªa los pasos de los imputados aunque solamente fuera por aquello que dicen los americanos de que, si un ave anda como un pato, vuela como un pato y nada como un pato, lo normal es que sea un pato (en Espa?a hay otra versi¨®n de ese silogismo, m¨¢s costumbrista y menos av¨ªcola, que es esa que asegura que, si alguien lleva casco, hacha y manguera, lo normal es que sea bombero).
Lo que no comprendo, en cambio, dicho sea con todos los respetos hacia quienes act¨²an y piensan de modo diferente, es la insistencia de los partidos de izquierda en utilizar esos casos de corrupci¨®n, as¨ª como otros varios que salpican al Partido Popular desde hace tiempo, como arma en la batalla partidista cuando la realidad demuestra que al electorado conservador la corrupci¨®n no s¨®lo no le preocupa, sino que la considera consustancial a la actividad pol¨ªtica, incluso digna de admiraci¨®n y aplauso (siempre y cuando, eso s¨ª, la protagonicen personas de su ideolog¨ªa; otra cosa es que afecte a los contrarios), como recientemente han vuelto a demostrar los resultados de las ¨²ltimas elecciones al Parlamento Europeo.
?O c¨®mo explicar si no que las comunidades m¨¢s afectadas por esos casos de corrupci¨®n, incluso con personas ya imputadas por los jueces, sean precisamente donde el partido al que pertenecen mejores resultados ha obtenido, incluso acrecentando su n¨²mero de votos?
Cierto que existen otros factores (la crisis econ¨®mica, por ejemplo, o la abstenci¨®n de muchos votantes, especialmente en ciertas regiones) que explican esos resultados, pero lo que parece claro es que la que los partidos de izquierda cre¨ªan iba a ser su baza principal en esa cita se ha demostrado no s¨®lo inocua, sino hasta revitalizadora para sus opositores; tan revitalizadora que algunos de ¨¦stos han llegado a argumentar, ignorando los principios democr¨¢ticos m¨¢s b¨¢sicos (el de la divisi¨®n de poderes, el primero, y el de la independencia de los jueces, el segundo) que esos buenos resultados obtenidos en las urnas supon¨ªan de hecho una absoluci¨®n de los imputados en los citados esc¨¢ndalos de corrupci¨®n. Un argumento que servir¨ªa para que cualquier persona con cuentas con la justicia se presentara a unas elecciones esperando a que las urnas revocaran la decisi¨®n del juez.
Algo pasa en un pa¨ªs cuando la corrupci¨®n no s¨®lo no penaliza a quienes se benefician de ella sino que les favorece. En los ¨²ltimos d¨ªas se han hecho muchos an¨¢lisis sobre el asunto, comparando el caso de Espa?a con los de otros pa¨ªses de nuestro entorno (el de la Italia de Berlusconi o el del Reino Unido de Gordon Brown, tan parecidos a primera vista, pero resueltos por la poblaci¨®n de modo muy diferente), pero nadie se atreve a decir lo que muchos sospechamos o pensamos ya hace tiempo: que la sociedad espa?ola tiene un problema muy grave y ¨¦ste no es tanto la crisis econ¨®mica, que existe, eso es evidente, cuanto la moral y est¨¦tica. Y esa crisis, que es ya antigua (viene de la dictadura, incluso de m¨¢s atr¨¢s), se ha acentuado en estos ¨²ltimos tiempos al socaire de la bonanza econ¨®mica que el pa¨ªs ha vivido durante a?os y de una cultura, o incultura, la de la picaresca, que, arraigada en nuestro car¨¢cter (el espa?ol presume de listo, nunca de honrado, ni de trabajador), se adapta a cada momento en funci¨®n de sus caracter¨ªsticas.
El problema principal es que quienes deber¨ªan solucionar esa crisis (que no se arregla con inyecciones de dinero, como la econ¨®mica, sino con el ejemplo y la educaci¨®n de la poblaci¨®n) son los que m¨¢s contribuyen a acrecentarla, los unos utilizando la corrupci¨®n como munici¨®n pol¨ªtica, pero sin preocuparse mucho por lo que de verdad supone, y los otros protegiendo a los corruptos con el desvergonzado argumento de que las urnas no le condenan.
Julio Llamazares es escritor.
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