Lavadero
Recuerdo el lavadero que exist¨ªa, cuando yo era ni?a, detr¨¢s del antiguo mercado del barrio de Gros. Lo recuerdo muy bien porque all¨ª, en verano, sol¨ªan representarse funciones de gui?ol. Y a m¨ª me encantaban las aventuras de Color¨ªn y compa?¨ªa, me fascinaban aquellas voces grandes que surg¨ªan de los cuerpos diminutos de las marionetas. Y es muy posible que all¨ª mismo empezara yo a interrogarme sobre cu¨¢les son los lugares m¨¢s propios de la cultura, y a comprender que ¨¦stos no siempre se sit¨²an donde parece. La vida me ha llevado a frecuentar, casi por las mismas razones, otro lavadero, el de Loiola, donde hoy se ubica la Casa de Cultura de ese barrio, que se ha ido convirtiendo con los a?os en un entorno de privilegio para la poes¨ªa. All¨ª hemos tenido la oportunidad de escuchar, muchas veces, palabras esenciales, en el sentido de vigentes, relucientes, capaces de comunicar sin desfallecimiento ni desgaste. Palabras de verdad. All¨ª, hace muy pocos d¨ªas, un joven poeta, Claudiu Komartin, recitaba en rumano a Gabriel Aresti -precisamente Egia bat esateagatik- en uno de los actos m¨¢s emocionantes de Literaktum,
Volvemos a necesitar expresarnos contra el terrorismo. El asesinato de Eduardo Puelles Garc¨ªa nos devuelve a ETA en su macabra repetici¨®n; y nos obliga a conjugar en presente lo que quer¨ªamos (tanto) que fuera definitivamente pasado; y a poner una vez m¨¢s en nuestras mentes y en nuestros labios las mismas emociones y las mismas palabras de rechazo, resistencia, condena. Pero siendo las mismas tienen que ser nuevas, expresarse como reci¨¦n nacidas, sin desfallecimiento ni desgaste. Porque sin duda ETA siempre tiene eso entre sus intenciones, siempre persigue eso: adem¨¢s del sufrimiento personal y social, el desgaste, la p¨¦rdida progresiva de ¨ªmpetu, de aliento, de confianza en el valor combativo y movilizador del lenguaje. Como si por decir tantas veces contra el terrorismo pudiera parecernos que todo est¨¢ ya dicho, que no hay m¨¢s que decir o que no vale la pena seguir diciendo.
Tal vez por esa raz¨®n, al enterarme de este nuevo crimen, se me ha colado, entre los pensamientos tristemente reconocidos y las emociones desgraciadamente familiares, la imagen de esos lavaderos convertidos en escenarios donde resuenan palabras claras y rotundas, inmunes al desaliento, la dejadez, la ambig¨¹edad, la (in)diferencia. Tras el atentado que le ha costado la vida a Eduardo Puelles, el lehendakari ha dicho -entiendo que condenando y ahuyentando a un tiempo fantasmas del pasado- que ETA ha asesinado a "un trabajador de este pueblo; a uno de los nuestros como todas las v¨ªctimas del terrorismo". Y yo he escuchado sus palabras como si hubieran sido dichas en uno de esos lavaderos, o como si representaran el cimiento de un lavadero de lenguaje contra el terrorismo; de un espacio p¨²blico, decidido y definitivo, de expresiones sin distingos, sin reservas ni ambig¨¹edades, de dichos dispuestos a confirmarse en hechos.
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