No es Tiberio
Que algo huele a chamusquina en Italia lo notas enseguida cuando en cualquier colmado puedes encontrar unas extra?as cervezas en cuyas etiquetas aparecen distintos retratos de Mussolini o de Hitler, ambos en actitud desafiante, bajo el pretexto de que se trata de "cervezas de la historia". Pero esto es menos elocuente que la ausencia de signos de protesta contra la deriva de la pol¨ªtica italiana. Viv¨ª varios a?os en Italia y he vuelto a ella siempre que he podido, pues no creo que haya un destino mejor. Sin embargo, en mi ¨²ltimo viaje, hace s¨®lo unos d¨ªas, he tenido una rara impresi¨®n de conformidad colectiva. Ning¨²n cartel contra Berlusconi, ninguna pintada contra las medidas recientemente adoptadas por el Parlamento.
Frente a lo que cabr¨ªa esperar, los italianos hablan poco del asunto, y eso, desde luego, contribuye a incrementar la sensaci¨®n de extra?eza. La patria de Fellini deber¨ªa disfrutar del espect¨¢culo ya que, de momento, no ha podido evitarlo. Y no obstante, por regla general, se impone un imprevisto silencio. Y el visitante, por m¨¢s que conozca el pa¨ªs, le cuesta adivinar los componentes que conforman este silencio: algo de hast¨ªo y mucho de esa peligrosa inercia a trav¨¦s de la que hist¨®ricamente el hombre qualunque se lanza de vez en cuando en el precipicio.
Si Berlusconi fuera un nuevo Tiberio, como con mucho moralismo y poca cultura insiste cierta prensa europea, los perfiles ser¨ªan n¨ªtidos; pero entre el anciano libertino de Capri y el rey buf¨®n de Cerde?a, las ¨²nicas coincidencias son la edad y el lujo insular. Por lo que nos cuentan los historiadores, Tiberio, que fue un notable emperador, sucumbi¨® en sus ¨²ltimos a?os a una suerte de permanente org¨ªa destructiva y autodestructiva. Con relaci¨®n a este frenes¨ª demoniaco, la depravaci¨®n de Berlusconi, de creer a las cortesanas de poca monta que le acompa?aban, consiste en trasladar a su realidad ¨ªntima la televisi¨®n detritus que tanto ha contribuido a crear hasta conseguir, casi, un r¨¦gimen de monopolio visual con el que chantajear a sus compatriotas. Y escapar al libertinaje de la zafiedad puede ser m¨¢s dif¨ªcil que evadirse del terror de un Tiberio.
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