No basta votar
Bien se sabe que la democracia no es s¨®lo elecciones, condici¨®n necesaria pero no suficiente. Una democracia supone un gobierno electo por el pueblo; como dice Popper, procedimientos no violentos para sacudirse una mala administraci¨®n; la adecuada autonom¨ªa de los poderes de gobierno; la vigencia consentida de un Estado de derecho y el respeto general por las libertades y garant¨ªas de los ciudadanos.
En el umbral del Bicentenario de nuestras rep¨²blicas latinoamericanas, ese ideal tan largamente acariciado, est¨¢ a¨²n lejos. Se vota: todos los gobiernos, salvo la conocida excepci¨®n cubana, son resultado de elecciones y ello debe valorarse. Incluso en los dos pa¨ªses m¨¢s grandes, podemos se?alar algunos avances notables. Brasil posee hoy partidos nacionales estables y M¨¦xico ha estrenado un sistema electoral transparente con una alternancia pol¨ªtica razonablemente aceptada.
El golpe de Honduras subraya que Am¨¦rica Latina a¨²n carece de seguridad jur¨ªdica y estabilidad pol¨ªtica
M¨¢s all¨¢ de estas gratificantes comprobaciones, nos encontramos con inestabilidades y degradaciones imposibles de ocultar. Ca¨ªdo el Muro de Berl¨ªn y superada la guerra fr¨ªa, nuestro hemisferio se alej¨® de la diab¨®lica dial¨¦ctica de unos sustentando guerrillas marxistas desde Cuba y otros dictaduras desde Washington. Pareci¨® que nos llegaba un tiempo de paz, en que la democracia podr¨ªa brillar, pues depend¨ªa simplemente del esfuerzo de los dem¨®cratas latinoamericanos. Los hechos no han sido tan gratificantes.
En Brasil (1992), renuncia el presidente Fernando Collor de Melo ante la inminencia de un juicio pol¨ªtico. En Paraguay (1999), el presidente Cubas renuncia y se exilia en Brasil, a ra¨ªz de las revueltas desencadenas por el asesinato del vicepresidente Arga?a, quedando la Presidencia en manos del titular del Senado Gonz¨¢lez Macchi, quien a duras penas termina su mandato. El caso peruano fue uno de los m¨¢s detonantes, con la dimisi¨®n de Alberto Fujimori (2000), quien abandon¨® la Presidencia luego de ser reelecto, a ra¨ªz de descubrirse una trama siniestra de corrupci¨®n y espionaje que manejaba un capit¨¢n Montesinos, de triste memoria. Argentina (2001) vio caer al presidente Fernando de la R¨²a a ra¨ªz de una crisis econ¨®mica severa y el acoso de piquetes organizados que se adue?aron de la calle; todo lo cual dio paso a tres presidentes provisionales en dos meses, finalmente sustituidos por Eduardo Duhalde, quien alcanza la normalizaci¨®n institucional. En Bolivia, entre 2003 y 2005 se produce la estrepitosa ca¨ªda del presidente S¨¢nchez de Lozada, y m¨¢s tarde la de su sustituto Carlos Mesa, para abrir espacio finalmente a la elecci¨®n de Evo Morales, administrador de un pa¨ªs agrietado en dos partes por un persistente conflicto ¨¦tnico. En Ecuador (2005), el presidente Lucio Guti¨¦rrez cae en medio de revueltas populares.
Este sucinto relato apenas resume las ca¨ªdas presidenciales. No podemos ignorar la degradaci¨®n democr¨¢tica que se vive bajo gobiernos populistas como el de Venezuela, donde se ha instaurado la Presidencia eterna y cerrado la principal estaci¨®n privada de televisi¨®n, mientras la otra independiente sobrevive bajo amenaza. A lo que se a?aden vaciamientos institucionales tan fuertes como el de que, electo en Caracas un alcalde opositor, se dict¨® una ley despoj¨¢ndolo de todas sus competencias, transferidas a una nueva superautoridad creada para administrar la ciudad capital. Tampoco cabe olvidar la permanente furia reeleccionista que entra a los mandatarios en ejercicio y que no parece terminar.
Todo esto viene a cuento de los dram¨¢ticos episodios ocurridos en Honduras, que registran el primer golpe militar de esta etapa hist¨®rica. Golpe sui g¨¦neris, porque naci¨® del Parlamento y el Poder Judicial, que enfrentados al presidente terminaron reclamando una intervenci¨®n militar para deponerlo y desterrarlo. No hay duda de que este presidente se hab¨ªa extralimitado hasta el punto de que no hubiera un solo diputado de su partido que levantara la mano en su favor. Pero tampoco hay duda de que cualesquiera fueran sus excesos, nunca debi¨® ser el Ej¨¦rcito el arbitrario ejecutor de un derrocamiento presidencial, que bien ha sido calificado internacionalmente como un golpe de Estado.
Dos siglos de independencia no habilitan ya m¨¢s excusas. No se puede seguir hablando de la herencia hisp¨¢nica, del imperialismo norteamericano o del comunismo internacional. Nuestras rep¨²blicas a¨²n adolecen de inmadurez democr¨¢tica y ello se advierte en el debate diario. Si una dictadura es de izquierda o derecha, ser¨¢ buena o mala para unos u otros, al margen de su condici¨®n autoritaria. Y ello ocurre en los medios pol¨ªticos tanto como en las universidades, todav¨ªa ancladas en debates ideol¨®gicos que ya deb¨ªan haberse librado a la historia.
Hemos vivido un quinquenio milagroso del mercado internacional, que derram¨® excedentes fabulosos. Hubo algunos avances, pero magros en el conjunto, porque -como dice Alain Touraine- "las chances de desarrollo dependen hoy m¨¢s de las condiciones pol¨ªticas y sociales que de las condiciones econ¨®micas". S¨®lo los pa¨ªses con estabilidad pudieron aprovechar satisfactoriamente la bonanza, como pas¨® en Chile, Brasil, Colombia o Per¨². Pasada la buena racha y enfrentados nuevamente a la dura competencia de los mercados, se hace m¨¢s imprescindible que nunca la seguridad jur¨ªdica y la estabilidad pol¨ªtica. Que es, justamente, lo que vemos resquebrajarse en variadas partes del hemisferio.
Julio Mar¨ªa Sanguinetti, ex presidente de Uruguay, es abogado y periodista.
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