Capital del dolor
Dos intuiciones confirmadas, no est¨¢ mal. a) S¨ª, quiz¨¢s el teatro de Romeo Castellucci sea, a fin de cuentas, terap¨¦utico, porque desde el jueves no he so?ado con Purgatorio. Nada del espect¨¢culo ha entrado en mis sue?os: todo ha quedado (de momento) all¨ª, en el escenario del Lliure. Quiz¨¢s, parafraseando a Gonzalo Su¨¢rez, habr¨ªa que decir que Castellucci vela por nosotros. Podr¨ªa ser un buen t¨ªtulo para esta cr¨®nica. b) Y s¨ª, tambi¨¦n: su verdadero infierno es ese purgatorio. A punto estoy de echar mano de Onetti: El infierno tan temido, por supuesto. Opto por ?luard.
El agujero negro y central de Purgatorio es la pederastia: la insoportable destrucci¨®n de la inocencia. Pero no creo que pretenda ser una denuncia literal sino la plasmaci¨®n de un estado de horror: el ritual de una pesadilla infinita puesta en escena. Una pesadilla que se muerde la cola, podr¨ªamos decir. Ya hemos estado antes aqu¨ª, pero casi nunca en el teatro. La casa burguesa de techos bajos y dimensiones desmesuradas, la moqueta que ahoga los pasos, las superficies met¨¢licas, los semiocultos plafones de luz indirecta. Antonioni: El desierto rojo. Y El eclipse, claro. Y Argento: la inminencia de lo irremediable, agazapado entre el metal y las luces bajas.
Nunca pens¨¦ que con algo tan atroz, tan nauseabundo, se pudiera hacer una obra de arte. Pasolini lo hizo, C¨¦line lo hizo. Castellucci lo ha hecho
La madre prepara la cena. El ni?o tiene dolor de cabeza, dice que lo ve todo de color violeta. Una madre, un hijo, un padre por llegar. "?Ritorna stasera?". Nunca una frase tan Mina, tan Celentano, son¨® tan terror¨ªfica.
Castellucci no les llama "madre, hijo, padre", sino Primera, Segunda y Tercera Estrella. Todo es tan lento como el movimiento de las estrellas en el vac¨ªo, pero no hay un instante de tedio porque todo est¨¢ pautado at the right tempo, como dec¨ªa Sinatra en el Sand's. Hay una gasa que emborrona la escena. Como si vi¨¦ramos todo con lentes empa?ados, o flotando en la fiebre del hijo. La habitaci¨®n del hijo est¨¢ en el piso superior. Ocho hijos cabr¨ªan all¨ª. Una tele port¨¢til. M¨²sica opaca, lejana, de dibujos animados. Un mu?eco espacial, o un robot, como un t¨®tem in¨²til. El ni?o se encierra en el armario abrazando el robot, pero tambi¨¦n el armario es un refugio in¨²til. Enciende una linterna que no disipa la oscuridad. Alumbra, fugazmente, un sue?o febril. El comedor desierto. El robot gigante. Inm¨®vil. Brazos ca¨ªdos. Batteries not included. Tel¨®n, fin del primer acto.
Ahora, las luces del coche del padre. Un alto ejecutivo. Agotado. Ha conducido seis horas. Y lleva, dice, tres a?os "en el sector": demasiado tiempo. Lo que se dice un hombre normal, como tantos. Las luces del plaf¨®n tiemblan, desajustadas, pero ¨¦l no se da cuenta. Es un aviso cl¨¢sico: estamos a punto de entrar en Lynchlandia. El padre y la madre cenan en silencio. De repente, ¨¦l pide, exige, su sombrero. Ella le abraza, llora: "No, por favor te lo pido, hoy no". Pero consiente. La pobre desgraciada consiente y se lo trae. ?l dice: "Ve a llamarle". La madre sube la escalera. El padre se cala el Stetson blanco. Abre el malet¨ªn. Saca una m¨¢scara de l¨¢tex y un objeto de metal, fugaz, alargado, brillante. Se me ha olvidado decir que hay subt¨ªtulos que anticipan o fijan las acciones. O que mienten. Ahora, justo ahora, empiezan a contar otra historia. La historia de una familia feliz. El monstruo sube la escalera. Los subt¨ªtulos dicen: "El padre y el hijo juegan". El comedor vac¨ªo. De arriba, en un off asfixiante, brotan gritos de dolor. "No, pap¨¢, no...". Golpes. Gemidos de goce animal. Subt¨ªtulo: "M¨²sica". ?Por qu¨¦ nos est¨¢n contando esto? Calma. Ag¨¢rrate al apartado a) Castellucci vela por nosotros. Pero no sirve. No ahora, no en esta escena interminable. ?No hay nadie que pueda parar esto? Ganas de gritar: para ya, cabr¨®n, o te arranco la cabeza. Yo hubiera subido, de verdad, hubiera rasgado la gasa, machacado a hostias al hijo de la grand¨ªsima puta, lo hubiera roto todo, todo, pero soy un cobarde. C¨¢lmate, es teatro. Ah, pero deber¨ªan estar preparados: alg¨²n d¨ªa alguien subir¨¢ y destrozar¨¢ todo. Alg¨²n padre. O alg¨²n hijo. Luego... Respira un momento. No, luego es peor. El ni?o baja las escaleras. Lleva un pa?uelo ensangrentado. El padre est¨¢ abatido sobre el piano. El ni?o le pone la mano en el hombro. "Ya pas¨®. Ya ha acabado". ?La v¨ªctima consolando al verdugo! ?Entiendes eso? Claro. Eso fue Auschwitz, Terezin, cientos de casas, cientos de colegios, sigue siendo. Ahora el ni?o vuelve a estar dentro del armario. Su silueta se recorta contra una gran luna llena, como una escotilla, o la lente de un microscopio. Alarga la mano. Flores amarillas, amapolas poco a poco podridas, convertidas en insectos monstruosos... Hasta los sue?os del pobre ¨¢ngel est¨¢n contaminados, pervertidos, arruinados. Retumba el estruendo casi wagneriano de Scott Gibbons. Entre las lanzas de un ca?averal asoma la bestia con su Stetson, acechando a su presa. El c¨ªrculo se convierte en un agujero negro: eclipse total. ?ltima escena, ¨²ltimo sue?o, ¨²ltimo ritual: el hijo, con sus pantalones cortos y sus calcetines blancos, es ahora un gigante, como aquel robot de su infancia. A sus pies, el depredador del Stetson es un ni?o que se retuerce, espasm¨®dico, incapaz de detener las sacudidas de la culpa. La luna/escotilla sigue girando como una rueda, se llena de tinta negra, hasta el fundido absoluto. Hasta ahora, v¨¦ase cr¨®nica anterior, Castellucci me hab¨ªa parecido un nihilista de lujo con aislados destellos de genio. Ahora por fin nos cuenta una historia. Y menuda historia: nunca pens¨¦ que con algo tan atroz, tan salvaje, tan nauseabundo, se pudiera hacer una obra de arte. No, miento: Pasolini lo hizo, C¨¦line lo hizo. Castellucci lo ha hecho. Y, s¨ª, esto ha pasado. En el Lliure, durante tres d¨ªas de julio. Una hora y media, una eternidad, absorbida segundo a segundo. Gran silencio. Algunas, l¨®gicas, deserciones. Grandes aplausos, al final. Pero dol¨ªa aplaudir. Hasta respirar, volver a respirar, dol¨ªa. Bien, ya termin¨®. Hemos bajado en ascensor al fondo del pozo, salimos a la calle. Ya nos lo hemos quitado de encima. Por el amor de Dios, que alguien monte ya un musical, una comedia, un vodevil. Ma?ana ir¨¦ a la doble zarzuela de Pasqual.
![Escena del montaje <i>Purgatorio</i>, de Romeo Castellucci, que se ha representado en el Festival Grec de Barcelona.](https://imagenes.elpais.com/resizer/v2/OWWU7DFI4NA24ACIT2RBIV723M.jpg?auth=af3c6b09a31452ff58128468ba963f63177847d5eca78a301e0b8f6b27d68ba0&width=414)
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