Lago
Traducida ahora al castellano por Amalia Sato con el t¨ªtulo En el lago (Emec¨¦), aunque su primera edici¨®n en japon¨¦s data de 1954, esta novela de Yasunari Kawabata (1899-1972) narra la historia de Gimpei Momoi, un profesor de lengua de segunda ense?anza, que ve truncada su carrera profesional por no reprimir su pasi¨®n por las hermosas adolescentes y caer prendado ante los encantos de una de sus alumnas, Hisako, lo que, al ser descubierto, le acarre¨® su deshonrosa expulsi¨®n del centro escolar donde trabajaba. En la tambi¨¦n reci¨¦n editada en nuestra lengua, con traducci¨®n de Francesc Miravitlles, aunque publicada por primera vez en 1958, Verano en el lago (Min¨²scula), del italiano Alberto Vigevani (1918-1999), se nos cuenta tambi¨¦n las cuitas de un ardiente impulso er¨®tico, si bien, en este caso, con la situaci¨®n invertida, porque su protagonista, Giacomo, es un adolescente de 14 a?os que no puede evitar quedarse prendado por mujeres adultas, que rechazan por igual su pat¨¦tico acoso sin apenas consecuencias. As¨ª, de entrada, como se ve, ambas narraciones podr¨ªan ser tomadas como sendos ejemplos de las perturbaciones que puede provocar en el ser humano el apremio sexual, sobre todo, cuando irrumpe arteramente en la pubertad, estado este que, a veces, como le ocurri¨® al desdichado profesor Momoi, se prolonga indefinidamente.
De todas formas, estas dos novelas no se relacionan entre s¨ª por su com¨²n trama er¨®tica en s¨ª, ni por haberse publicado durante la d¨¦cada de 1950, en cuyo ecuador, por cierto, apareci¨® Lolita, de Vlad¨ªmir Nabokov (1899-1977), sino, como proclaman sus respectivos t¨ªtulos, por desarrollarse su acci¨®n al borde de sendos lagos: en la de Kawabata, uno, innominado, del que s¨®lo sabemos que bordeaba la aldea natal de la madre del protagonista y donde el padre de ¨¦ste decidi¨® ahogarse voluntariamente cuando el hijo contaba s¨®lo diez a?os; en la de Vigevani, se trata del lago Como a la altura de Menaggio y en ¨¦poca estival.
De mayor o menor envergadura, los lagos, al fin y al cabo aguas estancas, han generado una rica y amplia simbolog¨ªa, que, por lo general, remite a la idea de que son la acristalada ventana por la que los muertos observan, desde las profundas entra?as de la tierra, la vida de los vivos. Es por lo que Gaston Bachelard, en su ensayo El agua y los sue?os, calific¨® las aguas lacustres como "profundas", "durmientes", "muertas" y hasta "pesadas", queriendo as¨ª se?alar que, sin fluidez, ni recorrido, lo suyo es la "fermentaci¨®n", los hondos y peligrosos baj¨ªos donde se cuece el monstruoso estado larval, la c¨®smica placenta materna.
Para no abandonar jam¨¢s su larvaria pubescencia, el adulto Momoi justifica su man¨ªa de perseguir la instant¨¢nea belleza de las adolescentes por ¨¦l tener el estigma f¨ªsico de unos monstruosos pies como de simio. El f¨¢cticamente monstruoso, por ser p¨²ber, Giacomo necesita asediar el l¨²brico desnudo de una joven criada para elevarse a la inalcanzable hermosura de la madre de un peque?o amigo. El deseo es de una simplicidad inapelable, que se complica al concretarse en una relaci¨®n, cuya viabilidad depende de nuestra capacidad de sublimaci¨®n. Pero el arte, sea cual sea su trastienda, significa adentrarse por las aguas profundas de un lago donde palpita un monstruo que esp¨ªa la belleza, la pureza de la cual consiste, seg¨²n Kawabata, en que "provoca una energ¨ªa consumida in¨²tilmente, una energ¨ªa empleada en alcanzar un ideal inalcanzable".
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