Cuba: el sable del general Ochoa
Las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Cuba (FAR) nunca han utilizado sus fusiles para reprimir a la poblaci¨®n. El eficaz aparato policial de la dictadura ha hecho hasta ahora innecesaria su intervenci¨®n. Pero el grado de insatisfacci¨®n de los cubanos es cada vez mayor. El Gobierno teme que se produzca una revuelta popular como el maleconazo de 1994, s¨®lo que esta vez no ser¨ªa para pedir democracia y libertad, sino el final del permanente periodo especial en que vive la isla desde el hundimiento de la Uni¨®n Sovi¨¦tica, y que se ha agravado en los ¨²ltimos meses por la escasez de alimentos y los cortes de luz. En las calles de La Habana han comenzado a aparecer carteles con la leyenda "Abajo Ra¨²l".
Se cumplen 20 a?os de la ejecuci¨®n del militar que cuestion¨® la autoridad de Fidel
En la pr¨®xima crisis cubana, los oficiales tendr¨¢n que decidir ad¨®nde apuntan
El dilema es c¨®mo van a responder las FAR en el caso de que miles de personas se lancen a la calle para pedir alimentos. Salvo la c¨²pula militar que goza de las mismas prebendas que la nomenclatura, los oficiales del Ej¨¦rcito cubano y sus familias sufren las mismas penalidades de la poblaci¨®n civil. Por si fuera poco, no se han recuperado todav¨ªa del malestar que les produjo el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, el militar m¨¢s popular, el m¨¢s condecorado, el vencedor de la guerra de Angola, distinguido con el galard¨®n de H¨¦roe de la Rep¨²blica de Cuba, que fue ejecutado como un delincuente hace 20 a?os, el 13 de julio de 1989.
El general Ochoa y tres altos oficiales, el coronel Antonio de la Guardia, el mayor Amado Padr¨®n y el capit¨¢n Jorge Mart¨ªnez Vald¨¦s, fueron procesados en un juicio sumar¨ªsimo por el delito de alta traici¨®n a la patria y a la revoluci¨®n y ajusticiados. La conmoci¨®n que produjeron aquellas ejecuciones y las subsiguientes purgas que se llevaron por delante, entre otros, al poderoso ministro del Interior, el general Jos¨¦ Abrantes, permanece en el inconsciente colectivo. Con aquellas muertes, los hermanos Castro reforzaron su poder al matar dos p¨¢jaros de un tiro: por un lado, borraron las huellas que implicaban al Gobierno cubano en el narcotr¨¢fico; y por otro, se deshicieron de un rival en un momento muy peligroso para la revoluci¨®n, tres meses despu¨¦s de la visita a la isla de Mija¨ªl Gorbachov, cuando la perestroika se discut¨ªa abiertamente en los cuarteles.
En 1975, Cuba despleg¨® el primer contingente de los m¨¢s de 40.000 soldados que fueron enviados a luchar a la lejana Angola. La muerte del Che Guevara en Bolivia y el fracaso de la insurgencia apoyada por Cuba en Am¨¦rica Latina llevaron a Fidel Castro a dirigir a otras tierras el concurso de sus "modestos esfuerzos". Las legiones cubanas se desplegaron en el Congo, Eritrea y sobre todo en Angola. Pero el Gobierno cubano, a pesar de la ayuda sovi¨¦tica, no contaba con los recursos necesarios para financiar esas guerras. El coronel Antonio de la Guardia dirig¨ªa entonces el Departamento MC (Moneda Convertible) del Ministerio del Interior. Desde Panam¨¢, donde operaba, hab¨ªa tejido una compleja trama de sociedades comerciales para aprovisionar a Cuba de equipos y tecnolog¨ªa, dif¨ªciles de conseguir debido al bloqueo estadouniden
-se. Todo ese entramado sirvi¨® de sost¨¦n a las tropas expedicionarias en Angola, que se autofinanciaron con el contrabando de oro, diamantes, marfil y tambi¨¦n con droga, algo com¨²n en las guerrillas de Am¨¦rica Latina.
En su libro Dulces guerreros cubanos, Norberto Fuentes asegura que Fidel Castro estaba al tanto de las operaciones de narcotr¨¢fico y pone en boca de su hermano Ra¨²l estas palabras: "Fidel dice que en definitiva todas las guerras coloniales en Asia se hicieron con opio. Entonces nada m¨¢s justo que los pueblos devolvamos la acci¨®n, como venganza hist¨®rica".
En 1983, el presidente de Estados Unidos Ronald Reagan afirm¨® que funcionarios cubanos de alto rango estaban involucrados en el narcotr¨¢fico. Fidel Castro dio la callada por respuesta. Pero seis a?os despu¨¦s, a comienzos de 1989, la DEA, la agencia antidroga del Gobierno estadounidense, descubri¨® que el departamento MC del Ministerio del Interior cubano estaba implicado en una operaci¨®n del cartel colombiano de Medell¨ªn, dirigido por Pablo Escobar, para enviar un cargamento de coca¨ªna a Estados Unidos. La bomba tanto tiempo oculta pod¨ªa estallar de un momento a otro. Fidel Castro pod¨ªa ser acusado de complicidad en el tr¨¢fico de drogas. El comandante ten¨ªa que hacer algo sonado para despejar cualquier duda sobre su honorabilidad.
El 12 de junio de 1989 el general Arnaldo Ochoa y sus m¨¢s pr¨®ximos colaboradores fueron detenidos y acusados de narcotr¨¢fico. La sorpresa, sobre todo en los cuarteles, fue general. S¨®lo unos pocos enterados estaban al tanto de los hechos y se imaginaron que era una maniobra de distracci¨®n. Dariel Alarc¨®n Ram¨ªrez, alias Benigno, superviviente de la guerrilla del Che en Bolivia, entonces muy cercano al poder, escribi¨® en su libro Memorias de un soldado cubano. Vida y muerte de la Revoluci¨®n que "corr¨ªa el rumor por todo el Palacio de que iban a juzgar a Arnaldo (Ochoa), Tony (Antonio de la Guardia) y los dem¨¢s para aplacar a los norteamericanos y, sobre todo, para sacar a Fidel del atolladero. Despu¨¦s los esconder¨ªa en alg¨²n sitio, bien protegidos. Se habl¨® mucho de Cayo Largo para Ochoa. La verdad es que no est¨¢bamos preocupados".
Durante el juicio, retransmitido por televisi¨®n, el propio Ochoa se mostr¨® despreocupado al principio y luego arrepentido. "Creo que traicion¨¦ a la patria y, se lo digo con toda honradez, la traici¨®n se paga con la vida", le dijo a su conmilit¨®n, el general Juan Escalona Reguera, fiscal de la causa.
La autoconfesi¨®n del general Ochoa, algo com¨²n en todos los procesos estalinistas, como ha ocurrido recientemente con Carlos Lage y Felipe P¨¦rez Roque, formaba parte de la farsa. Pero contra todo pron¨®stico, Arnaldo Ochoa y sus compa?eros de armas fueron condenados a muerte y fusilados. La sorpresa fue may¨²scula. Brian Latell, analista de la CIA en temas cubanos, escribi¨® en su libro Despu¨¦s de Fidel. La historia secreta del r¨¦gimen cubano y qui¨¦n lo suceder¨¢ que Fidel Castro urdi¨® la crisis. "El ¨²nico crimen de Ochoa -escribe Latell- fue cuestionar la autoridad de Castro (...) Fidel pens¨® que Ochoa deb¨ªa ser condenado por cr¨ªmenes realmente horribles (...) para as¨ª excluir toda posibilidad de alguna reacci¨®n violenta de los militares (...). Los cargos de narcotr¨¢fico eran una cortina de humo".
Durante los 20 a?os que han transcurrido desde aquellas ejecuciones, los oficiales del Ej¨¦rcito cubano, principalmente los capitanes y comandantes educados en los ideales que encarn¨® el general Ochoa, han visto c¨®mo los hermanos Castro y los altos oficiales de las FAR han seguido celebrando el banquete de la victoria, mientras el pueblo cubano iba de peor en peor. Ahora que la fiesta toca a su fin, los oficiales j¨®venes temen perder su derecho de primogenitura sin la esperanza de poder ocupar las vacantes que inexorablemente van a dejar los viejos generales. Asisten, como el resto de la poblaci¨®n, a los funerales de una revoluci¨®n que les ha condenado a vivir miserablemente en casas ruinosas, castigados por los apagones y la falta de agua; padecen las deficiencias de un sistema de salud seriamente enfermo, y hacen largas colas en las bodegas para comprar los productos cada vez m¨¢s escasos de la libreta de racionamiento. Y tienen tambi¨¦n que resolver, es decir tienen que robar como los civiles para poder sobrevivir. En medio de esa debacle crece cada vez m¨¢s la posibilidad de un estallido social o de un nuevo ¨¦xodo hacia Estados Unidos, y con ello la probabilidad de que les ordenen salir a la calle para "defender" a la revoluci¨®n de las v¨ªctimas que ha creado la propia revoluci¨®n.
El general Arnaldo Ochoa muri¨® fusilado hace 20 a?os, sin que su sable hubiera sido utilizado nunca contra la poblaci¨®n civil. Los que llegado el caso se vean obligados a empu?arlo tendr¨¢n que decidir en qu¨¦ direcci¨®n van a dirigir el mandoble.
Vicente Bot¨ªn fue corresponsal de Televisi¨®n Espa?ola en Cuba y es autor del libro Los funerales de Castro.
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