Bolt marca el l¨ªmite del hombre
Azuzado por Tyson Gay, el chico jamaicano 'corre' por primera vez los 100 metros hasta el final y baja 11 cent¨¦simas su r¨¦cord mundial hasta 9,58s
Hace un a?o y un d¨ªa, el 16 de agosto de 2008, el mundo se qued¨® boquiabierto viendo lo que hac¨ªa un larguirucho jamaicano y deslavazado en el Nido del P¨¢jaro. Ayer, para celebrar como se debe su primer cumplea?os como campe¨®n ol¨ªmpico, Usain Bolt, de 22 a?os, hizo otro regalo incre¨ªble al universo.
Por primera vez en su vida, Usain Bolt, un ni?o al que le encanta llamar la atenci¨®n, corri¨® 100 metros. No 70, como cuando bati¨® el r¨¦cord del mundo y se proclam¨® campe¨®n ol¨ªmpico en Pek¨ªn; no 50 como en las series y semifinales. Esta vez 100 metros enteros y al 100%. Por primera vez en su corta carrera como hombre m¨¢s r¨¢pido del planeta, Usain Bolt se vio empujado durante toda la recta por otro atleta, por Tyson Gay, un norteamericano que lleg¨® a Berl¨ªn como campe¨®n mundial y dispuesto a pelear hasta el final contra un chico que si no se conocieran sus or¨ªgenes en la rural y profunda Jamaica se pensar¨ªa que ha llegado de otro planeta para asombrar a los humanos. Por primera vez, as¨ª, se puede llegar a vislumbrar con cierta solidez los l¨ªmites verdaderos de Bolt, ese enigma, los l¨ªmites del hombre. Se imprimieron ayer con caracteres gigantes en el estadio ol¨ªmpico de Berl¨ªn. Tomen aire antes de conocerlos. No se desmayen.
Sin Gay no habr¨ªa habido r¨¦cord. No se dej¨® avasallar y empuj¨® a Bolt calle con calle
El campe¨®n ya es m¨¢s grande que Mo Greene y Carl Lewis. Casi como Jesse Owens
9,58s.
Ya pueden fisi¨®logos, biomec¨¢nicos, sabios y aficionados dejar de discutir.
El viento, una brisa apenas perceptible, 0,9 metros por segundo. Menor, por lo menos que el hurac¨¢n que debi¨® levantar a su paso el enorme Bolt, casi dos metros de m¨²sculos tensos e incre¨ªblemente veloces manejados por la cabeza de uno que llega a la gran cita con la misma mentalidad de un ni?o que, al salir hacia la escuela, se dedica a hacer muecas y ver su cara en el espejo del ascensor de su casa. S¨®lo que las muecas, los movimientos de cejas, el circo, Bolt lo hac¨ªa ante 70.000 personas que abarrotaban el estadio en la c¨¢lida (26 grados) noche berlinesa, ante miles de millones de espectadores televisivos, ante las enormes pantallas gigantes del estadio hacia las que dirig¨ªa la mirada. S¨®lo que lo hac¨ªa rodeado de atletas, de los mejores del mundo por una vez, de los m¨¢s r¨¢pidos de la historia tras ¨¦l: de Gay, de Powell, que, liberado del peso de las esperanzas de la sociedad jamaicana, un pa¨ªs loco por la velocidad, se expresaba por fin feliz. De atletas que viv¨ªan con una rara trascendencia el momento previo a la carrera.
Once cent¨¦simas menos que los 9,69s con los que alucin¨® al mundo en Pek¨ªn, la marca a la que ninguna otra persona se hab¨ªa acercado hasta entonces y sigue sin acercarse ahora. O acerc¨¢ndose un poquito, porque Tyson Gay, el mejor velocista que ha dado nunca Estados Unidos, termin¨® segundo con 9,71s, una marca que si no existiera Bolt le habr¨ªa elevado ya a los altares. Por eso, pese a eso, mientras Bolt y su compatriota, y ahora amigo, Asafa Powell, que termin¨® tercero con 9,84s, celebraban con unos jamaicanos pases de baile su alegr¨ªa, Gay, meditabundo, incr¨¦dulo, maldec¨ªa, se maldec¨ªa, sobre la misma pista azul en la que hab¨ªa contribuido unos minutos antes a uno de los grandes momentos de la historia del deporte.
Porque sin Gay no habr¨ªa habido r¨¦cord del mundo. Porque el norteamericano, que parti¨® por la calle 5, a la derecha de Bolt, calle 4, no se dej¨® avasallar por la zancada gigante del hombre al que persegu¨ªa a su izquierda. Sali¨® m¨¢s r¨¢pido Gay, pero s¨®lo un par de mil¨¦simas de segundo, una diferencia que con el primer apoyo, la punta derecha reforzada de sus zapatillas naranjas, Bolt enjug¨®. Desde el segundo apoyo de los 41 pasos en los que m¨¢s que correr, sobrevol¨® los 100 metros, Bolt ya iba por delante. Pero Gay no se par¨®. Como el boyero que azuza al buey a latigazos y le hace ir m¨¢s y m¨¢s deprisa, evita que se pare, as¨ª Gay, un paso por detr¨¢s de Bolt empuj¨® al jamaicano hasta la ¨²ltima l¨ªnea. Gay hizo de Bolt el m¨¢s grande. M¨¢s grande que Mo Greene, que gan¨® m¨¢s Mundiales que ¨¦l pero nunca fund¨® una categor¨ªa propia, como la que los entom¨®logos del deporte est¨¢n dispuestos a crear para clasificar a Bolt; m¨¢s grande que Carl Lewis, la ¨²ltima megaestrella del sprint. Casi como Jesse Owens.
A Adolfo Hitler, cuya siniestra sombra a¨²n se deja intuir en la grandilocuencia del estadio de m¨¢rmol que construy¨® en las afueras de Berl¨ªn a mayor gloria de su perverso sentido de la belleza , en las desnudas escaleras que enmarcan al podio, no le habr¨ªa gustado en lo m¨¢s m¨ªnimo el show de Bolt, lo habr¨ªa considerado arte degenerado, pero en 2009, Bolt, su carrera, su mirada ansiosa, por fin, hacia el cron¨®metro cuando cruzaba la l¨ªnea de llegada, al resto de la humanidad la hizo maravillarse. Y sentir por un momento que no todo en la vida est¨¢ escrito, que es la funci¨®n fundamental de los fen¨®menos.
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