Sobre la prostituci¨®n de las catedrales
Es tradici¨®n en la Iglesia referirse metaf¨®ricamente a la prostituci¨®n de la Santa Sede, la de Avi?¨®n o Roma, del mismo modo que la Biblia tiene innumerables pasajes donde se habla de la infidelidad del Pueblo Elegido y en especial la de sus sacerdotes, a los que increpan una y otra vez numerosos profetas.
Una de las grandezas de la Iglesia Cat¨®lica es su arte, en especial sus catedrales, donde se ha logrado un esplendor innegable dentro de la historia de la humanidad. Pero ahora parece que esto s¨®lo va a ser accesible para los que tienen una situaci¨®n econ¨®mica holgada.
Un acuerdo entre la Conferencia Episcopal y Patrimonio ha llevado a que nuestras catedrales cobren el acceso a quienes las visiten. Para el que quiera entrar a rezar se reserva una capilla, a veces de escaso valor art¨ªstico, o bien hay que esperar a las grandes celebraciones rituales.
Los templos pertenecen al pueblo, los obispos s¨®lo pueden gestionarlos
Tan inmensos edificios son lugares especialmente dise?ados para el recogimiento y la meditaci¨®n: cuadros, retablos, vidrieras, todos esos conjuntos org¨¢nicos hacen las delicias para la reflexi¨®n sosegada de lugare?os, visitantes o curiosos. Sin embargo, los obispos, aliados con el Estado espa?ol, entregan as¨ª las catedrales para que sean devoradas, previo pago, por los turistas, tal vez sin reparar en que as¨ª otorgan ciertos derechos que hacen del espacio sagrado un lugar profano sometido a fotograf¨ªas y risas, perdi¨¦ndose su recogimiento propio. Asimismo resultan chocantes y molestos los tenderetes de recuerdos, postales, libros y objetos varios que se est¨¢n multiplicando en capillas o laterales de los templos.
La doctrina de Jesucristo no puede ser m¨¢s clara en este asunto. El fundador de la Iglesia es una demostraci¨®n vital del amor a todos, de la paciencia m¨¢xima, pero hay un pasaje ¨²nico relatado por tres evangelistas donde no es as¨ª, pues nos muestra una escena violenta que debi¨® ser muy llamativa por la importancia que ten¨ªa el Templo para la religi¨®n jud¨ªa: "Llegan, pues, a Jerusal¨¦n. Y habiendo Jes¨²s entrado en el templo, comenz¨® a echar fuera a los que vend¨ªan y compraban en ¨¦l; y derrib¨® las mesas de los cambistas, y los asientos de los que vend¨ªan las palomas" (Mc, 11, 15-16). Y les dijo as¨ª: "Mi casa ser¨¢ llamada casa de oraci¨®n, pero vosotros la ten¨¦is hecha una cueva de ladrones" (Mt, 21, 13).
Aunque todav¨ªa no hemos llegado a ver convertidas nuestras catedrales en centros comerciales que reduzcan su funci¨®n religiosa a un rinc¨®n, si sustituimos las palomas para los sacrificios y el cambio de moneda por postales, souvenirs y otros objetos, nos hallamos ante una situaci¨®n similar. Si adem¨¢s hay que pagar por entrar, se dir¨ªa que podemos hallarnos con una situaci¨®n similar a la relatada por Dostoievski con el cuento del Gran Inquisidor, donde la propia Iglesia volver¨ªa a matar a Cristo si volviera con forma humana. En este caso, no le dejar¨ªan entrar sin pagar.
Ante ese pasaje vemos que no tiene sentido que la Iglesia Cat¨®lica compita con otras multinacionales del entretenimiento al gestionar as¨ª sus catedrales, ya que, entonces, las palabras de Miqueas (3,11) se les podr¨ªan echar encima: "sus sacerdotes ense?an por inter¨¦s, y por dinero adivinan sus profetas". Actuando as¨ª, el alto clero parece mostrarse m¨¢s interesado en pol¨ªtica o cuestiones monetarias, que en su funci¨®n como pastores del alma.
Los obispos gestionan los bienes de la Iglesia, es decir, de la comunidad, pero no son sus propietarios, porque son de todos los cristianos. Los templos fueron construidos con inmensos sacrificios con el esfuerzo de todo el pueblo. Quitarnos as¨ª las catedrales es en cierto modo robar a todos.
Nos hallamos sin duda ante una conversi¨®n de las iglesias en museos y as¨ª son casi m¨¢s visitadas por turistas que por fieles, pero a ello ha contribuido la jerarqu¨ªa, tambi¨¦n haciendo exposiciones en ellas, como Las Edades del Hombre. De hecho, las iglesias se mantienen mejor tambi¨¦n con su patrimonio cuando mantienen el culto. Cuando las desacralizan suelen despojarse y desnudas dejan de mostrar, curiosamente, sus intimidades, sus tesoros.
Con la crisis econ¨®mica, los que est¨¢n sin trabajo y los pobres no podr¨¢n aprovechar lo que fue hecho para todos, pues hasta ahora una de las grandes maravillas de nuestros santuarios era que hasta el m¨¢s miserable pod¨ªa entrar y disfrutar de algunas de las mejores obras de arte de la historia, de su paz, lo que no pod¨ªan hacer con los palacios. A los m¨¢s piadosos se les echa a un rinc¨®n, los turistas pagan, pero tambi¨¦n hay muchos "h¨ªbridos" que entran a admirar el arte y tambi¨¦n rezan porque tienen fe, o meditan.
Hace falta dinero para mantener esos maravillosos monumentos y controlar que no entren a robar, s¨ª, pero que lo extraigan de lo que reciben del Estado, que no gasten si quieren en ciertas iluminaciones o en calefacci¨®n y, si no tienen d¨®nde recaudar, que alquilen los fastuosos palacios episcopales o busquen cualquier otro sistema. En Espa?a, culturalmente cristiana, el patrimonio art¨ªstico espa?ol es mayormente religioso, pero que no nos lo secuestren. La simon¨ªa es un triste pecado.
Ilia Gal¨¢n es director de la revista Conde de Aranda (Estudios a la luz de la Francmasoner¨ªa).
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