Un desatino
La ideolog¨ªa no es ninguna frontera para la incompetencia. Tampoco para la corrupci¨®n. El decreto ley de la TDT de pago supone un uso abusivo, para satisfacer los deseos del mando, de un procedimiento de urgencia
Una de las se?as de identidad del franquismo que parecen no haber periclitado todav¨ªa es la tendencia natural en aquella ¨¦poca a dictar decretos, pese al sometimiento absoluto de las Cortes y la consiguiente e inevitable aprobaci¨®n de cualquier ley que el Gobierno de turno propusiera. Gobernar por decreto era para los espa?oles que vivieron la Transici¨®n Pol¨ªtica a la muerte del Caudillo un exponente de la arbitrariedad del mando, en medio de las inequ¨ªvocas demandas de democracia y de independencia del Legislativo frente al Ejecutivo que la mayor¨ªa de los ciudadanos expresaba. Sin embargo, aquella mala costumbre ha pervivido entre nosotros durante m¨¢s de tres d¨¦cadas.
La figura del decreto ley es una desviaci¨®n del principio de separaci¨®n de poderes que inspir¨® desde sus or¨ªgenes la creaci¨®n de las democracias, pero muchas de ellas la recogen en sus respectivas constituciones, si bien de manera espec¨ªficamente tasada. La Constituci¨®n espa?ola de 1978, en su art¨ªculo 86, dice que "en caso de extraordinaria y urgente necesidad, el Gobierno podr¨¢ dictar disposiciones legislativas provisionales que tomar¨¢n las formas de decretos leyes" y que no podr¨¢n afectar a una serie de temas, entre los que destacan los derechos, deberes y libertades de los ciudadanos.
El decreto ley es una desviaci¨®n del principio de separaci¨®n de poderes que inspira la democracia
PRISA ha defendido siempre, y contin¨²a haci¨¦ndolo, la existencia de la TDT de pago
Pese a semejantes limitaciones, los Gobiernos democr¨¢ticos, sin distinci¨®n de ideolog¨ªas, han recurrido con abundancia al ejercicio de esta pr¨¢ctica, amparados por una lamentable sentencia del Tribunal Constitucional que en 1983 depositaba en el propio Ejecutivo la responsabilidad de establecer las circunstancias de urgencia y necesidad que justifican una medida concreta de ese g¨¦nero, pues es "una decisi¨®n pol¨ªtica que s¨®lo al Gobierno -con el control parlamentario- compete".
El caso es que durante los m¨¢s de 30 a?os de democracia los Gobiernos han hecho uso y abuso de su facultad de dictar decretos leyes para las cuestiones m¨¢s variadas. Los frecuentes avisos de eminentes constitucionalistas respecto a los peligros que semejante pr¨¢ctica encierra para el sistema democr¨¢tico han sido constantemente deso¨ªdos, incluso despu¨¦s de que en 2007 el Constitucional emitiera una sentencia en donde establec¨ªa que un decreto ley del Gobierno de Aznar (promulgado en 2002) sobre el sistema de protecci¨®n por desempleo no se aten¨ªa a las razones de urgencia requeridas por la Constituci¨®n.
Puede entenderse que durante la Transici¨®n, los Gobiernos de Su¨¢rez y de Felipe Gonz¨¢lez acudieran a esta figura legislativa con m¨¢s frecuencia de la deseable: se trataba de construir la democracia y de hacerlo de manera efectiva y r¨¢pida. Muchas decisiones pol¨ªticas de capital importancia se tomaron as¨ª por decreto, pero el abuso de semejante sistema una vez normalizado el r¨¦gimen de libertades es, desde cualquier punto de vista, un exceso incompatible con el sedicente talante democr¨¢tico que pregonan nuestros gobernantes. Hace poco m¨¢s de un par de a?os el profesor Marc Carrillo, catedr¨¢tico de Derecho Constitucional en la Universidad Pompeu Fabra, alertaba sobre estas circunstancias en un art¨ªculo publicado en EL PA?S. "Es importante", dec¨ªa, "que la jurisdicci¨®n constitucional (...) fiscalice los l¨ªmites (...) al ejercicio de la legislaci¨®n de urgencia (...) Est¨¢ en juego la divisi¨®n de poderes, porque el Gobierno no puede arrogarse cuando y como quiera funciones que corresponden al Parlamento. Y eso es lo que ocurre cuando (...) el Ejecutivo no justific¨® razonadamente la situaci¨®n de extraordinaria y urgente necesidad".
Estas reflexiones, aparentemente te¨®ricas, mucho tienen que ver con el abuso gubernamental perpetrado el pasado 13 de agosto cuando el Gabinete aprob¨® por decreto ley la implantaci¨®n del sistema de pago en la Televisi¨®n Digital Terrestre. La raz¨®n de la urgencia que el decreto exhibe -el impulso a la antenizaci¨®n de los hogares- es tan peregrina que merece incorporarse al museo del arbitrismo de nuestros Gobiernos, ya colmado de ocurrencias como los famosos descodificadores simulcrypt de Arias-Salgado o el regalo de las bombillas de bajo consumo por parte de Sebasti¨¢n. La ideolog¨ªa no es ninguna frontera para la incompetencia. Tampoco para la corrupci¨®n. La sospecha de que la verdadera urgencia para la aprobaci¨®n del decreto ley es favorecer los intereses de una empresa cuyos propietarios est¨¢n ligados por lazos de amistad al poder ha sido sugerida incluso por aquellos que han aplaudido la medida. Gobernar para los amigos desdice de la transparencia exigible a cualquiera; hacerlo mediante un procedimiento excepcional supone un motivo m¨¢s de preocupaci¨®n para los votantes que creen en la moralidad de las propuestas de los pol¨ªticos.
Aunque estamos acostumbrados a la inquina de algunos de nuestros competidores, pienso que no est¨¢ de m¨¢s hacer una breve aclaraci¨®n respecto a cu¨¢l es la postura en este punto del grupo de comunicaci¨®n que dirijo (editor, entre otras cosas, de EL PA?S) y a qu¨¦ se debe nuestra oposici¨®n al decreto ley. Nuestra empresa ha defendido siempre, y contin¨²a haci¨¦ndolo, la existencia de la TDT de pago, entre otras cosas porque somos un operador relevante de esta modalidad de televisi¨®n que, contra lo que dicen interesada y enga?osamente algunos comentaristas, para nada es pasto del monopolio: junto a Digital + existen otras ofertas como las de Ono e Imagenio, am¨¦n de un n¨²mero considerable de cableoperadores, que en su conjunto re¨²nen m¨¢s de un mill¨®n de abonados y que van a verse afectados muy negativamente por la decisi¨®n precipitada e irresponsable del Gobierno. La TDT de pago es, desde luego, una oportunidad m¨¢s para nuestra empresa, pero estimamos que el panorama audiovisual espa?ol ha sido manoseado hasta la obscenidad por este Gobierno mediante medidas parciales y caprichosas. Por eso apoyamos desde el primer momento el anteproyecto de ley audiovisual que el Ejecutivo conoci¨® hace semanas -y que incluye la modalidad de pago para la TDT-, por entender que se trataba de ordenar, por fin, con acierto y oportunidad el sector audiovisual de nuestro pa¨ªs. La nueva chapuza propiciada por el ministro de Industria no conseguir¨¢ probablemente ninguno de los objetivos que declara, ni siquiera algunos de los que no hace expl¨ªcitos, como facilitar la implantaci¨®n inmediata y fulgurante de una nueva cadena de pago. Pero ha logrado introducir tal ruido en el mercado, tal confusi¨®n entre los consumidores, tal desigualdad entre los operadores y tal preocupaci¨®n entre los fabricantes de equipos que cabe preguntarse por cu¨¢les son las razones verdaderas que el Gobierno y su presidente han tenido para tomar una medida as¨ª.
Pues ¨¦ste es el verdadero meollo de la cuesti¨®n, y no la TDT de pago con la que, insisto, mi empresa y yo estamos absolutamente de acuerdo, lo mismo que con la apertura a la competencia, de la que somos fervientes partidarios siempre y cuando se haga de manera transparente y leal. De lo que se trata no es de nada de eso, sino de la utilizaci¨®n arbitraria e inmoral de procedimientos legislativos de urgencia para satisfacer los deseos, las man¨ªas y las enso?aciones del mando. Es la calidad del impulso democr¨¢tico de nuestros gobernantes lo que est¨¢ en entredicho, su respeto a la divisi¨®n de poderes. En contra de lo que declarara en su d¨ªa Alfonso Guerra, Montesquieu no ha muerto, como no sea en los predios de la actual Venezuela y pa¨ªses semejantes, y es obligaci¨®n de todo dem¨®crata velar por su supervivencia.
Este pa¨ªs tiene una deuda de gratitud con los primeros Gobiernos de la Transici¨®n, los de Adolfo Su¨¢rez y Felipe Gonz¨¢lez, que lograron implantar y solidificar la democracia. La grandeza de aquellos presidentes, al margen de los errores que cometieran, reside en que fueron capaces de unir al pa¨ªs en un esfuerzo com¨²n de solidaridad y construcci¨®n del porvenir. Desde que la derecha se echara al monte de la mano de Aznar, s¨®lo asistimos a pol¨ªticas de divisi¨®n y enfrentamiento, incluso en momentos tan delicados y dif¨ªciles como los de la actual crisis econ¨®mica. Gobernar a golpe de decreto en cuestiones que no son urgentes ni graves, excepcionales o imprevisibles (para utilizar los adjetivos que el profesor Marc Carrillo entiende justificar¨ªan una decisi¨®n as¨ª) es una demostraci¨®n de desconfianza y recelo frente a la soberan¨ªa popular, representada en el Parlamento. Ning¨²n dem¨®crata que se precie de serlo puede pasar por alto semejante desatino.
Juan Luis Cebri¨¢n es consejero delegado del Grupo PRISA.
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