ROMA DE IDA Y VUELTA
Como ya no pod¨ªa m¨¢s conmigo misma les dije a todos que me iba a Italia. No respond¨ª al tel¨¦fono durante dos d¨ªas hasta que dej¨® de sonar totalmente. Me qued¨¦ encerrada en el departamento toda una semana. No s¨¦ por qu¨¦ mirar la pared del living me hac¨ªa llorar de felicidad. De noche inventaba visitas a museos, novios, viajes en tren para contar cuando volviera. Hice g¨¢rgaras en napolitano y en calabr¨¦s. Memoric¨¦ gu¨ªas de viaje, foto a foto, restaurante tras restaurante. Los montes verdes, los concursos infinitos de talento de la RAI, las pobres modelos sonriendo casi desnudas. Deshel¨¦ como cinco veces el refrigerador. Mi ¨²nica pasi¨®n era botar comida fresca a la basura, hasta que me cans¨¦ tambi¨¦n de eso, me vest¨ª de oscuro, dej¨¦ caer el pelo sobre mi cara y sal¨ª al centro.
Fui a comer al Due Torri pidiendo toda la comida en mi italiano vacilante, sonriendo doblemente como s¨®lo sonr¨ªen los turistas, siempre temerosos de ofender. El insomnio de los ¨²ltimos d¨ªas imitaba a la perfecci¨®n el jet lag. Sal¨ª a la calle, el sol de un verano cualquiera que decid¨ª estaba cayendo sobre Tur¨ªn o Mil¨¢n, esas ciudades grises del norte en que la gente masca sus palabras y viste traje de oficina todo el a?o. Una Italia no apta para turistas, me felicit¨¦ a m¨ª misma, la vida de la gente de verdad en la ciudad de verdad.
Logr¨¦ con placer no entender nada de lo que dec¨ªan los paseantes a mi lado. S¨®lo palabras sueltas a veces parecidas al castellano pero distinto, endiabladamente distinto. En el cine me salt¨¦ los subt¨ªtulos de una pel¨ªcula sobre una ragazza perseguida por dos hermanos igualmente enamorados de ella. Sal¨ª ya de noche hojeando mi diccionario biling¨¹e, buscando viejos palacios en ruinas, gritos en los balcones, restos de ninfas desnudas en medio de los bocinazos de los buses interurbanos. Protegida por mi pasaporte, lejos, tan lejos de esto que se supone conoc¨ªa de memoria y que era nuevo, extra?o, lleno de pasajes y enredaderas. Acolchada en m¨ª misma, sent¨ªa que nadie pod¨ªa herirme porque estaba de alguna forma muerta, m¨¢s all¨¢ del fr¨ªo o del calor. En el limbo, es decir, en Toscana.
Me cort¨¦ el pelo y cambi¨¦ de peinado y gast¨¦ lo que me quedaba de la cuenta de ahorros redecorando mi pieza y comprando regalos en Falabella y el persa Bio Bio. Estaba viva de nuevo. Llam¨¦ por tel¨¦fono a mi mam¨¢ y a mis est¨²pidos hermanos para decirles que hab¨ªa vuelto. Llegaron todos a celebrar el domingo. Me hicieron varias preguntas idiotas. A m¨ª me fallaban las palabras.
El italiano es tan malditamente parecido al castellano que se me enredaba todo. Comimos cannelloni, tomamos un vino de Toscana, me escucharon apenas las an¨¦cdotas y miraron con sospechas los regalos hasta que finalmente se fueron y me dejaron sola.
Mir¨¦ la pared del living, el basurero que esperaba m¨¢s comida fresca, el Coliseo y el David de Miguel ?ngel en un afiche y volv¨ª a llorar sin saber por qu¨¦. Son¨® el tel¨¦fono, no lo respond¨ª. Estaba en Londres.
Rafael Gumucio es autor de La deuda (Mondadori)
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