Edward Kennedy
Hace tiempo, recib¨ª en mi casa de la ciudad de M¨¦xico a Edward Kennedy. Un grupo de intelectuales y pol¨ªticos mexicanos le interrog¨® y todo proced¨ªa con fluidez hasta que un inteligente y provocador amigo m¨ªo hizo una pregunta que criticaba directamente, no a la pol¨ªtica de Estados Unidos, sino a la naci¨®n norteamericana. En ese momento, Kennedy interrumpi¨® la sesi¨®n y me dijo: "Vamos a cenar".
Entend¨ª sus razones. Una cosa era criticar las pol¨ªticas de Estados Unidos y otra muy distinta criticar a la naci¨®n: a lo largo de sus casi 50 a?os de actividad p¨²blica, Kennedy se gobern¨® por esta divisa. Atac¨®, revis¨®, propuso numerosas iniciativas de ley y pol¨ªticas tanto exteriores como interiores pero jam¨¢s puso en duda la integridad nacional de Estados Unidos. Critic¨®, en cambio, actos de gobierno que le parec¨ªan contrarios a la Constituci¨®n y las leyes, considerando que ¨¦stos eran el alma del pa¨ªs. Nunca cometi¨®, en otras palabras, el error de considerar que la cr¨ªtica pol¨ªtica era contraria al pa¨ªs, sino que le era indispensable.
Que su muerte despierte el ¨¢nimo de dem¨®cratas y republicanos libres de ideas ultraderechistas
Esto explica, por ejemplo, que Kennedy fuese uno de los veintitr¨¦s senadores que votaron en contra de la decisi¨®n de George W. Bush de invadir Irak. El tiempo le dio la raz¨®n. La guerra contra Irak era una guerra por el petr¨®leo y por la hegemon¨ªa, no parte del combate a Al Qaeda, raz¨®n espuria, entre otras igualmente inv¨¢lidas, de la invasi¨®n: Al Qaeda no se encontraba en Irak porque el dictador Sadam no lo permit¨ªa. Ahora, Al Qaeda s¨ª opera en Irak.
Se opuso, tambi¨¦n, a la venta de armas al dictador chileno Augusto Pinochet y favoreci¨® las sanciones al r¨¦gimen fascista del apartheid en ?frica del Sur (r¨¦gimen apoyado por Dick Cheney). Las iniciativas de ley del senador Kennedy se refieren a los derechos civiles, los refugiados, el derecho al voto, la educaci¨®n p¨²blica, el salario m¨ªnimo, el poder judicial, la seguridad social y la capacitaci¨®n laboral.
Destaco dos temas. La ¨²ltima vez que convers¨¦ con Kennedy fue durante los funerales de nuestro com¨²n amigo, el gran novelista William Styron, en la catedral de San Patricio en Nueva York. Estaba preocupado por el destino de la legislaci¨®n protectora del trabajo migratorio, toda vez que la iniciativa m¨¢s razonable, la ley Kennedy-McCain, hab¨ªa sido archivada por el Congreso. Pero el tema persist¨ªa y Kennedy no cejaba en buscar una soluci¨®n que beneficiara tanto a la econom¨ªa de Estados Unidos como al propio trabajador migratorio. La posici¨®n de Kennedy consist¨ªa en legalizar a los trabajadores mexicanos presentes ya en Estados Unidos, imponerles obligaciones a los empleadores y sujetar a los futuros solicitantes de trabajo a estrictas condiciones jur¨ªdicas de ingreso. Nada se gana, opinaba Kennedy, con penalizar a los trabajadores que ya est¨¢n en Estados Unidos. Se trataba m¨¢s bien de ofrecerles caminos a la legalizaci¨®n y, eventualmente, a la ciudadan¨ªa. Yo insist¨ªa en otra obligaci¨®n: la de ofrecerles trabajo en M¨¦xico para que no se vean obligados a emigrar. En mi concepto, enviar trabajadores a Estados Unidos para que a su vez env¨ªen remesas a M¨¦xico es una pr¨¢ctica explosiva cuando el trabajador no puede emigrar y no encuentra trabajo en M¨¦xico.
Otro importante tema destacado por Kennedy fue el de la cobertura sanitaria. Al contrario de casi todos los Estados europeos, Estados Unidos carece de protecci¨®n m¨¦dica universal para sus ciudadanos. ?sta, que fue preocupaci¨®n central de Kennedy, es atacada por los intereses privados que, con virulencia creciente a ra¨ªz de las iniciativas del presidente Obama, hablan de "socialismo" y, a instancias de la inefable Sarah Palin, de "asesinatos de ancianos".
Todo ello oculta los grandes intereses de las aseguradoras que cancelan los seguros de enfermos de c¨¢ncer, 20.000 p¨®lizas canceladas en California en los pasados cinco a?os, ahorr¨¢ndoles a las compa?¨ªas aseguradoras 300 millones de d¨®lares; que aumentan de forma exorbitante el precio de las primas a compa?¨ªas con un solo empleado mortalmente enfermo; o que eliminan miles de acciones sobre los beneficiarios por razones "t¨¦cnicas" a fin de ahorrarse el pago de gastos m¨¦dicos. Y, as¨ª, un largo etc¨¦tera.
Obama y Kennedy se han preguntado por qu¨¦ motivo Estados Unidos no puede tener un sistema de seguridad sanitaria comparable a los de Francia, Alemania o Escandinavia, que para Sarah Palin son, seguramente, naciones "comunistas".
La arbitrariedad terrorista -"Obama es Hitler"-, la agitaci¨®n pagada y provocada, los llamamientos al odio del lamentable l¨ªder de una derecha derrotada, el locutor Rush Limbaugh, adquieren un tinte sombr¨ªo a la luz de las iniciativas modernizantes de Obama y de la trayectoria de Kennedy.
Ojal¨¢ que la desaparici¨®n de Edward Kennedy sirva para despertar el ¨¢nimo de dem¨®cratas y republicanos libres de brujer¨ªas ultraderechistas.
Y queda en mi ¨¢nimo el recuerdo no s¨®lo de un gran pol¨ªtico dem¨®crata, sino de un hombre sonriente, activo, que navegaba con una mezcla de riesgo y seguridad y que gustaba de jugar un f¨²tbol recio y echarse de cabeza a una piscina helada, am¨¦n del disfrute de un martini, igualmente fr¨ªo.
Descanse en paz.
Carlos Fuentes es escritor.
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