Educando mujeres correctas
Fleur Jaeggy va siempre a lo esencial y, como si tuviera bien aprendida la involuntaria lecci¨®n de Kafka, consigue muchas veces en una sola p¨¢gina, y a veces en una sola l¨ªnea, que se haga visible de golpe, a modo de repentina revelaci¨®n, la estructura desnuda de la verdad. Ese pavoroso desvelamiento siempre llega acompa?ado de la inevitable crueldad, jam¨¢s desligada de la rutinaria, aunque secreta, vida de la verdad. Tal vez por eso se dice a veces de esta escritora que es tan peligrosa. Pero es que su arte, al dejar s¨®lo en pie lo esencial, no tiene a veces salida m¨¢s natural que la inteligencia y la crueldad. La frialdad la a?ade la propia Jaeggy, y acaso sea ¨¦ste el rasgo suplementario m¨¢s destacado de su estilo; un rasgo que acude siempre sigiloso a su cita con las frases simples -algunas terriblemente sencillas- y que, en el fondo, es tambi¨¦n su trazo m¨¢s divertido.
Suiza como gran lugar apacible, lugar de formaci¨®n de esposas perfectas y, en el fondo, monstruoso manicomio
"Una cierta glacialidad tambi¨¦n revela sentimientos", dijo en cierta ocasi¨®n, y a algunos nos record¨® a Walser confesando en Jakob von Gunten que habr¨ªa querido decir muchas cosas pero no encontraba palabras para expresar sus sentimientos. Y rematando as¨ª su confesi¨®n: "Fuera, en el patio, la nieve ca¨ªa en copos grandes y h¨²medos". Y tambi¨¦n nos record¨® a Javier Rodr¨ªguez Marcos cuando dijo que en Jaeggy, "desechado todo sentimentalismo, es justamente el fr¨ªo del ambiente el que otorga valor a los sentimientos cuando ¨¦stos aparecen: el mismo valor que cobra en una morgue cualquier se?al de vida".
Cabe suponer que aquel d¨ªa, cuando ella habl¨® de glacialidad, habl¨® en serio. Pero a algunos nos hizo re¨ªr. De felicidad inesperada. Porque para algunos su timidez fue como un oasis de calor en pleno ?rtico, como un aviso que hubiera venido a recordarnos que en Jaeggy, despu¨¦s de todo, su rasgo m¨¢s definido de estilo es esa huella de humor helado que a la larga deja siempre una rara marca de agua veraniega en sus lectores.
No est¨¢ de m¨¢s, si uno se acerca por primera vez al mundo del fr¨ªo de Fleur Jaeggy, tener en cuenta la recomendaci¨®n de Flavia Company, su traductora en El temor del cielo: "Olv¨ªdese de todo lo que ha le¨ªdo y de todo lo que va a leer. Jaeggy es distinta". Y suavemente terrible, habr¨ªa que a?adir. Sospecho que le gusta desenmascarar p¨²blicamente la estupidez. En un penoso coloquio sobre Robert Walser en Par¨ªs fui testigo de c¨®mo era justamente despiadada con los ilustres escritores que en el escenario no paraban de decir t¨®picos acerca del escritor suizo. Jaeggy es deliciosamente maligna y a todas luces distinta, y la mejor forma de acercarse a ella por primera vez es acudir a su libro de siete relatos, El temor del cielo, donde se encuentra un cuento, 'Sin destino', que junto con otro relato impresionante, 'Los gemelos' (tambi¨¦n en el mismo libro), me parece la m¨¢s eficaz y r¨¢pida entrada en su mundo tan personal. Hay incluso una leyenda que habla de que 'Sin destino' suele convertirse en un relato siempre memorable para quien lo lee. ?Acceder¨¢ Marie Anne a dejar en manos de unos ricos se?ores a su peque?a hija, a la que en realidad detesta? El desenlace del cuento nos deja alelados, mirando nuestro destino. Mejor dicho, mirando por d¨®nde ha pasado nuestro destino. Es un final que define muy bien el tipo de inteligencia, inseparable de una extrema libertad mental, que exige la lectura de Jaeggy.
Pero lo mejor siempre llega con su novela breve Los hermosos a?os del castigo, que pude releer ayer con renovada admiraci¨®n. Este libro se desarrolla -es un decir- en el ambiente severo y claustrof¨®bico de un internado para jovencitas de buena familia en Appenzell, en la Suiza alemana, a?os cincuenta. Que el libro se desarrolla es sumamente discutible, ya que en el retr¨®grado Bausler Institut de Appenzell nada en realidad se mueve, nada se agita. Y ya no s¨®lo eso, sino que la g¨¦lida educaci¨®n para futuras amas de casa perfectas -perfecci¨®n y locura est¨¢n relacionadas, piensa Jaeggy- parece encogerlo todo, incluidos los sue?os. En medio del ambiente claustrof¨®bico de este libro autobiogr¨¢fico, una ni?a de 14 a?os trata de vivir su propia novela de formaci¨®n mientras se mira en el espejo de la realidad de su escuela: s¨®rdida f¨¢brica de esposas correctas y de caligraf¨ªas de letra redonda y frases simples.
La verdad es que pas¨¦ a?os dedicado a admirar en secreto el delicado hilo de las frases simples y tal vez por eso, cuando me encontr¨¦ por primera vez con Los hermosos a?os del castigo, las primeras palabras ("A los catorce a?os yo era alumna de un internado de Appenzell") me recordaron al portentoso y simple comienzo de Karen Blixen en su libro de memorias: "Yo tuve una granja en ?frica, a orillas de los montes Ngong". Vivir en las frases simples. Ese deseo de otro tiempo regres¨® ayer cuando reencontr¨¦ la sencillez dulce pero potente de Jaeggy: "A los catorce a?os yo era alumna de un internado de Appenzell. El lugar por el que Robert Walser hab¨ªa dado muchos paseos cuando estaba en el manicomio, en Herisau, no lejos de nuestro instituto. Muri¨® en la nieve. Hay fotograf¨ªas que muestran sus huellas y la posici¨®n del cuerpo en la nieve. Nosotras no conoc¨ªamos al escritor (...) Es una verdadera l¨¢stima que no hubi¨¦semos conocido la existencia de Walser, habr¨ªamos recogido una flor para ¨¦l. Tambi¨¦n Kant antes de morir, se conmovi¨® cuando una desconocida le ofreci¨® una rosa".
Suiza como gran lugar apacible, lugar de formaci¨®n de esposas perfectas y, en el fondo, monstruoso manicomio. El Instituto Benjamenta de la novela de Walser y el Bausler Institut de Jaeggy tienen puntos en com¨²n, y no es casual que la estructura de Los hermosos a?os del castigo remita a la de Jacob von Gunten. Walser aparte, y tal vez porque dicen que la improvisaci¨®n musical se genera en la misma regi¨®n del cerebro que se utiliza cuando se escribe narrativa autobiogr¨¢fica, la voz narrativa de Los hermosos a?os del castigo me ha parecido, en esta nueva lectura del libro, que se ajustaba muy bien al tono de improvisaci¨®n musical que tiene la voz -modulaci¨®n sometida a un juego p¨¦rfido- de la cantante del nada inocente grupo CocoRosie. Esa delicada voz de Jaeggy, tan falsamente c¨¢ndida, nos va introduciendo en el instituto Bausler, oscuro hermano de sangre del manicomio de Herisau y perversa factor¨ªa de futuras mujeres correctas. Ambiente sobrio, calmo, terriblemente reprimido, y muy suizo, tr¨¨s suisse. "Je me suis suissid¨¦", recuerdo que dec¨ªa alguien con toda la frialdad de este mundo. Voces bajas y constantes. Ya en el cuento 'Los gemelos' se le¨ªa, como anticipando la explosi¨®n de locura que cerrar¨¢, al cabo de los a?os, la historia de aprendizaje en el Instituto de Appenzell: "Como si la existencia no fuera sino una secuencia de voces, un alternarse de voces bajas y constantes, bien educadas. Y finalmente una voz aullante, como fuera de s¨ª, de poseso".
Un ambiente sobrio y disciplinado y aparentemente c¨®modo, pero que va dibujando las fr¨¢giles fronteras entre la perfecci¨®n y la locura, nos llevar¨¢ hacia Fred¨¦rique, la "muchacha altiva" que es amiga de la narradora y ser¨¢ la voz suavemente aullante, desquiciada, que reencontraremos al final del f¨²nebre para¨ªso suizo. Muchos a?os despu¨¦s, cuando hasta el instituto se ha desvanecido ya de la memoria de todos, la narradora tendr¨¢ todav¨ªa un recuerdo para aquel lugar donde no aprendieron a ser correctas y buenas esposas y donde en realidad no aprendieron absolutamente nada, salvo a ser unas perfectas inocentes modernas, lo que a la larga les dej¨® un rescoldo infinito de odio hacia la contenci¨®n y hacia las dulces cortinas de los interiores burgueses: "Le dije a Fred¨¦rique que tal vez hab¨ªan sido nuestros pensamientos, o las emanaciones que habitan la edad de la inocencia, los que hab¨ªan destruido el Bausler Institut. Y es que ella dec¨ªa que la inocencia era una invenci¨®n de los modernos". -
Los hermosos a?os del castigo. Fleur Jaeggy. Traducci¨®n de Juana Bignozzi. Tusquets. Barcelona, 2009. 120 p¨¢ginas. 13 euros.
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