Susurros y silencios
Una estructura jerarquizada necesita para funcionar adecuadamente creer en el l¨ªder. Tanto da que se trate de un banco, una ONG o un partido, aunque quiz¨¢s en mayor grado en ¨¦ste. Esa dependencia hace comprensible la inquietud que ha recorrido en las ¨²ltimas fechas a la familia socialista al publicitarse en un ¨²nico paquete, y en el momento en que la crisis golpea m¨¢s recio, todas las dudas que el estilo de gobernar de Jos¨¦ Luis Rodr¨ªguez Zapatero ha ido sembrando desde su llegada a La Moncloa. De pronto, parece haberse hecho patente que el presidente del Gobierno y secretario general del PSOE practica un izquierdismo de sal¨®n, abusa de la improvisaci¨®n y los golpes de efecto, carece de un proyecto definido, tiene aversi¨®n a dar malas noticias, flojea a la hora de elegir a sus colaboradores, conf¨ªa en exceso en su clarividencia y determinaci¨®n y encaja mejor las alabanzas que las cr¨ªticas.
Algo falla cuando se requiere un suplemento de valent¨ªa para separarse lealmente del coro de las alabanzas y los silencios
Como no es posible que tal c¨²mulo de defectos se haya manifestado repentinamente, habr¨ªa que preguntarse m¨¢s bien si Rodr¨ªguez Zapatero no est¨¢ siendo v¨ªctima del desgaste natural del tiempo, potenciado ahora por la acumulaci¨®n de adversidades econ¨®micas. Lo cual invita tambi¨¦n a plantearse hasta qu¨¦ punto el cambio de percepci¨®n sobre un dirigente, en una democracia medi¨¢tica como la nuestra, est¨¢ m¨¢s basada en el cansancio subjetivo de la opini¨®n p¨²blica que en las equivocaciones objetivas de aqu¨¦l. ?En qu¨¦ momento un rasgo del l¨ªder que se apreci¨® como virtuoso pasa a convertirse en un defecto insoportable? ?Se valorar¨ªa hoy de igual manera la retirada unilateral de las tropas espa?olas de Irak que en la primavera de 2004?
Se ha hablado de la maldici¨®n del segundo mandato para describir la erosi¨®n acelerada que sufre la figura de los dirigentes que repiten en el cargo. Se basa en la consideraci¨®n de que el gobernante repetidor, acomodado al cargo, pierde reflejos, abandona la sana cautela que aporta la inseguridad inicial y se equivoca m¨¢s, y m¨¢s profundamente. Si se repasan las trayectorias de Aznar, Felipe Gonz¨¢lez, Bush, Ibarretxe o Blair, por poner ejemplos diversos, parece que se confirma ese enunciado. Es posible, sin embargo, que un an¨¢lisis menos circunstancial revele que, en realidad, los fallos y errores que se manifestaron de forma categ¨®rica en el segundo mandato se cometieron (o comenzaron a incubarse) en el primero. Como lo es tambi¨¦n que actuaciones y comportamientos que luego se consideraron catastr¨®ficos recibieron aplausos generalizados cinco o siete a?os antes y se saludaron como apuestas atrevidas y hasta geniales.
La maldici¨®n del segundo mandato quiz¨¢ sea, m¨¢s precisamente, la combinaci¨®n del paso del tiempo (el gran desgastador) con el proceso de insonorizaci¨®n del l¨ªder ante las cr¨ªticas procedentes de su propio espacio, si es que llegan con la fuerza suficiente, porque un segundo mandato lleva impl¨ªcito un gobernante que logra ¨¦xitos electorales y que, en consecuencia, cuenta con el respaldo reverencial de su partido.
Uno de los hechos incontrovertibles que han surgido de la ¨²ltima tormenta medi¨¢tica sobre modo de gobernar de Rodr¨ªguez Zapatero es que en los ¨®rganos internos del PSOE no se debate y, menos a¨²n, nadie osa a cuestionar abierta y lealmente lo que hace u omite el presidente-secretario general. Algo parecido deb¨ªa ocurrir en las reuniones del Euzkadi Buru Batzar del PNV en los tiempos de Ibarretxe. De lo contrario, el entonces presidente del partido, Josu Jon Imaz, no se habr¨ªa visto obligado a expresar su postura divergente del lehendakari en art¨ªculos de prensa. El ex presidente de la Junta de Extremadura, Juan Carlos Rodr¨ªguez Ibarra, ha achacado los silencios reinantes en la ejecutiva y el Comit¨¦ Federal del PSOE a la cobard¨ªa de quienes los integran, porque ¨¦l nunca se mordi¨® la lengua, pero su observaci¨®n s¨®lo salva a medias la responsabilidad del l¨ªder.
Para que la cr¨ªtica interna fluya de forma constructiva se requiere tambi¨¦n que el m¨¢ximo dirigente ofrezca se?ales de que est¨¢ dispuesto a recibirlas y a escucharlas. Cuando se tiene constancia de que las posturas de disentimiento no son bien recibidas y traen adem¨¢s consecuencias negativas para la carrera pol¨ªtica de quien las expresa, resulta comprensible que otros escarmienten en piel ajena y se guarden sus opiniones para otros foros.
Algo falla cuando se requiere un suplemento de valent¨ªa para separarse lealmente del coro de las alabanzas y los silencios. Para hacer observar, por ejemplo, que el problema quiz¨¢s no est¨¦ en que "no se sabe explicar lo que se hace", sino en las incertidumbres aventadas sobre lo que se va a hacer. Que la abundancia de redobles, golpes de efecto y solos en la gobernaci¨®n dificultan la percepci¨®n por el ciudadano de la melod¨ªa que se est¨¢ tocando. O que, en tiempos de zozobra, el abuso del globo sonda y los avisos de tanteo, lejos de ir preparando a la opini¨®n p¨²blica sobre las medidas que vienen, afianzan la sospecha de que igual el capit¨¢n est¨¢ desorientado y sin rumbo claro en medio del temporal.
Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.