Europa declara su interdependencia
S¨ª, ha le¨ªdo bien: interdependencia. Porque eso es lo que acaba de declarar Europa al quedar despejado el camino para la entrada en vigor del Tratado de Lisboa tras el voto afirmativo de los irlandeses en segunda convocatoria. Decidida de nuevo a dejar una impronta nunca recorrida en la historia, Europa, a diferencia de Estados Unidos en 1776 y de tantos pa¨ªses en los siglos XIX y XX, no ha declarado la independencia, sino la voluntad de recorrer unida el futuro.
Alguien podr¨ªa afirmar que eso ya lo hab¨ªa hecho con los tratados de Roma, Maastricht, ?msterdam o Niza. Claro que s¨ª, pero no con la fuerza constitucional, casi fundante, que encierra el de Lisboa. ?Por qu¨¦? La raz¨®n es sencilla: el Tratado de Lisboa se parece tanto a la Constituci¨®n Europea elaborada en la Convenci¨®n, que ha heredado de ella los elementos esenciales (principios, valores, objetivos y derechos) que definen por primera vez en la norma fundamental de la Uni¨®n el modelo europeo: una democracia supranacional (la primera en el devenir de las construcciones pol¨ªticas) basada en el Estado de derecho y en la econom¨ªa social de mercado. Negro sobre blanco.
El 's¨ª' irland¨¦s despeja el camino de un Tratado de Lisboa que recoge lo esencial de la Constituci¨®n Europea
Antes de esa Constituci¨®n o de su herencia -Lisboa- sab¨ªamos por y para qu¨¦ est¨¢bamos juntos, construyendo sucesivamente una uni¨®n aduanera, una zona de libre cambio, un mercado interior y, en fin, una moneda ¨²nica, cada vez con m¨¢s elementos de pol¨ªtica exterior e interior comunes. Pero ni lo hab¨ªamos escrito, ni votado ni, en consecuencia, declarado formalmente.
Ahora lo hemos hecho, poniendo en un Tratado, m¨¢s all¨¢ de la mera suma de factores nacionales, el m¨¢ximo com¨²n denominador de 27 pa¨ªses dispuestos a ser m¨¢s en los pr¨®ximos a?os. De la mano de esa interdependencia, Lisboa va a llevarnos a una Uni¨®n Europea m¨¢s democr¨¢tica y eficaz.
Con ¨¦l se crear¨¢n nuevas figuras institucionales -como el presidente estable del Consejo Europeo o un "ministro de Asuntos Exteriores" que, al margen de su t¨ªtulo oficial, el com¨²n de los mortales terminar¨¢ llamando de esa manera. M¨¢s importante que lo anterior: con el nuevo tratado, la Uni¨®n Europea tendr¨¢ m¨¢s competencias (por ejemplo, en energ¨ªa y cambio clim¨¢tico, ?ah¨ª es nada!), tomar¨¢ muchas m¨¢s decisiones por mayor¨ªa -en detrimento de la desesperante unanimidad- y adoptar¨¢ casi toda la legislaci¨®n, incluido el presupuesto, de forma bicameral por un Consejo formado por los Gobiernos y un Parlamento Europeo elegido directamente en las urnas.
Y a¨²n m¨¢s relevante que todo lo dicho: la ciudadan¨ªa europea pasar¨¢ de ser una bella noci¨®n dotada de ligero contenido a ser sujeto de unos derechos hasta ahora nunca enunciados en el nivel de la Uni¨®n, gracias a una Carta de Derechos Fundamentales jur¨ªdicamente vinculante.
Habr¨¢ en Europa y fuera de ella quien no celebre la entrada en vigor del Tratado de Lisboa -como tampoco lo hizo con la elaboraci¨®n de la Constituci¨®n- porque lo considere el paso hacia un federalismo que atenta contra la inmutable permanencia de los Estados nacionales que componen la Uni¨®n. Estar¨¢ en su derecho. Pero, con toda seguridad, las grandes mayor¨ªas empezar¨¢n a notar el cambio para bien que implica Lisboa m¨¢s pronto que tarde.
Todav¨ªa m¨¢s en una ¨¦poca de crisis econ¨®mica y financiera de la que s¨®lo puede salirse reforzando el modelo social europeo inscrito en el Tratado, cuando los nuevos interlocutores de Europa (empezando por Obama) necesitan para combatir el cambio clim¨¢tico o solucionar conflictos una UE aut¨¦ntico actor global gracias a los instrumentos de Lisboa, o cuando la gente demanda mecanismos de democracia participativa como la Iniciativa Ciudadana incluida en la nueva norma comunitaria, que permitir¨¢ a un mill¨®n de europeos instar a la Comisi¨®n a presentar un proyecto de ley.
A Espa?a le tocar¨¢ desarrollar Lisboa cuando ejerza la Presidencia de la UE en el primer semestre de 2010, liderando el inicio de una nueva Europa. Es una coincidencia de calendario que, sin embargo, hace justicia a nuestro pa¨ªs e interesa a la Uni¨®n.
Hace justicia porque, sin el refer¨¦ndum sobre la Constituci¨®n Europea convocado por el Gobierno de Zapatero en 2005 -en el que los electores respaldaron un texto desbloqueado por el mismo presidente al llegar a La Moncloa-, el proceso que ha desembocado en el Tratado de Lisboa habr¨ªa embarrancado sin remedio: nuestro s¨ª fue un argumento clave para seguir adelante tras el no en Francia y Holanda.
E interesa a Europa porque una aplicaci¨®n ambiciosa del Tratado tendr¨¢ su mejor impulsor en un pa¨ªs netamente proeuropeo como Espa?a, encabezado por un Gobierno europe¨ªsta que cuenta con un amplio consenso pol¨ªtico y social para esa tarea.
Lisboa no es el fin de la historia en la construcci¨®n europea. De hecho, habr¨¢ que seguir profundiz¨¢ndola en el futuro (pienso, por ejemplo, en un Gobierno econ¨®mico y social que cuente con un Tesoro comunitario) hasta conseguir la plena uni¨®n pol¨ªtica.
Pero, de momento, con el nuevo Tratado la Uni¨®n Europea -ya con personalidad jur¨ªdica propia- ofrecer¨¢, entre otras cosas, un tel¨¦fono al que llamar y, sobre todo, un alma. Interdependiente, por supuesto.
Y ya es bastante para los tiempos que corren.
Carlos Carnero es embajador en Misi¨®n Especial y fue miembro de la Convenci¨®n Constitucional Europea.
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