Hypatia, la otra gran alejandrina
La pel¨ªcula de Alejandro Amen¨¢bar '?gora' provoca un alud de publicaciones sobre la gran erudita y aviva la controversia en torno a su figura. La astr¨®noma y fil¨®sofa vivi¨® una ¨¦poca crucial marcada por la intolerancia
Entre Cleopatra y Justine, la antigua reina y el personaje moderno de Lawrence Durrell, est¨¢ Hypatia, la otra gran alejandrina. Juntas, las tres mujeres representan perfectamente el alma de Alejandr¨ªa, la capital de los Ptolomeos -con los inigualables Biblioteca y Museo, el alto Faro y el Soma, la resplandeciente tumba del fundador, Alejandro Magno- pero tambi¨¦n la ciudad arruinada de innumerables calles en las que se arremolina el polvo de la historia, la ciudad de las rencillas religiosas, la decr¨¦pita y melanc¨®lica del Viejo (Kavafis), la ciudad recreada por E. M. Forster, la ciudad, en fin, "de las cinco razas, cinco lenguas, una docena de religiones, el reflejo de cinco flotas en el agua grasienta, m¨¢s all¨¢ de la escollera, pero con m¨¢s de cinco sexos", como la describi¨® Durrell en su Cuarteto. Alejandr¨ªa... con Atenas y Roma la gran partera de nuestra civilizaci¨®n y el crisol de tantos sue?os, amores y maravillas.
Congregaba entre sus alumnos tanto a paganos como a cristianos y predicaba la moderaci¨®n
Su muerte brutal fue m¨¢s fruto de envidias pol¨ªticas que de causas religiosas
Si Cleopatra representa la gran Alejandr¨ªa de la antig¨¹edad cl¨¢sica y el momento emblem¨¢tico en el que la historia se adhiere al mito para no dejar de reencarnar hasta Hollywood con esfinges, senos y ¨¢spides, la ficticia Justine simboliza la metr¨®poli de devastados romanticismo y literatura, la que huele a podredumbre y a Jamais de la vie -el perfume del personaje- y que no se atalaya desde ning¨²n lugar mejor que desde la terraza del Cecil Hotel, abierta a los viejos puertos donde duermen sumergidas las ruinas de palacios y templos. A distancia de una y de otra, de Cleopatra y de Justine, tan diferente de ambas, Hypatia, cient¨ªfica, fil¨®sofa, unos dicen que virgen (otros que promiscua), es el arquetipo de una tercera Alejandr¨ªa, la que, suspendida en el fiel de la historia, envuelta en un clima de cat¨¢strofe y fanatismo, se aferra un ¨²ltimo momento a su evanescente grandeza intentando reinventarse a s¨ª misma para precipitarse luego en el caos, la oscuridad y la sinraz¨®n, las sombras y la decadencia que ser¨¢n ya para siempre, tambi¨¦n, su herencia.
Ahora, la nueva pel¨ªcula de Alejandro Amen¨¢bar, ?gora, ofrece para un p¨²blico amplio por primera vez (si exceptuamos aquella serie televisiva de Carl Sagan, Cosmos, que dio a conocer a mucha gente en los a?os setenta el nombre de la pensadora y cient¨ªfica) la figura de Hypatia. Es un prop¨®sito noble que de entrada s¨®lo cabe alabar y que ha provocado un estimable y curioso fen¨®meno de hypatismo que se traduce en un asombroso brote de publicaciones sobre la astr¨®noma, especialmente en el g¨¦nero de la novela hist¨®rica -tambi¨¦n interesantes biograf¨ªas como la de Dzielska en Siruela o la reivindicativa monograf¨ªa a cargo de un grupo de j¨®venes cient¨ªficas espa?olas (editorial Hipatia, 2009)-. ?gora, hay que recordarlo, es una ficci¨®n cinematogr¨¢fica, sujeta a las convenciones del g¨¦nero (el filme se centra en un personaje imaginario, el esclavo Davo, enamorado de la protagonista), pero ya ha creado controversia entre los que creen que se trivializa, adultera y falsifica la vida y la obra de Hypatia.
En realidad, no tiene sentido ponerse muy estupendos sobre el particular, porque no es mucho lo que sabemos a ciencia cierta de esa extraordinaria mujer a la que, para turbaci¨®n de los amantes de Egipto, encarna en ?gora Rachel Weisz, la misma actriz que hizo de princesa Nefertiti (sic) en The Mummy returns, aunque aqu¨ª est¨¢ mucho m¨¢s serena, m¨¢s fil¨®sofa, claro, y viste el adusto tribon y no los sensuales corpi?os de fantas¨ªa fara¨®nica de la pel¨ªcula de Stephen Sommers.
Hypatia naci¨® alrededor de 355 en Alejandr¨ªa, en plena ¨¦lite acad¨¦mica de la ciudad, pues era hija de Theon, el ¨²ltimo gran nombre que puede asociarse con el c¨¦lebre Museo, una de las grandes se?as de identidad intelectual de la metr¨®poli. La chica colabor¨® con su padre, a cuyo lado aprendi¨® astronom¨ªa, matem¨¢ticas y otros saberes, inclin¨¢ndose, al parecer, especialmente por la filosof¨ªa. Encontramos su nombre por primera vez en los comentarios de Theon al Almagesto de Ptolomeo en los que consta -y podemos vislumbrar el orgullo del sabio progenitor a trav¨¦s de la niebla de los siglos- la anotaci¨®n: "Edici¨®n revisada por mi hija Hypatia la Fil¨®sofa". No ha sobrevivido ninguna de las obras originales de Hypatia pero una fuente nos dice que "era por naturaleza m¨¢s refinada y talentosa que su padre". Vaya usted a saber. Fue una matem¨¢tica brillante, que escribi¨® comentarios a, por ejemplo, la Arithmetica, la compleja obra del inventor del ¨¢lgebra, Diofanto de Alejandr¨ªa (el sabio en cuyo epitafio figura un simp¨¢tico problema matem¨¢tico para dilucidar su edad). No hay evidencia de que Hypatia fuera miembro del Museo ni "la ¨²ltima bibliotecaria", y ya ni digamos una belleza, como algunos la han considerado.
La astr¨®noma vivi¨® en un momento en que las grandes instituciones de la ciudad, que hab¨ªa sufrido los avatares de la historia (como el odio de Caracalla) y, en 365, un gran terremoto seguido de un tsunami, estaban en decadencia y sus monumentos -la gran Biblioteca, el Faro, la tumba de Alejandro- desaparecidos o en ruinas. Sabemos que mont¨® su propia escuela, donde imparti¨® ense?anzas de ciencias pero asimismo de ¨¦tica, ontolog¨ªa y filosof¨ªa (las ense?anzas de Pit¨¢goras, de Plat¨®n y el neoplatonismo de Amonio Sacas -ex estibador, lo que hay que ver, de los muelles alejandrinos- y Plotino), en un clima que nos la muestra tambi¨¦n como algo cercano a lo que hoy denominar¨ªamos un maestro de vida o incluso un gur¨². Entre sus alumnos, muchos de ellos arist¨®cratas y gente influyente, estuvo Sinesio de Cirene -que lleg¨® a ser obispo en la Cirenaica-, del que se conservan 156 cartas en las que habla de la vida en la ciudad y que son la mejor fuente de lo poco que se conoce sobre Hypatia. En una de ellas, explica entusiasmado: "Hemos visto con nuestros ojos, hemos escuchado con nuestros o¨ªdos a la se?ora que leg¨ªtimamente preside los misterios de la filosof¨ªa".
Durante a?os se quiso ver a Hypatia como la ¨²ltima pagana, irreductible, enfrentada al cristianismo hirsuto representado por h¨¦roes como San Antonio que consideraba ba?arse pecaminoso y en consecuencia era llevado a trav¨¦s de los canales del Delta por un ¨¢ngel. El brutal asesinato de la erudita a manos de una turba de fan¨¢ticos en marzo del 415 habr¨ªa sido un martirio y la manifestaci¨®n de la victoria definitiva de una religi¨®n sobre otra, un hecho similar a la precedente destrucci¨®n del Serapeum y de la estatua de Serapis -y de los fondos supervivientes de la Biblioteca que all¨ª se guardaban-, que marc¨® el fin del paganismo. Forster abonaba esta teor¨ªa que en realidad no se sostiene, pues Hypatia sigui¨® en activo tras la radical clausura del templo, congregaba entre sus alumnos tanto a paganos como a cristianos, predicaba la moderaci¨®n y se manten¨ªa al margen de los peligrosos conflictos doctrinarios. Su muerte, a los 60 a?os (y no cuarentona), fue m¨¢s bien producto de envidias pol¨ªticas en el seno de una lucha por el poder.
La gran influencia de Hypatia en la vida alejandrina -el prefecto Orestes, cristiano, asist¨ªa a sus clases- molestaba al ambicioso nuevo obispo de la ciudad, Cirilo, elegido en el 412 y que ya hab¨ªa provocado disturbios soltando a los monjes de la Tebaida en la ciudad contra los jud¨ªos y las autoridades. Parece que fue ¨¦l el que difundi¨® la especie de que la astr¨®noma practicaba la magia negra y la brujer¨ªa (sab¨ªa usar un astrolabio, lo que nos puede parecer raro hasta a nosotros) y el que incit¨® a la caterva de parabolanos -aut¨¦nticos talibanes cristianos- a que detuvieran su carro aquel funesto d¨ªa cerca del viejo Cesareum, le arrancaran la ropa, la arrastraran hasta el edificio convertido en iglesia y la desollaran con afilados fragmentos de cer¨¢mica. Desgraciadamente no hubo, como en el filme, un fiel Davo que le diera una muerte misericordiosa. Los despojos de la fil¨®sofa fueron llevados al Kinaron, fuera de las murallas y quemados.
No cabe sino recibir el regreso de Hypatia, y su ejemplo, con alegr¨ªa. Un personaje femenino extraordinario, libre, que destac¨® en un tiempo en el que la mujer ten¨ªa poco o ning¨²n acceso al conocimiento y a la fama. La primera cient¨ªfica conocida. La postrera llama de la sabidur¨ªa y la tolerancia en un mundo embrutecido que se despe?aba en la barbarie. Un faro en fin de la ciudad que, esplendorosa en su ruina, contin¨²a ilumin¨¢ndonos.
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