Un mar sediento
- Soy un hombre con las pupilas inundadas de mar. Con huesos de salitre y piel salpicada de sol. Inspiro y el oc¨¦ano se me cuela en el cerebro. Atardece. En el aire encendido a¨²n puedo oler rastros pegajosos de sangre. Poca cosa. Apenas jirones. No como antes, cuando mastic¨¢bamos rojo. Rojo el mar. Rojo el barco. Rojo el cuerpo.
Una gota de sudor resbala por mi espalda. Cosquillea los m¨²sculos cansados. Amansa la tensi¨®n de la tarde. Es extra?o, a¨²n tensi¨®n. Despu¨¦s de cuarenta a?os en el mar, a¨²n tensi¨®n. La piel se encrespa cuando emergen las redes enormes. El mar entero se eriza, como en un ¨²ltimo estertor. Los atunes saltan, se arquean, buscando el impulso tit¨¢nico que les libre de la muerte. Pero la vida queda atrapada en la mara?a hasta que, en una ¨²ltima ca¨ªda, se pierde en las entra?as g¨¦lidas del barco.
El resplandor p¨²rpura apenas traza una pincelada en el horizonte. El cansancio se duerme con la llegada de las sombras. Entonces se dibuja la nostalgia. Treinta d¨ªas ya fuera de casa. La mujer sola en la casa sola. Los hijos ya se fueron. De la casa. Del pueblo. De la pesca. Treinta d¨ªas fuera y sesenta m¨¢s por delante. En estas aguas extra?as.
La noche ya ha vencido al d¨ªa. Y llega la hora de los rezos callados. De los ruegos, de las s¨²plicas. Que Dios nos ampare un d¨ªa m¨¢s. Los piratas no suelen atacar de noche.
- Que Al¨¢ quiera que la luna brille con fuerza esta noche y gu¨ªe nuestro rumbo, que mi piel oscura se confunda con la negrura del oc¨¦ano y que el viento aleje el olor a miedo que desprende mi cuerpo. Los radares han detectado un barco y yo siento de nuevo las garras de la angustia hincadas en mi est¨®mago. Miro a mi alrededor y me pregunto si soy el ¨²nico que las siente. Demasiado viejo para esto. Yo lo s¨¦ y mis compa?eros tambi¨¦n, pero a¨²n me necesitan. Ellos tienen kalashnikovs, lanzagranadas y GPS, pero no saben leer el mar, no han crecido mecidos por sus olas, su piel no se ha cuarteado por el viento de sal, ni han perdido la vista tratando de interpretar los secretos de las nubes de plancton.
Pronto, mi hijo de quince a?os me suceder¨¢ en el puesto y no lo lamentar¨¦. No extra?ar¨¦ estas aguas, este oc¨¦ano traidor que nos neg¨® el alimento a los hijos de Somalia y se rindi¨® a los extranjeros. Mientras nosotros pesc¨¢bamos en nuestras chalupas y regres¨¢bamos a la costa con las canastas llenas de miseria, ellos colmaban sus enormes barcos con toneladas de pescado que robaban a nuestras familias. Expoliaban lo ¨²nico que pose¨ªamos y, a cambio, nos regalaban los residuos de su riqueza: mercurio, cadmio, uranio... La muerte encerrada en barriles que el tsunami se encarg¨® de reventar. S¨®lo espero, Al¨¢ me perdone en su misericordia, que las tripas de ese barco que ahora empiezo a vislumbrar tambi¨¦n est¨¦n atiborradas de pescado emponzo?ado, que los extranjeros se envenenen con su ambici¨®n y que nosotros podamos cobrarnos el hambre.
- ?Son piratas! ?Son piratas! Piratas. La palabra que te roba hasta el aliento. Vamos, barco, vira. Vira a la derecha. M¨¢s r¨¢pido, por Dios, m¨¢s r¨¢pido. Yo no tendr¨ªa que estar aqu¨ª. T¨² lo sab¨ªas, Arantza. Qu¨¦ haces t¨² en un mar tan lejano, me dec¨ªas. D¨¦jalo, est¨¢s ya muy mayor. Y yo pensaba: una vez m¨¢s. S¨®lo una m¨¢s para enga?ar a la vejez. Pero ahora, los a?os que me quedan parecen diluirse en esta carrera desesperada. Bald¨ªa. Ay, patr¨®n, ?por qu¨¦ nos alejamos tanto de la zona de seguridad? Ambicionabas la mejor pesca y vamos a ser nosotros los capturados. La fragata de la Armada est¨¢ a muchas horas de aqu¨ª. Nadie atender¨¢ nuestras s¨²plicas.
- Son espa?oles, no est¨¢n armados, hemos tenido suerte, ya puedo despojarme del miedo y arroj¨¢rselo todo a ellos. Yo tambi¨¦n temblar¨ªa si estuviera en su lugar, en manos de estos j¨®venes llenos de odio. Antes, cuando ten¨ªamos m¨¢s hambre que armas y cuatro lanchas destartaladas, nos conform¨¢bamos con llevarnos el dinero de a bordo. Pero ahora, los reci¨¦n llegados han impuesto su crueldad. Algunos vienen de las milicias, otros, de lugares m¨¢s lejanos. Llegan atra¨ªdos por el dinero f¨¢cil de los saqueos y, despu¨¦s, se pasean por Eyl en coches de lujo con las mujeres m¨¢s bellas. Drogados, siempre drogados y siempre dispuestos a matar. Somalia entera sangra y no hay salvaci¨®n. Mata el hambre, mata la guerra, mata el caos y mata este oc¨¦ano cruel que se traga a los desesperados que venden su alma por un palmo de cayuco que les lleve a las costas de Yemen. Aguas sedientas de vida. Yo no s¨¦, ni quiero saber. Ya tengo 40 a?os y tan s¨®lo deseo quedarme en mi casa nueva y descansar. Descansar los pocos a?os que me quedan.
- ?Se puede morir de miedo? El coraz¨®n me estalla en el pecho. La sangre me abofetea el cerebro. Me duele todo el cuerpo. Los pulmones est¨¢n sellados. Me quema el aire agolpado en la garganta. No quiero morir, no quiero que me secuestren. Dejadme volver. Quiero olvidarme del mar y regresar. La casa me espera.
- M¨¢s cerca. M¨¢s cerca. Ya los tenemos. Pobres diablos.
- Lejos. Demasiado lejos para que Arantza lance flores al mar en mi recuerdo.
http://alteregosalterados.blogspot.com/
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