Los manifiestos anticomunistas
Si queremos comprender lo que sucedi¨®, debemos cuidarnos de las enga?osas certezas del ahora. Como nos advierte el narrador de El mensajero, la novela de L. P. Hartley, "el pasado es un pa¨ªs extranjero: all¨ª se hacen las cosas de manera distinta". Tendemos, por ejemplo, a juzgar la guerra fr¨ªa desde la muy diferente perspectiva de un mundo unipolar y esc¨¦ptico, por lo que se nos hace dif¨ªcil comprender la pasi¨®n y la acorazada intransigencia con que los partidarios de una u otra concepci¨®n del mundo defend¨ªan sus posiciones, apremiados por un contexto en que el ajuste final de cuentas parec¨ªa inevitable.
Para muchos intelectuales del Este y del Oeste, el comunismo -al menos desde la Revoluci¨®n de Octubre hasta el pacto germano-sovi¨¦tico- representaba la "juventud del mundo" (Maurice Thorez). El capitalismo, estructuralmente condenado a peri¨®dicas convulsiones, no era capaz de resolver la miseria de la inmensa mayor¨ªa de los habitantes del planeta, y la democracia "burguesa", su mejor invento pol¨ªtico, no constitu¨ªa un dique id¨®neo contra el fascismo, como hab¨ªa demostrado el "ensayo general" espa?ol. Para los nuevos conjurados, s¨®lo el comunismo podr¨ªa conducir a los pueblos, tras derrotar a sus enemigos, hasta el horizonte de radiante porvenir. En el otro lado, la alarmante velocidad con que el "imperio sovi¨¦tico" se hab¨ªa extendido por dos continentes (democracias populares en Europa, victoria de los comunistas en China) mientras el mundo convalec¨ªa de la guerra m¨¢s terrible, suscit¨® el pen¨²ltimo gran miedo de Occidente: para poner punto final al efecto domin¨® hab¨ªa que neutralizar ideol¨®gicamente al adversario.
Tendemos a juzgar la guerra fr¨ªa desde la muy diferente perspectiva de un mundo polar y esc¨¦ptico
La nueva querella entre supuestos antiguos y modernos se libr¨® tambi¨¦n en los libros. Frente a los entregados testimonios de "compa?eros de viaje" para quienes negar la verdad constitu¨ªa un acto de servicio revolucionario en defensa del basti¨®n sovi¨¦tico (su ¨²nica lealtad), al lado de ac¨¢ del tel¨®n de acero triunfaba un nuevo subg¨¦nero literario: las confesiones de ex comunistas. The god that failed (1949; en su versi¨®n espa?ola El fracaso de un ¨ªdolo), el libro que reun¨ªa los alegatos desencantados y admonitorios de famosos militantes o simpatizantes como Koestler, Silone, Spender, Gide, Richard Wright o Louis Fischer, se convirti¨® en un inmediato ¨¦xito editorial. En el contexto de tensi¨®n ideol¨®gica y militar de la guerra fr¨ªa, los testimonios de ida y vuelta de aquellos antiguos "antifascistas prematuros" (y m¨¢s tarde comunistas y, por ¨²ltimo, desertores), se leyeron como si se trataran de impecables atestados de fugitivos del n¨²cleo helado del infierno. La autoridad moral que se les conced¨ªa se basaba en el prestigio irrefutable de lo vivido.
A ese grupo pertenecen tambi¨¦n los cuatro libros cuyo contexto, recepci¨®n e impacto han sido cuidadosamente analizados por el profesor John V. Fleming en un apasionante libro de reciente publicaci¨®n en Estados Unidos, The Anti-communist manifestos (Norton). Para Fleming, la novela El cero y el infinito (Arthur Koestler, 1941), y los libros de memorias La noche qued¨® atr¨¢s (Jean Valtin, seud¨®nimo de Richard Krebs, 1941), Yo escog¨ª la libertad (V¨ªctor Kravchenko, 1946) y El testigo (Whittaker Chambers, 1952) constituyen en conjunto una especie de canon de la m¨¢s influyente literatura anticomunista del siglo pasado. Todos ellos se convirtieron no s¨®lo en best sellers de referencia (tambi¨¦n, si exceptuamos el ¨²ltimo, fueron bastante le¨ªdos en la Espa?a de la dictadura), sino en arrojadizas armas dial¨¦cticas. En mayor o menor medida, todos revelan no s¨®lo hechos m¨¢s o menos abominables, sino tambi¨¦n las muy diversas respuestas ¨¦ticas y las justificaciones de principio de quienes de ellos fueron c¨®mplices o agentes convencidos y, por ¨²ltimo, implacables fiscales. Y, por encima de todo, reflejan indirectamente el esp¨ªritu de una ¨¦poca, a la vez pr¨®xima y remota, en que el miedo y el mutuo recelo constitu¨ªan una frontera a¨²n m¨¢s impermeable que las que protegen armas y alambradas.
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