El avispero de Af-Pak
Peshawar, Rawalpindi, Islamabad, Kandahar, Kabul. Son nombres que, hasta hace poco, hab¨ªa que recurrir para encontrarlos a la literatura de Rudyard Kipling -un paquistan¨ª de Lahore si hubiera nacido en nuestros d¨ªas-, o a los cap¨ªtulos de la magna obra de Winston Churchill sobre la historia de los pueblos de habla inglesa dedicados a la aventura colonial brit¨¢nica en el sur de Asia, que se plasm¨® en la creaci¨®n del British Raj o administraci¨®n inglesa, que abarcaba desde Afganist¨¢n a la actual Myanmar.
Hoy, esos lugares protagonizan una serie casi diaria de matanzas indiscriminadas de civiles, hombres, mujeres y ni?os inocentes, masacrados unas veces en nombre del fundamentalismo isl¨¢mico m¨¢s extremista y otras por el odio intertribal alimentado por la etnia past¨²n, mayoritaria a ambos lados de la famosa l¨ªnea Durand, que te¨®ricamente divide Pakist¨¢n y Afganist¨¢n. Y digo te¨®ricamente porque la frontera de m¨¢s de 2.500 kil¨®metros que separa a los dos pa¨ªses a lo largo de la l¨ªnea trazada en 1893 por el entonces secretario del Exterior del gobierno brit¨¢nico de la India, sir Mortimer Durand, para poner fin a la guerra anglo-afgana nunca ha sido totalmente aceptada por ninguno de los dos gobiernos por ambiciones territoriales de Afganist¨¢n y Pakist¨¢n sobre las zonas pastunes a ambos lados de la frontera.
EE UU trata de averiguar si el Ej¨¦rcito de Pakist¨¢n pretende s¨®lo "dispersar" a los talibanes de Wazirist¨¢n
Y para a?adir gasolina a la hoguera existe otro factor de riesgo, que desestabiliza a¨²n m¨¢s, si cabe, la situaci¨®n: la desconfianza gen¨¦tica de Pakist¨¢n, y en especial de sus fuerzas armadas, hacia la India, producto de tres guerras entre los dos pa¨ªses -dos por Cachemira y una tercera por la desmembraci¨®n del Pakist¨¢n Oriental, hoy Bangladesh-, desde la partici¨®n del subcontinente decretada por Gran Breta?a en 1947 y que dio lugar al nacimiento de las dos naciones.
Buena prueba de esa desconfianza es que, a pesar de los mortales ataques talibanes en el coraz¨®n de las principales ciudades del pa¨ªs, dos terceras partes del Ej¨¦rcito paquistan¨ª siguen concentradas no s¨®lo en Cachemira sino en el resto de la frontera con la India. La ofensiva para reconquistar el valle del Swat en el centro del pa¨ªs fue contundente y todo un ¨¦xito para sus fuerzas armadas. La actual en Wazirist¨¢n adolece de debilidad como si se pretendiera, en opini¨®n de expertos militares occidentales, m¨¢s que destruir a la guerrilla talib¨¢n, eliminar s¨®lo a su c¨²pula. Como declar¨® el pasado viernes el enviado especial para la zona Richard Holbrooke, Estados Unidos est¨¢ tratando de averiguar si el Ej¨¦rcito pretende simplemente "dispersar" a los militantes (de Wazirist¨¢n) o, por el contrario, busca su destrucci¨®n, como desear¨ªa Washington. Despu¨¦s de todo, no ser¨ªa la primera vez que los servicios secretos paquistan¨ªes han utilizado a los talibanes para desestabilizar las zonas fronterizas de Afganist¨¢n y como agentes terroristas en la Cachemira india. A pesar de que Estados Unidos bajo la Administraci¨®n Obama ha fundido acertadamente en una sola pol¨ªtica, Af-Pak, la estrategia para los dos pa¨ªses y a pesar de una ayuda de 7.500 millones de d¨®lares a Islamabad para los pr¨®ximos cinco a?os, la c¨²pula militar paquistan¨ª, cuyas relaciones con el Gobierno civil del presidente Asif Al¨ª Zardari, se deterioran por momentos, es renuente a emplearse a fondo en las zonas tribales.
Y tiene motivos para esa renuencia, que nace de la desconfianza hacia la fiabilidad de Estados Unidos como aliado de Pakist¨¢n en el futuro. No s¨®lo no comprenden que Washington, que recientemente ha consagrado a la India como potencia nuclear a pesar de no ser firmante del Tratado de No Proliferaci¨®n, no presione a Nueva Delhi para conseguir un acuerdo en el tema de Cachemira, sino que recuerdan la estampida de Estados Unidos en Afganist¨¢n una vez consumada la retirada sovi¨¦tica del pa¨ªs en 1989. Y las indecisiones de Obama en la definici¨®n de una nueva estrategia y en el env¨ªo de tropas a Afganist¨¢n, unida a la suicida actitud abandonista predominante en los pa¨ªses europeos de la Alianza Atl¨¢ntica integrados en la ISAF, no hacen sino incrementar ese temor paquistan¨ª.
?ste es el panorama que ha encontrado Hillary Clinton en su primera visita como secretaria de Estado a Islamabad, saludada por los terroristas con una matanza de cerca de 100 personas en Peshawar el d¨ªa anterior. Y las promesas de amor eterno o las declaraciones de que "la lucha de Pakist¨¢n es la lucha de Estados Unidos" son necesarias y oportunas. Pero, por s¨ª solas, no van a cambiar la percepci¨®n del problema. Se trata de una cuesti¨®n de liderazgo, que imprima una confianza basada en la determinaci¨®n. Y ese liderazgo y esa determinaci¨®n est¨¢n ausentes, por ahora, en Washington.
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