Vanguardia, exilio y sabidur¨ªa
El escritor cultiv¨® con igual brillantez la novela, el cuento y el ensayo
La inteligencia era el don que unificaba las m¨²ltiples facetas de la personalidad de Francisco Ayala. A su prop¨®sito, cabe pensar esa inteligencia como una disposici¨®n general, pero tambi¨¦n como una constelaci¨®n de estrategias vitales: el privilegio de acertar con la oportunidad, la capacidad de relativizar las cosas (empezando por s¨ª mismo), el uso adecuado de la iron¨ªa, la disposici¨®n para cambiar de rumbo y la capacidad de desprenderse de lo accesorio (aunque forme parte de uno), la lealtad cr¨ªtica a lo fundamental.
Antes de la guerra civil, se hab¨ªa fraguado una notable reputaci¨®n como escritor de vanguardia (sus prosas de Cazador en el alba est¨¢n entre las mejores y su Indagaci¨®n del cinema fue un ensayo brillante y oportuno) pero, a la vez, se convert¨ªa tambi¨¦n en un funcionario p¨²blico de alto nivel, dotado de una moderna formaci¨®n jur¨ªdica. La guerra civil y su lealtad cr¨ªtica a lo fundamental le impidieron desarrollar la segunda dimensi¨®n de su vida; la misma contienda, sumada a la universal que le sigui¨®, le hizo aparcar su prosa de vanguardia y le llev¨® a otra forma de literatura, como argument¨® en el prefacio a sus cuentos La cabeza del cordero.
Adecu¨® su invenci¨®n a lo vivido, fruto de lo cual fue 'El jard¨ªn de las delicias'
Entonces y despu¨¦s recurri¨® a la capacidad de desprenderse de lo afectivamente accesorio, cuando le toc¨® hacerse cargo de las circunstancias de un mundo diferente: su ensayo Raz¨®n del mundo fue una luminosa reflexi¨®n sobre el compromiso del intelectual, la funci¨®n del Estado y la nueva dimensi¨®n del liberalismo. Que eran quiz¨¢ los temas capitales de la posguerra internacional, que Ayala abord¨® en su nueva condici¨®n de soci¨®logo y con un prop¨®sito que recog¨ªa el t¨ªtulo de la revista que fund¨® y dirigi¨® en Buenos Aires: Realidad (1947-1949).
Era un escritor exiliado y supo evitar la tentaci¨®n de hacerse un profesional del exilio. No todos entendieron que se preguntara, ya en 1947, "?Para qui¨¦n escribimos nosotros?" y se respondiera de forma poco benevolente, pensando ya en la caducidad del sistema cultural de la emigraci¨®n. Vivi¨® en Argentina con intensidad, tambi¨¦n lo hizo en Brasil, en 1945. Luego lo har¨ªa en Puerto Rico (desde 1950) y en Estados Unidos, a partir de 1956.
No asociaba el exilio al calor de un grupo basado en la nostalgia o el rencor. Cuando Max Aub le pregunt¨® su opini¨®n sobre un art¨ªculo de Aranguren en 1953, titulado La evoluci¨®n espiritual de los intelectuales en la emigraci¨®n, respondi¨®: "Yo no creo, dada la situaci¨®n, que sea lo mejor echarse encima y cerrarse a la banda, desanimando as¨ª las buenas voluntades; nada de eso tiene importancia en orden al r¨¦gimen imperante, tan indiferente a las opiniones de los intelectuales de all¨ª como a las nuestras. Por eso, la contestaci¨®n colectiva que hab¨¦is pensado, me parece mal. Por eso, y porque creo que si hay un error en el art¨ªculo de Aranguren es englobar a los intelectuales. No hay tal grupo. La aglutinaci¨®n es de car¨¢cter pol¨ªtico y eso no vale para los efectos actuales y a la fecha de hoy". Tampoco alberg¨® dudas al empezar a residir temporadas en Espa?a. "Es muy cierto -escrib¨ªa a Aub en 1963- que me he comprado un piso frente a la Academia de Jurisprudencia. Si le quedan a uno unos pesos, en este pa¨ªs no hay en qu¨¦ invertirlos, y hay que darles colocaci¨®n en alg¨²n pa¨ªs subdesarrollado, ?y cu¨¢l mejor que el nuestro? Si alguna vez las cosas se mejoran y llega la hora de jubilarse, por lo menos ah¨ª tenemos un rinc¨®n".
Hab¨ªa escrito ya un par de novelas excepcionales, Muertes de perro y El fondo del vaso, y preparaba un regreso que fue un prodigio de discreci¨®n y habilidad: eligi¨® editores, peri¨®dicos en que escribir y hasta compil¨® un libro miscel¨¢neo, Confrontaciones, carta de presentaci¨®n a sus lectores espa?oles. Con los a?os, supo adecuar su invenci¨®n a lo personal y vivido, fruto de lo cual fueron El jard¨ªn de las delicias y El tiempo y yo, socarrones y enigm¨¢ticos, melanc¨®licos a veces, disfrutados siempre. Supo sobrevivir a la vejez y a la servidumbre de los homenajes porque solo quien ha sabido vivir con inteligencia sabe habitar su propia posteridad. Y ah¨ª es donde contaba mucho el don de la iron¨ªa... Quienes tuvimos el privilegio de tratarle no olvidaremos nunca su lecci¨®n de vida.
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