El reparto de mi vida
La muerte de un actor es una muerte doble o triple o infinita, porque con ¨¦l se mueren todos aquellos personajes que podr¨ªa haber encarnado y no le ofrecieron. L¨®pez V¨¢zquez hab¨ªa muerto ya un poco antes de morir porque los directores no le llamaban para ofrecerle papeles a su altura y un actor sin personajes es un hombre disminuido. ?l, que era un se?or al que no le importaba manifestar educadamente su fastidio, se quejaba con franqueza en una entrevista que le hizo Juan Cruz hace unos cinco a?os en la que el c¨®mico brilla: no por su simpat¨ªa ni por un especial apasionamiento, brilla por su autenticidad. Es el se?or mayor que no le encuentra la gracia a ser mayor, el ciudadano que no le encuentra el chiste a estos tiempos, el c¨®mico que se siente extra?o entre los suyos, el actor que no habla de su m¨¦todo ni de los sufrimientos psicol¨®gicos de su oficio. ?Milagro: un ser humano que se representa a s¨ª mismo tal cual es! Todo esto expresado con claridad de madrile?o antiguo, silabeando mucho las palabras. Perm¨ªtanme conmoverme por la muerte de este c¨®mico viejo de una manera especial. Poco o nada tiene que ver esta emoci¨®n con la pomposidad que se inyecta en las necrol¨®gicas culturales y que las hace flotar como globos sobre nuestras cabezas. Pero a los globos se los lleva el viento; en cambio, el recuerdo que deja un viejo c¨®mico est¨¢ amarrado al de nuestra propia vida. Muere L¨®pez V¨¢zquez y se me dispara la imaginaci¨®n haciendo un reparto con esa troupe de secundarios que protagonizaron teatro y cine en los a?os cincuenta y sesenta. Mi abuelo, claro, ser¨ªa Pepe Isbert; mi padre, por supuesto, ese pedazo de hombre que era Jos¨¦ B¨®dalo; mi madre, la dulce Elvira Quintill¨¢; mi portero de finca, Cassen; mi t¨ªa soltera y sentenciosa, la gran Mar¨ªa Luisa Ponte; las amigas de mi t¨ªa soltera, Lali Soldevilla, Mary Carrillo y Luisa Sala; la chacha, Florinda Chico; otra chacha, Gracita Morales; esa vecina jaquetona que llevaba un sost¨¦n de los que hac¨ªan los pechos picudos ser¨ªa Emma Penella; Tony Leblanc, el amigo liante de mi padre; la secretaria de mi padre para alarma de mi madre, Conchita Velasco; mi t¨ªo soltero al que le gustaban las chicas de revista, Manuel Aleixandre; Paquito Valladares, el solter¨®n que recita en las bodas; el director del colegio, Agust¨ªn Gonz¨¢lez; el cura, Sazatornil; Jos¨¦ Luis Ozores, la cara franca y alegre de cualquier trabajador manual; las vecinas elegantes, las Guti¨¦rrez Caba y Rafaela Aparicio, que podr¨ªa ser una abuela o una chacha, gritando a la hora de comer: "?Que se enfr¨ªan las cocletas!". Podr¨ªa seguir fantaseando con un reparto de actores que habr¨ªan de representar a todas las personas que habitaban mi universo infantil; dejando a un lado la presencia poderosa de mis padres, todos ellos ser¨ªan que son en mi recuerdo: maravillosos secundarios que dan color y gracia a tu biograf¨ªa. Lo extraordinario es que si pienso en L¨®pez V¨¢zquez, su cara se me confunde con la de la mayor¨ªa de los hombres que yo observaba desde mi estatura infantil. L¨®pez V¨¢zquez puede ser el director de banco, el empleado pelota, el portero de finca, el t¨ªo, el adulto rijoso y sob¨®n; resumiendo: puedo asegurar que en mi escalera viv¨ªan varios L¨®pez V¨¢zquez, en mi calle, en mi familia; incluso, si pienso en las amigas solteras de mi t¨ªa soltera, a esa edad en que la cara se amojama y unos pelillos inoportunos pueblan las barbillas femeninas, si las recuerdo velando al Se?or en la tarde de Jueves Santo, con sus gestos de dolor religioso alumbrados por la luz de las velas, siento que todas me miran de pronto desde el recuerdo con la cara de L¨®pez V¨¢zquez en Mi querida se?orita. C¨®mo no extra?arle si su cara, sus gestos y su manera precisa de hablar se confunden con los de las personas entre las que me cri¨¦. Los tiempos son otros. No creo que a ninguno de los que conforman mi irrealizable reparto les hicieran muchas entrevistas a lo largo de su vida laboral. Es imposible imaginar, por ejemplo, a Rafaela Aparicio ofreciendo entrevista tras entrevista para explicar c¨®mo hab¨ªa interiorizado el papel de asistenta en La vida por delante, o se?alando el injusto desd¨¦n con el que la figura de la asistenta suele ser tratada en el cine, o alabando a ese genio (el director). No. Entonces se les prestaba mucha menos atenci¨®n, su vida (aunque ten¨ªan la condici¨®n extraordinaria de c¨®micos) se parec¨ªa de manera m¨¢s precisa a la de la gente com¨²n a la que deb¨ªan representar. As¨ª que cuando llegaban a aquel programa, C¨®micos, de Diego Gal¨¢n estaban tan ¨¢vidos de que se les hiciera caso como v¨ªrgenes a la hora de contar sus aventuras. Hab¨ªan vivido mucho y pod¨ªan contar mucho. Hay ahora en Espa?a grandes actores, m¨¢s preparados f¨ªsicamente, m¨¢s intelectualizados, por as¨ª decirlo, pero debieran aprender de sus mayores, verlos una vez y otra en las buenas y en las malas pel¨ªculas de las que siempre sal¨ªan airosos; olvidar algo de lo que aprendieron en la escuela, o desaprenderlo, buscar el misterio de representar a la gente con la que se cruzan a diario. Considerarse a s¨ª mismos como personas corrientes con un oficio. Un oficio como el de L¨®pez V¨¢zquez que, sin ser un actor internacional, consigui¨® convertirse en el mejor actor del mundo, seg¨²n Chaplin.
L¨®pez V¨¢zquez hab¨ªa muerto ya un poco antes de morir porque los directores no le ofrec¨ªan papeles a su altura
Los actores en Espa?a debieran aprender a considerarse a s¨ª mismos como personas corrientes con un oficio
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