Elogio de 'monsieur' Germain
Muchos de los que se oponen a conceder a los docentes estatuto de autoridad p¨²blica (casi siempre porque la propuesta proviene de fuera de su clan) sentencian que "la autoridad no es algo que pueda conferirse por decreto sino que hay que gan¨¢rsela". Y se quedan muy orondos despu¨¦s de proferir lo que en la mayor¨ªa de los casos es una obviedad y, en el que nos ocupa, tambi¨¦n una sandez. Sin duda la auctoritas del maestro -o sea, el espont¨¢neo respeto y casi veneraci¨®n a su figura y a su magisterio- es cosa que algunos conquistan merced a sus dotes personales: habilidad para comunicar, simpat¨ªa, equidad, etc... En una palabra, carisma: algo que no siempre dan la experiencia ni la buena voluntad. Estupendo para quien lo posee y para los afortunados que han disfrutado de profesores as¨ª.
Hay que reforzar la figura del profesor: que tenga rango de autoridad p¨²blica y respaldo social
El maestro de Camus se gan¨® la 'auctoritas' con equidad y sabidur¨ªa
Pero el carisma no basta, porque hay buenos profesores que no lo tienen... as¨ª como tambi¨¦n alumnos y padres refractarios ante ¨¦l. Y ni las clases van a suspenderse ni las escuelas cerrarse o convertirse en un infierno por la falta de carisma.
Tambi¨¦n la armon¨ªa conyugal (o entre padres e hijos) es cosa que no puede ordenar un juez, pero por si acaso es bueno que haya una legislaci¨®n bien clarita contra el maltrato. Carism¨¢tica o no, la figura del profesor debe ser reforzada: dotarla de rango de autoridad p¨²blica no es sino institucionalizar el respaldo social que siempre merece. Se establece que en su caso, como en el de otros servidores p¨²blicos, los menosprecios y agresiones tienen mayor gravedad que las rencillas privadas porque implican la obstaculizaci¨®n de un prop¨®sito com¨²n y necesario para toda la ciudadan¨ªa. No solventa desde luego todos los problemas de la escuela p¨²blica actual, pero colabora a mejorar el estatuto de quienes m¨¢s directamente los padecen.
Claro que en nuestro pa¨ªs ese objetivo social no es aceptado sin abundantes discrepancias. Algunos creen que la ense?anza no debe ser -en el terreno moral y c¨ªvico- m¨¢s que una reiteraci¨®n ampliada de las doctrinas que profesan los progenitores, sean cuales fueren: los maestros s¨®lo son unos empleados al servicio de los prejuicios familiares. Ni educaci¨®n para la ciudadan¨ªa, ni ciencias del mundo contempor¨¢neo, ni formaci¨®n sexual obligatoria, nada de lo que pueda alterar sacrosantas supersticiones caseras. Para otros, separar a los varones de las hembras da mejores resultados acad¨¦micos (quiz¨¢ debi¨¦ramos extender la receta a la sociedad entera, qui¨¦n sabe si hallar¨ªamos as¨ª el para¨ªso) y no faltan defensores de que los ni?os no deber¨ªan ir a la escuela a corromperse y perder el tiempo, porque como en el hogar no se aprende en ninguna parte. Invocar cualquier tipo de consideraci¨®n socializadora o de los derechos de la comunidad a la formaci¨®n de quienes van a gozar de sus garant¨ªas democr¨¢ticas les parece a esos pedagogos disociativos una imposici¨®n totalitaria.
Tampoco ayuda precisamente la visi¨®n que dan del asunto algunos desgraciadamente populares espacios televisivos. Por ejemplo F¨ªsica o qu¨ªmica cuenta historietas picantes de sexo o drogas (f¨ªsica o qu¨ªmica, ya digo), pero nada digno de menci¨®n en cuanto a la ense?anza misma. Cualquier bedel espabilado de instituto podr¨ªa haber asesorado a los romos guionistas. Y para que hablar de Curso del 63, que presenta una visi¨®n de la autoridad que responde al modelo del Ner¨®n de Quo Vadis? m¨¢s que a nada conocido en el mundo real. Se ha dicho con raz¨®n que toda exageraci¨®n es insignificante y esa caricatura lo es: claro que los zangolotinos deambos sexos que forman el talludito alumnado virtual de ese falso internado son de tal ¨ªndole que despertar¨ªan ansias tir¨¢nicas en el mism¨ªsimo Gandhi... Si se comparan esas parodias con La clase y otras aportaciones del cine franc¨¦s al mismo tema, sobran mayores comentarios.
En estos tiempos, convendr¨ªa recordar a monsieur Germain. Fue el maestro de Albert Camus en la escuela primaria y, muchos a?os despu¨¦s, el destinatario de la primera carta que su antiguo alumno escribi¨® al ganar el Premio Nobel: "Cuando me dieron la noticia, mi primer pensamiento, despu¨¦s de mi madre, fue para usted. Sin usted, sin esa mano afectuosa que tendi¨® al ni?o pobre que yo era, sin su ense?anza y su ejemplo, nada de todo esto habr¨ªa ocurrido". La historia podemos leerla en El primer hombre, poco m¨¢s que un borrador pero infinitamente significativo y conmovedor de la obra p¨®stuma de Camus. All¨ª se narra la atroz miseria de los primeros a?os del escritor, hijo de un soldado franc¨¦s ca¨ªdo en la Primera Guerra Mundial y de una menorquina afincada por necesidad en una aldea argelina. Sin libros, sin radio, sin cultura de ning¨²n tipo, casi sin lenguaje m¨¢s all¨¢ de las voces elementales: el ni?o solitario fascinado por la madre iletrada desesperadamente melanc¨®lica y por la fuerza abrumadora del sol africano.
Pero all¨ª estaba el se?or Germain, que se fij¨® en su "peque?o Camus" y le gui¨® con severa benevolencia. Un maestro a la antigua, que no dudaba en castigar las infracciones con golpes de regla en las posaderas... sin excluir de esos correctivos a su preferido. Pero tambi¨¦n el salvador que convenci¨® a la familia de la importancia de que el ni?o continuara en el Liceo de Argel sus estudios (a pesar de los sacrificios econ¨®micos que implicaban) y as¨ª le rescat¨® para la palabra liberadora. Es fundamento de la integridad humana y creativa de Camus no haber olvidado ni renegado nunca de esos humildes or¨ªgenes.
El se?or Germain era sin duda un maestro con auctoritas, ganada tanto por su equidad y sabidur¨ªa como por el respeto de los alumnos y sus familias, ese respeto que sienten los desfavorecidos por la ense?anza cuya importancia emancipadora valoran tanto como otros m¨¢s acomodados la desprecian. Y todo ello en un contexto de enfrentamiento colonial y pluri¨¦tnico nada favorable a f¨¢ciles armon¨ªas...
Tras el Nobel, Louis Germain escribi¨® una larga carta a su cher petit. En ella recuerda episodios del pasado, pero acaba centr¨¢ndose en alarmas del presente (estamos en 1959). Informa a su antiguo alumno, "en tanto que profesor laico", de las amenazas que ve cernirse sobre la escuela p¨²blica. Deja claro que -como Camus atestiguaba- siempre mantuvo una escrupulosa imparcialidad en cuestiones religiosas, explicando en clase que hay diversas religiones y tambi¨¦n gente que no practica ninguna: "Creo que, durante toda mi carrera, he respetado lo que hay de m¨¢s sagrado en el ni?o: el derecho a buscar su verdad". Por eso le alarman las noticias de que en ciertos Departamentos franceses ya hay clases que se dan con un crucifijo en el aula: "Lo considero un abominable atentado contra la conciencia de los ni?os". ?Y eso que nunca oy¨® hablar de la "laicidad positiva" y las indagaciones sobre la identidad francesa de Nicolas Sarkozy!
A ra¨ªz de la obvia sentencia del Tribunal de Derechos Humanos europeo sobre el crucifijo en las aulas, hemos vuelto a o¨ªr las protestas habituales, igual de mal argumentadas. Los unos: "?A qui¨¦n puede ofenderle un crucifijo, s¨ªmbolo de perd¨®n, etc¨¦tera?". Respuesta: a nadie, claro. En cambio, ofende a los laicos y a los partidarios de la libertad de conciencia que se invada un espacio que debe permanecer confesionalmente neutral con s¨ªmbolos respetables pero partidistas. Los otros: "?Ignorantes, se trata de una expresi¨®n cultural, no religiosa!". Respuesta: ignorante usted, so merluzo, porque el crucifijo es una expresi¨®n cultural en tanto que religiosa. La prueba: colocar sobre la taza del retrete una reproducci¨®n de la Gioconda o del Pensador de Rodin (m¨¢s apropiado) puede ser de mejor o peor gusto ornamental, pero poner un crucifijo ser¨¢ una provocaci¨®n que irritar¨¢ justificadamente a muchos creyentes.
Dejo de lado a los multiculturalistas que recomiendan traer a las aulas, junto al crucifijo, vers¨ªculos del Cor¨¢n, candelabros de siete brazos, im¨¢genes de Buda, moais de la Isla de Pascua, etc¨¦tera. En ¨¦poca de crisis, no es bueno sobrecargar los gastos de material escolar.
Fernando Savater es escritor.
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