Contra los fanatismos
Casi mil p¨¢ginas y tres a?os de trabajo. Antonio Mu?oz Molina publica La noche de los tiempos, una novela sobre los traumas de la Rep¨²blica, la guerra y el exilio. "Es mentira que estuvi¨¦ramos abocados a un final as¨ª".
Probablemente, 958 p¨¢ginas sean pocas para dirimir ciertas cosas. M¨¢s cuando se trata de la Rep¨²blica, la Guerra Civil, el exilio y aquellos traumas a¨²n sangrantes en la conciencia de los espa?oles. Pero cuando algunos asuntos importantes aparecen desdibujados por debates enconados conviene afrontar un exhaustivo examen de conciencia. Es lo que ha tratado de hacer Antonio Mu?oz Molina en La noche de los tiempos (Seix Barral). Honestamente. Sin evadir verdades dolorosas, desplegando sobre planteamientos profundamente c¨ªvicos hechos que, no por haberse diluido en idealismos y nostalgias, dejan de resultar menos crudos ni dolorosos.
?Por qu¨¦ aquel sue?o de la Rep¨²blica nos fue arrebatado de cuajo? ?Por qu¨¦ entre dos bandos fanatizados perdieron quienes quedaban en medio? ?Qu¨¦ hizo que el sentido com¨²n resultara la m¨¢s desautorizada de las utop¨ªas? ?Qui¨¦n tuvo la culpa de que la decencia, la democracia, el progreso descarrilaran en aquel tren que despu¨¦s lleg¨® con un interminable retraso hist¨®rico? ?Por qu¨¦ unos se fueron y otros se quedaron? ?C¨®mo afrontamos hoy todo aquel desastre? ?Qu¨¦ estamos dispuestos a admitir? ?Contin¨²a la derrota?...
"Es muy f¨¢cil juzgar a posteriori, dividir el mundo entre los justos y quienes no lo son, pero las cosas son mucho m¨¢s complicadas"
"Hay que hacer un esfuerzo e imponer las preguntas. A quienes lo vivieron y a nosotros mismos: ?t¨² qu¨¦ habr¨ªas hecho?"
"Lo que yo quer¨ªa es contar cu¨¢l es la percepci¨®n de las cosas cuando no son historia todav¨ªa"
En el Hungarian Pastry Shop, un caf¨¦ encantador de su barrio neoyorquino donde el autor ha escrito parte de su novela, Mu?oz Molina (?beda, Ja¨¦n, 1956) sigue pregunt¨¢ndose esas y otras cosas. Son cuestiones sobre las que el escritor ha navegado buscando respuestas que todav¨ªa se nos escapan. Lo ha hecho para construir una novela de amor y odio. Junto a un personaje complejo y lleno de claroscuros como es el arquitecto Ignacio Abel. A su lado, en un exilio americano hacia donde huye al principio de la guerra en busca de Judith Biely, su amante perdida, Mu?oz Molina crea personajes de ficci¨®n en los que remueve a fondo el conflicto y sus contradicciones.
Pero tambi¨¦n, por La noche de los tiempos desfilan otros reales: desde pol¨ªticos como Juan Negr¨ªn y Manuel Aza?a a nombres de la cultura como el escritor activista Jos¨¦ Bergam¨ªn, el pintor Jos¨¦ Moreno Villa, Zenobia Camprub¨ª, la mujer de Juan Ram¨®n Jim¨¦nez, o Rafael Alberti. Unos salen mejor parados que otros. Pero es que ciertas verdades institucionalizadas necesitan de revisiones, aunque vayan a levantar ampollas. "No soy belicoso", avisa el escritor. De lo que no hay duda es de que este libro le ha costado sufrimiento, angustia y sudores. Ha buceado con plena honestidad en simas a las que no todo el mundo est¨¢ dispuesto a llegar. Menos desde la izquierda. Si hay algo que ha sacado en claro despu¨¦s de haber logrado una de las prosas m¨¢s poderosas de su carrera es una cosa: "Es mentira que estuvi¨¦ramos abocados a un final as¨ª. Aquello nunca debi¨® haber ocurrido".
PREGUNTA. Esta novela suya es un aut¨¦ntico examen de conciencia republicano. ?As¨ª se lo ha planteado?
RESPUESTA. S¨ª, hasta cierto punto, eso es verdad. Pero las novelas no se hacen con posiciones pol¨ªticas. Para hacer un examen de conciencia no necesitas hacer una novela. Es importante precisarlo. Lo m¨¢s dif¨ªcil de ¨¦sta era ponerse en el lugar. En un tiempo y un espacio que yo no he vivido, pero que deb¨ªa hacer m¨ªos tambi¨¦n.
P. ?Como una especie de literatura del m¨¦todo, si lo trasladamos a t¨¦rminos actorales?
R. Algo as¨ª, necesitaba una identificaci¨®n. Deb¨ªa conseguir que lo que cuento no resultara retrospectivo, sino que fuera percibido como algo inmediato. Por eso la novela est¨¢ contada en presente. El examen de conciencia aqu¨ª consiste en intentar quitar las capas de la ignorancia, la ideolog¨ªa, la pereza mental para intentar saber c¨®mo se siente una persona que vive una experiencia as¨ª, c¨®mo ha sido la vida para la gente que no deseaba eso. Es muy f¨¢cil juzgar a posteriori, dividir el mundo entre los justos y quienes no lo son, pero las cosas son mucho m¨¢s complicadas. Hay que hacer un esfuerzo y consiste en imponer, m¨¢s que nuestra mirada o nuestras opiniones caprichosas, las preguntas. A quienes lo vivieron y a nosotros mismos: ?t¨² qu¨¦ habr¨ªas hecho?
P. Pues mire, eso era lo que le pensaba preguntar al final, pero ya que lo saca.
R. Debemos plantearnos eso. ?sa es la cuesti¨®n. Son dos partes. Una enterarnos de c¨®mo eran las cosas. Leer y recordar qu¨¦ nos han contado para entender. Ese mundo, cuando yo era ni?o, lo recordaba vivamente y la gente de mi entorno lo contaba sin prejuicios ideol¨®gicos. Ese sustrato no ideol¨®gico me ha servido. Tambi¨¦n los testimonios de personas honradas, sin tergiversaciones.
P. Como qui¨¦n.
R. Ignacio Abel le debe mucho a Arturo Barea, sobre todo al tercer tomo de sus memorias, La llama. Empieza cuando arranca el conflicto y acaba en 1938, cuando se va a Londres con una mujer a la que conoci¨®. Era hijo de una lavandera y ascendi¨® de clase social. Ten¨ªa una militancia socialista y sindicalista muy fuerte y vivi¨® con el conflicto del hombre que ha ascendido socialmente, de quien ten¨ªa zapatos donde los dem¨¢s calzaban alpargatas. La descripci¨®n del 19 de julio, cuando Abel atraviesa la ciudad en busca de su amante, le debe mucho a ¨¦l, ese surrealismo de feria y carricoches, era as¨ª.
P. Tambi¨¦n esa parte le debe algo al San Camilo
1936
de Cela. ?Puede ser?
R. Cela utiliz¨® unas t¨¦cnicas, como las de mezclar los anuncios en el relato. Esa novela de Cela es muy importante. Pero tambi¨¦n me sirvi¨® mucho la t¨¦cnica de collage de Manhattan Transfer, de John Dos Passos, o el Ulises, de Joyce. Como novelista, soy deudor de los grandes maestros del siglo XX. Ellos nos han ense?ado que podemos atrevernos a escapar de los cors¨¦s y ahora nos beneficiamos de esas invenciones. Yo me aprovecho de eso, tambi¨¦n de Faulkner, Virginia Woolf, novelas suyas como Mrs. Dalloway o Alfaro. Durante un tiempo me consider¨¦ un absolutista de la novela. Pero tampoco quer¨ªa hacer una obra que llamara la atenci¨®n sobre s¨ª misma, sino que lo crucial eran los personajes, la historia. Algo que me obsesionaba era saber de verdad c¨®mo eran las cosas cotidianas. Porque la verdad es que son las primeras que desaparecen y cuando intentas revivir una ¨¦poca...
P. Conviene ir al detalle, a cierto puntillismo.
R. S¨ª, yo quer¨ªa saber c¨®mo era un billete, una postal. Una clave fundamental fue introducir mi propio deseo de plasmar aquello. Qu¨¦ hab¨ªa en los bolsillos de ese se?or, qu¨¦ se sent¨ªa al tocar un peri¨®dico. Me invadi¨® una forma insensata de romper la barrera del tiempo. No pod¨ªa ser una reconstrucci¨®n tranquila, no conflictiva, deb¨ªa transparentarse la dificultad, el esfuerzo de saltar a otra ¨¦poca. Porque, adem¨¢s, la gente no sab¨ªa qu¨¦ estaba pasando.
P. Pero s¨ª percibes el miedo a lo que cre¨ªan que iba a pasar.
R. El miedo estaba en mucha gente, pero todav¨ªa nadie se atrev¨ªa a llamar a aquello guerra. Tambi¨¦n aprend¨ª mucho al leer las memorias de Juli¨¢n Mar¨ªas. Un hombre ¨ªntegramente republicano, pero cat¨®lico. Muchos viv¨ªan ese conflicto. Zenobia Camprub¨ª, tambi¨¦n. Sus testimonios me sirvieron mucho. ?Qu¨¦ hac¨ªan? ?Cu¨¢l era su posici¨®n? Cuando habl¨¢bamos del examen de conciencia, entra el deseo de ir m¨¢s all¨¢ de las versiones simplificadoras que se siguen propagando en Espa?a tanto tiempo despu¨¦s.
P. ?El problema es el victimismo? ?No nubla demasiado ciertas cosas?
R. Lo que tenemos que conocer es la historia. Hay que diferenciar la historia del tebeo y del mitin. Pero yo quer¨ªa contar cu¨¢l es la percepci¨®n de las cosas cuando no son historia todav¨ªa. Las personas vivieron en presente y tuvieron un orden de prioridades. Pero eso cambia y cada uno tiene asuntos personales que se imponen. Lo que quiere Ignacio Abel, el 18 de julio, es encontrar a su amante. Su desgarro no es la guerra. Nadie sabe qu¨¦ nombre tiene lo que est¨¢ pasando. Esa palabra tarda en salir en los peri¨®dicos. ?Qu¨¦ sab¨ªa nadie entonces?
P. Y as¨ª ha pasado tres a?os de trabajo, obsesivos. Al ver el resultado, ?ha encontrado a un escritor distinto?
R. No pienso en esos t¨¦rminos. Para m¨ª era una cosa m¨¢s perentoria e inmediata. Empec¨¦ sin saber ad¨®nde iba, ni el grado de dificultad que fue adquiriendo, de una manera muy ca¨®tica. Cuando llevaba 400 p¨¢ginas tuve que volver al principio. Yo sab¨ªa muy poco sobre la novela al meterme en ella.
P. ?Qu¨¦ sab¨ªa?
R. Que iba a centrarse en un personaje con una encrucijada fundamental como la que tuvo Pedro Salinas, m¨¢s personal. Y otra pol¨ªtica, como la de mucha gente que no cuadraba en ninguna de las simplificaciones que se impusieron a posteriori. No hay dos Espa?as, como en un partido de f¨²tbol siniestro, que al final entran en guerra. Hay una situaci¨®n pol¨ªtica muy confusa, muy rica, en la que lo m¨¢s dif¨ªcil era que se formaran bandos congruentes. S¨®lo dentro del PSOE hab¨ªa dos bandos. ?Qu¨¦ ten¨ªan que ver los anarquistas con los socialistas de Juli¨¢n Besteiro, los de Largo Caballero, los republicanos de Aza?a, de Miguel Maura, de Alcal¨¢ Zamora, un mundo muy fluido que no deb¨ªa haber acabado en eso? Era un bando muy ca¨®tico. Por eso, en parte, se pierde la guerra. Se empe?aron casi en perder. Es muy f¨¢cil saber eso. Lo ¨²nico que hay que hacer es leer. En Espa?a se puede saber todo. Los historiadores de verdad han hecho su trabajo. Y lo han hecho bien.
P. Los personajes hist¨®ricos que ha elegido est¨¢n ah¨ª para explicar esa encrucijada. Pero se destruyen algunos mitos. ?Le preocupan las reacciones?
R. ?sos fueron saliendo. Todo fue un proceso de descubrimiento. Tanteas a ver qu¨¦ aparece. Todas las novelas son as¨ª. Luego se ve tan largo el libro y parece hecho a prop¨®sito, pero no es as¨ª. Los personajes van surgiendo. Por ejemplo, convertir a Ignacio Abel en arquitecto me llev¨® a otras vertientes, al proyecto de la Ciudad Universitaria, tan ut¨®pico y tan pr¨¢ctico a la vez. A quienes buscaban una idea de progreso. La Rep¨²blica es un proyecto pol¨ªtico, cultural y social que ven¨ªa de mucho antes, de una idea liberal, de la Instituci¨®n Libre de Ense?anza o de personajes que estaban en la Junta de Ampliaci¨®n de Estudios, como Ram¨®n y Cajal, que con eso impulsa una formaci¨®n europe¨ªsta de la que despu¨¦s vienen Negr¨ªn, Antonio Machado, Ortega y Gasset, Francisco Ayala... Ignacio Abel pertenece a ese mundo, el de la modernizaci¨®n social de Espa?a.
P. ?Por eso es un personaje que huye de toda aquella violencia? ?Aunque lo haga con mal cuerpo?
R. La novela comienza cuando ¨¦l escucha una voz que lo llama en la estaci¨®n. ?Cu¨¢l es esa voz?
P. ?La de su conciencia? De ah¨ª parte el examen que usted realiza.
R. Yo creo que ¨¦l al huir busca que no le maten, algo m¨¢s primitivo. Marcharse. Tengo esa impresi¨®n. Pero no hay manera de despojarse de la vida que dejas atr¨¢s. Durante su existencia ha adquirido cosas, ha pasado de una porter¨ªa en la calle Toledo a un piso en el barrio de Salamanca y, de repente, no tiene nada. Pero la carga la lleva. Eso y lo que tiene en la maleta y los bolsillos. La experiencia del despojamiento la sufri¨® mucha gente y la siguen sufriendo en otros pa¨ªses. Por eso hay que ver en ello una clave no espa?ola. En Estados Unidos, tengo que rebelarme muchas veces tanto entre progresistas y reaccionarios con que la desgracia espa?ola es espec¨ªfica, como la fiesta de los toros, y no es as¨ª. Es parte de la crisis europea que se resuelve en un conflicto global como la Segunda Guerra Mundial y si no entendemos eso, no entendemos nada.
P. Pero usted tambi¨¦n parece haber hecho cierta introspecci¨®n en esta novela. Hay reflexiones sobre la paternidad cruciales. Por cierto, ?sus hijos son buenos lectores suyos?
R. S¨ª. Muy buenos, muy acertados. Me interesan mucho sus lecturas. Son muy atentos. Ahora, yo soy mejor padre que Ignacio Abel. Pero s¨ª es cierto que hay reflexiones ¨ªntimas sobre la paternidad. En esta novela hay pluralidad de mundos. La tentaci¨®n de convertir a un personaje en un h¨¦roe se borra cuando te encuentras a su hijo observ¨¢ndolo. Tambi¨¦n cuando aparece el contrapunto de una amante que se niega a ser la querida de un var¨®n espa?ol.
P. ?Tambi¨¦n hay un Mu?oz Molina que se siente en el exilio?
R. En el exilio no. Tenemos que ser muy cuidadosos con las palabras.
P. Tiene raz¨®n. ?Un Mu?oz Molina n¨®mada, mejor dicho?
R. Mejor eso. No podemos usurpar con nuestro narcisismo el sufrimiento de otros. El exilio es el exilio. Yo me siento alguien de ida y vuelta entre Madrid y Nueva York. Voy de mi casa a mi casa. Lo que me gusta es poner distancia. Espa?a es un pa¨ªs en el que estamos todos muy apretaos. Es muy f¨¢cil ser demasiado visible y a m¨ª no me gusta ser un personaje p¨²blico. De mi oficio me interesa el hecho de escribir y leer.
P. ?Est¨¢ preparado para recibir su le?a desde la izquierda? Porque algunos le dar¨¢n.
R. Pues, lo siento. Yo soy una persona de izquierdas. Me da igual lo que digan. En la novela no hay nada que no hayan escrito o manifestado y pensado gente de izquierda. Mis gu¨ªas pol¨ªticos en la novela han sido progresistas como Barea, Jos¨¦ Zugazagoitia, Moreno Villa o Manuel Chaves Nogales.
P. Pero hay grandes sacrosantos de ese bando que no quedan en buen lugar, como Alberti o Bergam¨ªn.
R. Es lo que es. No resulta lo mismo, por ejemplo, Miguel Hern¨¢ndez que otros. ?l estuvo en lugares donde silbaban las balas mientras otros estaban en bailes de disfraces y comilonas de la Alianza de Escritores Antifascistas. Es as¨ª.
P. Entonces, ?se va a remangar bien para responder en todos los frentes? Hasta en las Cartas al Director,
como hace a veces.
R. No, no. En este caso no.
P. Eso le va, no me lo niegue.
R. No. Yo no soy belicoso. Lo que a veces me subleva es que, siendo tan f¨¢cil conocer las cosas como fueron o como son se mienta. Pero en fin, esto es una novela y ya est¨¢. No he contado nada que no proceda de testimonios directos. Las cosas que dice Bergam¨ªn est¨¢n sacadas de cosas firmadas por ¨¦l. ?Qu¨¦ le vamos a hacer! Se dijeron barbaridades atroces y las consecuencias fueron terribles. Las palabras, en vez de construir, serv¨ªan para destruir. Hay un enloquecimiento ideol¨®gico, un delirio en los dos bandos. Tambi¨¦n hay que preguntarse por qu¨¦ despu¨¦s de 70 a?os no existe un acuerdo b¨¢sico sobre lo que pas¨®. Que no se haya implantado la concordia fundamental sobre esos hechos.
P. No s¨¦ si ha ca¨ªdo en que grandes novelistas de su generaci¨®n: usted, Javier Mar¨ªas o Almudena Grandes, han escrito ¨²ltimamente a lo grande sobre la Guerra Civil. ?Era una deuda pendiente?
R. No lo s¨¦. En mi caso, ese hilo lo he cultivado desde mi primera novela. A lo mejor, ahora lo estamos abordando con m¨¢s profundidad.
P. En esta novela se ha retado usted hasta un l¨ªmite obsesivo. ?Ha querido ser m¨¢s perfeccionista que en otras?
R. Siempre pasa lo mismo. Yo a veces ten¨ªa la sensaci¨®n de no haber exprimido suficientemente todas las posibilidades. Pero con esta novela pasar¨¢ lo mismo que con otras. Mientras lo haces pones los cinco sentidos. Pero dentro de un tiempo creer¨¦ que pod¨ªa haber ido m¨¢s all¨¢.
P. ?Dentro de unos a?os?
R. Qu¨¦ va. En dos meses... Por otra parte, ya est¨¢. No me gusta regodearme.
P. ?Pero se ha llegado a arrepentir de algo? ?Ha tenido la tentaci¨®n de desheredar alguna obra suya? No entremos en t¨ªtulos.
R. El arrepentimiento var¨ªa. Viene por ¨¦pocas.
P. De Beltenebros
tengo la impresi¨®n de que usted se ha arrepentido.
R. No. Me he arrepentido de no haber sabido hacer esa novela con toda la complejidad que requer¨ªa. No supe en su momento. Pero bueno, esa novela tiene sus lectores.
P. Por ¨²ltimo. Echo de menos una respuesta. Se lo pregunt¨¦ antes pero no me contest¨®. Insisto. Usted, en aquellos d¨ªas, ?qu¨¦ hubiera hecho?
R. Es que no lo s¨¦. Nadie sabe c¨®mo se reacciona en una situaci¨®n de extremo peligro y de p¨¢nico. Me lo he preguntado muchas veces mientras escrib¨ªa este libro. Pero hay que tener la humildad de no responderse. La novela, como g¨¦nero, nos ense?a que debemos tener un fondo de respeto sobre el ser humano. Que hay cosas que podemos saber pero otras no: ni sobre otros, ni sobre nosotros mismos.
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