El estilo y c¨®mo evitarlo
Christoph Marthaler, Platz Mangel: otra de lo mismo, demasiado m¨¦todo y autocomplacencia, el estilo como una piedra atada al cuello. Krystian Lupa, Las presidentas: una sacudida, el estilo dictado por el asunto secreto del texto
Dos estrenos de enjundia esta semana en Temporada Alta: Platz Mangel, de Christoph Marthaler, y Las presidentas, de Werner Schwab, dirigida por Krystian Lupa. Del de Marthaler me largu¨¦ a la mitad. Del de Lupa, ni aunque hubiera querido: me clav¨® a la butaca. Se me acab¨® la paciencia con Marthaler: dudo que vuelva a ver algo suyo en un buen tiempo. Yo hab¨ªa adorado a Marthaler. Me parec¨ªa un verdadero poeta, con dos cumbres: Murx y Los diez mandamientos. Ahora caigo en la cuenta de que de Murx han pasado, a lo tonto, 17 a?itos. Tiempo suficiente para crearse (peligro, peligro) un prestigio en el "circuito internacional". Para crearse (peligrazo) "un estilo". A menudo eso equivale a enlazar fatigosamente una serie de "figuras de estilo". La figura de estilo comienza cuando el estilo se convierte en una suerte de franquicia. A eso se refer¨ªa Ferr¨¦ cuando cantaba Ton style c'est ton cul. El culo que muestras y el culo que te compran. Porque un estilo, a la que te descuidas, acaba siendo una construcci¨®n de los otros: la suma de tus tics, tus repeticiones, tus gracias, tus inercias. Una forma de aprovechar el impulso adquirido, seg¨²n la definici¨®n de Gide. Las figuras de estilo tienen un efecto tranquilizador, sedante: estamos en territorio familiar, ninguna idea nueva va a sacudirnos. Incluso nos hace sentir m¨¢s j¨®venes: podemos creer, por una noche, que tenemos la misma edad que cuando vimos aquel primer espect¨¢culo que tanto nos gust¨®.
De un tiempo a esta parte, uno ya sabe lo que va a encontrarse en un espect¨¢culo de Marthaler. De entrada, talento, faltar¨ªa m¨¢s. Y toneladas de oficio, de gran oficio. Pero tambi¨¦n el grupo habitual, demasiado habitual, de estrafalarios lentos, vestidos a la moda cutrelux de los setenta y perdidos en un mundo extra?o, sea Maeterlinck o sea una cl¨ªnica alpina. Sabemos que actuar¨¢n muy bien, faltar¨ªa m¨¢s. Y que cantar¨¢n de perlas. Y que las canciones se repetir¨¢n hasta la letargia, y que Marthaler emplear¨¢ dos o tres horas en contarnos lo que se cuenta en una. As¨ª que cuando llevaba una y me parec¨ªa que llevaba tres opt¨¦ por irme a cenar. Demasiado m¨¦todo en su locura, demasiada autocomplacencia, demasiadas figuras de estilo, aupadas, apuntaladas y a la postre mineralizadas en los circuitos de ¨®pera, de Festivalandia, y de los grandes expresos europeos.
Es curioso esto que digo, ahora que me escucho, porque en literatura suelo soportar muy bien, con delectaci¨®n incluso, a los autores que escriben una y otra vez la misma novela (Modiano ser¨ªa el ejemplo m¨¢ximo). En teatro y cine, sin embargo, prefiero a los artistas que no tienen "forma fija", que no tratan de impon¨¦rsela a su tema sino que operan a la inversa: dejan que el tema acaba exhalando y determinando su propia manera. Y que, por tanto, cambian a cada nueva entrega.
Por supuesto que podr¨ªamos encontrar no pocos puntos de contacto entre Factory 2 y Las presidentas, las dos ¨²ltimas funciones de Krystian Lupa, pero sus sistemas respiratorios no pueden ser m¨¢s distintos. Yo creo que esto se debe a que Lupa ha escuchado con extremo inter¨¦s lo que Warhol y Schwab, respectivamente, quer¨ªan decirle. De Factory 2 ya escrib¨ª el pasado Festival de Oto?o. Me apasion¨® tanto como acaba de apasionarme Las presidentas, y eso que ni Warhol ni Schwab entran precisamente en lo que podr¨ªa llamar mi c¨ªrculo de intereses. De Schwab me sedujo su doble parentesco con Fassbinder, con Bernhard y, sobre todo, con Von Horvath. Con Fassbinder compart¨ªa la velocidad y la voracidad, el excesivo estilo (el estilo, ese passe-partout) de vida. Schwab muri¨® el d¨ªa de A?o Nuevo de 1994, a los 35 a?os. Estaba muy borracho, se qued¨® dormido en un sill¨®n y ya no despert¨®. Dorm¨ªa un par de horas diarias y ocupaba las restantes en escribir compulsivamente cinco o seis piezas teatrales al a?o. Las presidentas, su primera obra, fue rechazada por todos los teatros austriacos y se estren¨®, tras su muerte, en el Burgtheater, una iron¨ªa que debi¨® encantar a Bernhard. En Espa?a la estren¨® Carme Portaceli, en catal¨¢n, en el Lliure, har¨¢ unos diez a?os. No es dif¨ªcil encontrar huellas de Bernhard en las imprecaciones alucinatorias de Las presidentas, pero es m¨¢s dif¨ªcil rastrear lo que ha rastreado Lupa: el eco de Von Horvath. Las presidentas suele montarse un poco ¨¤ la Copi, acentuando el humor grotesco, el chafarrin¨®n. Lupa, como Von Horvath, no retrata a tres monstruos sino a tres v¨ªctimas, tres humilladas y ofendidas que, precisamente por eso, pueden acabar siendo monstruos: el huevo de la serpiente. Tres mujeres excluidas, degradadas. Tres desheredadas en las que late, preciosa frase, "el misterioso tartamudeo de la existencia". Su tarea ha consistido en escuchar atentamente ese tartamudeo hecho de frases hechas, de escatolog¨ªa, de recuerdos ¨ªnfimos (porque hasta los grandes recuerdos les han sido negados) y hacer que, poco a poco, brote lo no dicho, un inmenso r¨ªo de dolor. Hay algo de vidas de santas en esas tres criaturas, en la alegr¨ªa oscura y feroz de Greta (Halina Rasiakowna, sublime), en el gorro rescatado de la basura por Erna (Bozena Baranowska, sublime), tan parecido al loro de Felicit¨¦ en Un coeur simple, y sobre todo en la ingenua demencia m¨ªstica de Mar¨ªa (Ewa Skibinska, resublime). Digo que son santas porque a mitad de funci¨®n comienza a soplar un hurac¨¢n alt¨ªsimo y las tres entran en trance y por sus bocas habla la boca del Se?or o la Se?ora; hay ese momento en el que ya no pueden m¨¢s y en sus palabras arde con un nuevo fuego todo lo que se vieron obligadas a quemar para calentarse, para seguir adelante. La transustanciaci¨®n m¨¢s hipn¨®tica y m¨¢s dolorosa de contemplar es la de Mar¨ªa, la respuesta polaca a Harriet Anderson. Est¨¢ ah¨ª, a un palmo, pose¨ªda, sacudida, diciendo la verdad y nada m¨¢s que la verdad, una verdad que Erna no puede soportar, hasta que sobreviene el cuchillo, el sacrificio, y la aparici¨®n de una Virgen muda y aterrada que llega tarde. ?C¨®mo hemos pasado del aguafuerte a Racine, a Juana en la hoguera, a la gran tragedia? Lupa, como la sombra, lo sabe.

Tu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo
?Quieres a?adir otro usuario a tu suscripci¨®n?
Si contin¨²as leyendo en este dispositivo, no se podr¨¢ leer en el otro.
FlechaTu suscripci¨®n se est¨¢ usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PA?S desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripci¨®n a la modalidad Premium, as¨ª podr¨¢s a?adir otro usuario. Cada uno acceder¨¢ con su propia cuenta de email, lo que os permitir¨¢ personalizar vuestra experiencia en EL PA?S.
?Tienes una suscripci¨®n de empresa? Accede aqu¨ª para contratar m¨¢s cuentas.
En el caso de no saber qui¨¦n est¨¢ usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contrase?a aqu¨ª.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrar¨¢ en tu dispositivo y en el de la otra persona que est¨¢ usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aqu¨ª los t¨¦rminos y condiciones de la suscripci¨®n digital.