El aborto y los m¨ªnimos ¨¦ticos
En un reciente art¨ªculo, publicado en las p¨¢ginas de este mismo diario, el presidente del Congreso de los Diputados hizo una propuesta que, a mi juicio, no puede merecer sino apoyo. Sugiere Jos¨¦ Bono abrir un sereno di¨¢logo en el seno de la sociedad civil sobre un tema tan sensible como el del aborto, con una peculiaridad: que los interlocutores no se descalifiquen mutuamente desde el comienzo con etiquetas insultantes, sino que hagan el esfuerzo de pensar que a lo mejor el otro est¨¢ expresando una convicci¨®n razonable, aunque yo no la comparta, y no una opini¨®n irracional, malvada o simplemente interesada. El paso siguiente consistir¨ªa en intentar descubrir unos puntos de acuerdo, esos m¨ªnimos ¨¦ticos que pueden permitirnos construir juntos la vida compartida.
Dialogar sin etiquetas en la sociedad civil y tratar de descubrir puntos comunes es de primera necesidad
Aceptar una propuesta semejante es -creo yo- de primera necesidad, y no s¨®lo en el asunto del aborto, sino en todos aquellos sobre los que no existe acuerdo y ata?en a cuestiones de justicia. Entre otras razones, porque en una sociedad democr¨¢tica la validez de las leyes depende sin duda del Parlamento, pero no es menos cierto que, una vez desaparecida la legitimaci¨®n divina del poder pol¨ªtico, la ¨²nica legitimidad racional de las leyes es la de una forma de gobierno que trate de identificar a los autores de las leyes con sus destinatarios, que plasme en la vida pol¨ªtica la idea kantiana de libertad "yo no puedo obedecer m¨¢s leyes que aquellas a las que estar¨ªa dispuesto a dar mi consentimiento". No es, pues, buena cosa promulgar leyes contra las convicciones de gran parte de la poblaci¨®n. Sobre todo cuando se trata de cuestiones de justicia, que en este caso afectan a la vida humana, se reconozca o no como vida personal, y al bienestar de un buen n¨²mero de mujeres.
Para llevar a buen puerto un di¨¢logo semejante el primer paso consistir¨ªa en eliminar los obst¨¢culos que lo condenan al fracaso desde el comienzo. No ayuda mucho, sino todo lo contrario, adjudicar al interlocutor de entrada una actitud perversa; pongamos por caso: "usted est¨¢ a favor de una cultura de la muerte" o bien "usted est¨¢ en contra de las mujeres". Habr¨¢ excepciones, pero en su apabullante mayor¨ªa ni quienes est¨¢n a favor de las leyes del aborto apuestan por una cultura de la muerte, ni quienes se oponen a ellas est¨¢n en contra de las mujeres. Con insultos semejantes, tan infundados, no vamos a ning¨²n sitio.
Tampoco sirve de ayuda tachar unas posiciones de retr¨®gradas y oscurantistas, otras, de progres irresponsables, sin m¨¢s pre¨¢mbulos y sin m¨¢s reflexi¨®n. Porque, al fin y al cabo, para decir qu¨¦ leyes son progresistas es preciso valorar cu¨¢les favorecen en mayor medida la humanizaci¨®n de la vida compartida, y en ¨¦ste, como en todos los dem¨¢s asuntos, lo retr¨®grado son las etiquetas que descalifican al interlocutor sin m¨¢s consideraciones.
Eximir a los varones de responsabilidades es, a mi juicio, otro obst¨¢culo. Es cierto que los varones tienen m¨¢s f¨¢cil desaparecer y dejar a la mujer sola, pero precisamente por eso es urgente recordarles, como afirmaba Margarita Rivi¨¨re en estas p¨¢ginas, y cualquiera que tenga sentido com¨²n, que un embarazo es cosa de dos, y que ya va siendo hora de acabar con esa cultura machista que deja en manos de las mujeres, en solitario, tanto las decisiones como, sobre todo, las responsabilidades.
Ahora bien, desde un di¨¢logo sin etiquetas como ¨¦stas y bastantes m¨¢s, ?qu¨¦ m¨ªnimos ¨¦ticos podr¨ªamos espigar en torno a los cuales podr¨ªamos ir descubriendo acuerdos?
Que el aborto es indeseable parece fuera de duda. Ninguna mujer desea tener que abortar, ninguna lo incluye como parte de un proyecto vital, es una decisi¨®n traum¨¢tica ante la que nadie desea encontrarse. Por eso lo m¨¢s urgente e importante es prevenir, educar para no llegar al embarazo no deseado, invertir esfuerzo, no s¨®lo en educaci¨®n sexual, sino tambi¨¦n en una educaci¨®n en proyectos valiosos, que no arrebate a los ni?os su infancia ni a los adultos su responsabilidad. Una responsabilidad, por supuesto, compartida entre mujeres y varones, que juntos han de asumir decisiones y consecuencias. Y si una mujer llega a la decisi¨®n traum¨¢tica de abortar, suficientemente dolorosa por s¨ª misma, una sociedad civilizada no puede recurrir al castigo, sobre esto ¨²ltimo tambi¨¦n existe un amplio acuerdo.
Regular la objeci¨®n de conciencia del personal sanitario que se niega a eliminar lo que considera una vida humana resulta indispensable para no llegar a un Estado totalitario, que obliga a los ciudadanos a actuar en contra de su conciencia. Y, por supuesto, es una obligaci¨®n social impedir que las familias sientan como indeseables embarazos que recibir¨ªan con entusiasmo si no fuera por falta de medios.
Ciertamente, entablar un di¨¢logo sereno no significa que los interlocutores no tengan convicciones ni tampoco dar por supuesto de forma est¨²pida que no hay desacuerdos. Pero si hemos de intentar que los autores de las leyes coincidan lo m¨¢s posible con sus destinatarios, dialogar sin etiquetas en el seno de la sociedad civil y tratar de descubrir puntos comunes es de primera necesidad.
Adela Cortina es catedr¨¢tica de ?tica y Filosof¨ªa Pol¨ªtica de la Universidad de Valencia y miembro de la Real Academia de Ciencias Morales y Pol¨ªticas.
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