Inocente, inocente
Siempre me pareci¨® siniestra la fiesta de los inocentes. Que para conmemorar una matanza de ni?os, real o supuesta, tanto da, se hagan bromas, dice mucho de nuestra capacidad de frivolizaci¨®n. Es como si, en vez de colgar monigotes de la espalda, se colgaran estrellas de David para conmemorar las matanzas de Auschwitz. Y, sin embargo, quien m¨¢s quien menos recuerda con nostalgia aquella ¨¦poca ingenua de la infancia en la que prepar¨¢bamos inocentadas y en la que la portada de los peri¨®dicos se llenaba de fotos impactantes y de noticias inveros¨ªmiles. Los tiempos han cambiado mucho. No tengo nada claro que hoy se gasten inocentadas.
Por ejemplo, lo de los peri¨®dicos. El 28 de diciembre sol¨ªan traer fotos de conocidos parajes urbanos de la Comunidad Valenciana cubiertos por el agua porque se supon¨ªa que el mar los hab¨ªa inundado. El padre exclamaba desde el sill¨®n: ?Qu¨¦ barbaridad, el mar ha subido un par de metros!; y entonces la chiquiller¨ªa, alentada por la madre, exclamaba gozosa: ?Inocente, inocente! Nada que ver con lo que pasa ahora. Abres el peri¨®dico y lees que est¨¢n desapareciendo islas del Pac¨ªfico y que en unos a?os el delta del Ganges en Bangladesh, e incluso las playas del golfo de Valencia, habr¨¢n sido anegadas por las aguas. ?Inocente, inocente! Pero nadie te lo dice. Tambi¨¦n hab¨ªa noticias extravagantes. Una muy com¨²n consist¨ªa en informar de que el alcalde se hab¨ªa gastado el presupuesto del a?o entrante en la cena de Navidad y que a partir de ese momento los ciudadanos tendr¨ªan que vivir como en la prehistoria. ?Inocente, inocente! Hoy d¨ªa te enteras de que Moody's rebaja la fiabilidad de la deuda del reino de Espa?a, de que la Generalitat valenciana -ese foro del progreso- tendr¨¢ que esperar cien a?os para saldar su deuda, de que nuestros municipios est¨¢n en las ¨²ltimas. Pero nadie grita: ?inocente, inocente!
Las inocentadas de la prensa acabaron hace a?os, tal vez porque casi todas sus noticias han llegado a ser una pura inocentada. Mayor vigencia conservan las bromas entre particulares. Todav¨ªa hay ni?os que cuelgan hombrecillos recortados en la espalda de sus mayores. No obstante, me da la impresi¨®n de que tambi¨¦n esta costumbre tiene los d¨ªas contados. ?C¨®mo competir con la realidad? Por nuestras calles se pasean personajes ufanos con trajes de excelente factura que llevan colgada de la espalda la etiqueta "gratis total" y nadie se inmuta. Dan ganas de gritarles "?inocente, inocente!", pero se nos pondr¨ªa cara de tonto. Hemos llegado a una situaci¨®n en la que los inocentes somos los que gastan la broma mientras los culpables siguen pilotando el esquife auton¨®mico, la nave estatal y el Titanic planetario hacia el desastre.
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