Decenas de mitras para un beato
El rector Josep Sams¨®, asesinado durante la Guerra Civil, es beatificado en Matar¨®
El desfile de decenas de mitras y blancas casullas entrando en la bas¨ªlica de Santa Mar¨ªa y la presencia en el templo y en las calles del viejo centro hist¨®rico de Matar¨® de cientos de sacerdotes vestidos con albas y estolas cruzadas ser¨¢ dif¨ªcil de olvidar. M¨¢s de 1.500 personas asistieron ayer en la capital del Maresme a la ceremonia de beatificaci¨®n de Josep Sams¨® i Elias, rector de Santa Maria que fue asesinado en septiembre de 1936, al comienzo de la Guerra Civil.
La capital del Maresme se volc¨® en una ceremonia espectacular, la primera de estas caracter¨ªsticas que se celebra en Catalu?a desde el siglo XII, gracias a los cambios introducidos en estos procesos por el papa Benedicto XVI, para permitir que las comunidades cat¨®licas puedan rendir homenaje a sus miembros que aspiran a la santidad. Un cambio de actitud del Vaticano que, probablemente, ha propiciado que su representante, el prefecto de la Congregaci¨®n para las Causas de los Santos, Angelo Amato, leyera en catal¨¢n la mayor parte de la "carta apost¨®lica" por la que el Papa autoriza la beatificaci¨®n, un gesto que el anterior pont¨ªfice nunca quiso hacer.
Peir¨® dijo: "Esto no es una revoluci¨®n, es un conjunto de asesinatos"
El ritual, de casi dos horas de duraci¨®n, fue presidido por el cardenal y arzobispo de Barcelona, Llu¨ªs Mart¨ªnez Sistach, acompa?ado por el arzobispo em¨¦rito de Barcelona, Ricard Maria Carles, y hasta 16 obispos catalanes -entre los que se encontraba el abad de Montserrat, Josep Maria Soler- y otros tantos procedentes del resto de Espa?a, entre los que destacaba el secretario General de la Conferencia Episcopal Espa?ola, Juan Antonio Mart¨ªnez Camino.
De la escasa pol¨¦mica generada por esta beatificaci¨®n de una v¨ªctima de la Guerra Civil, probablemente por la personalidad del "doctor Sams¨®" (as¨ª era conocido) da muestra la presencia de las autoridades pol¨ªticas que no quisieron perderse el acto: el presidente de la Generalitat, Jos¨¦ Montilla, y su esposa; el ex presidente Jordi Pujol y la suya; el vicepresidente del Congreso de los Diputados, el popular Jorge Fern¨¢ndez D¨ªaz; el teniente general del ej¨¦rcito Fernando Torres; la delegada territorial de la Generalitat, Carme San Miguel, y las senadoras Alicia S¨¢nchez-Camacho y Montserrat Candini ocupaban la primera fila junto a los alcaldes de Matar¨®, Argentona y Mediona, las tres localidades en las que Sams¨® ejerci¨® como rector.El episodio del asesinato de Sams¨® es un buen ejemplo de la complejidad de la situaci¨®n en los primeros meses de la Guerra Civil. A finales de agosto de 1936, la Columna Malatesta, un contingente de milicianos anarquistas del Maresme, se concentr¨® en Matar¨® para dirigirse al frente de Arag¨®n. Para entonces ¨¦l ya se encontraba en la c¨¢rcel; hab¨ªa intentado abandonar la ciudad, pero fue reconocido y denunciado por una mujer en la estaci¨®n.
Sams¨®, un cl¨¦rigo culto y muy activo, volcado en la catequesis, los j¨®venes y el culto mariano, y catalanista en el sentido m¨¢s gen¨¦rico del t¨¦rmino, contaba con la protecci¨®n de Joan Peir¨®, el poderoso secretario general de la CNT y ministro de Industria del Gobierno de la Rep¨²blica, a cuyo hijo no hab¨ªa denunciado cuando fue juzgado por un incidente ocurrido en la bas¨ªlica relacionado con los llamados "hechos de octubre" de 1934.
Los miembros de la Columna Malatesta, sin embargo, exigieron a las autoridades locales que se ejecutara a todos los presos detenidos por actividades antirrevolucionarias. Cuenta el historiador Ramon Reixach que durante toda la noche el Ayuntamiento negoci¨® hasta conseguir que se conformaran con una sola v¨ªctima: el rector de Santa Maria.
La ma?ana del 1 de septiembre fue sacado de la c¨¢rcel y conducido al cementerio con las manos atadas en el llamado "auto fantasma". Varios testigos que se adelantaron a la comitiva contaron los detalles de su muerte. El piquete lo formaban tres individuos. Sams¨® conserv¨® siempre la dignidad y cuando llegaron a lo alto, le desataron y se dispon¨ªan a vendarle los ojos, les dijo: "Yo no soy un criminal. Quiero mirar de cara a Matar¨®". Reconoci¨® a uno de ellos y le abraz¨®, perdon¨¢ndole. "Hay que acabar el trabajo", dijo otro. Los tres dispararon, pero s¨®lo le alcanz¨® una bala. Ayer, en la capilla lateral de la bas¨ªlica donde est¨¢ enterrado, entre otras reliquias, estaba el casquillo.
Cuando Peir¨® lo supo, mont¨® en c¨®lera contra los responsables. "Esto no es una revoluci¨®n", dijo, "es un conjunto de asesinatos".
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