Violencia digital
Soy internauta. No menos que los que pertenecen a una asociaci¨®n. Soy internauta. Es algo tan com¨²n, que hoy ya no se puede usar como rasgo distintivo. No es como decir soy paracaidista o cirujano. Ser internauta es como ser telespectadora, s¨®lo define una actividad propia de nuestros tiempos, pero empiezo haciendo esa afirmaci¨®n, "soy internauta", para aclarar, de nuevo, que somos tantos los que practicamos a diario el buceo digital, que es iluso pensar que tenemos la misma opini¨®n sobre las reglas de este medio. Nuestra inabarcable heterogeneidad no nos permite ser representados por una sola asociaci¨®n. Leo en la prensa que acaba de salir un libro a¨²n no traducido al espa?ol, You are not a Gadget, escrito por una de las personas que contribuyeron a la creaci¨®n de Internet tal y como es ahora. Jaron Lanier, se llama el autor. Lo interesante es que sea ¨¦l, y no alguien ajeno, quien con este libro alarme sobre los peligros de este artilugio. Lanier asegura que las decisiones que se tomaron en un primer momento con respecto al funcionamiento de Internet favorecieron el anonimato de tal manera que han revelado el lado m¨¢s oscuro de la naturaleza humana, generando una especie de "cultura del sadismo". Este sabio internauta ha estudiado c¨®mo en ciertos reg¨ªmenes totalitarios, como el chino, Internet se ha utilizado y se utiliza para generar rumores de naturaleza personal, adulterios, por ejemplo, que pueden conducir a una persona a una situaci¨®n insostenible, o de orden pol¨ªtico, como se?alar a simpatizantes de la causa tibetana para dejarlos luego en manos de una masa justiciera. Y en Espa?a... Ay, Espa?a. Suelo mirar, entre los blogs que visito, el de un joven amigo. Lo recomendar¨ªa, pero, en este caso, no puedo decir el nombre. El blog de mi amigo est¨¢ lleno de fotos sensibles y comentarios conmovedores de los dos universos entre los que tiene repartido el coraz¨®n: Nueva York y un pueblo de Catalu?a. Cuando llegaron las navidades de hace tres a?os, este bloguero escribi¨® un comentario ir¨®nico sobre c¨®mo viv¨ªa de ni?o la v¨ªspera de Reyes en su pueblo; siendo como es hijo de personas humildes, recordaba haber percibido la manera sutil en que se relegaba a los cr¨ªos de familias menos ricas. Algo as¨ª. El caso es que como internautas somos hoy (casi) todos, su texto lleg¨® a ojos de un paisano que lo entendi¨® como un ataque a las sagradas tradiciones vern¨¢culas y lo puso en circulaci¨®n para que otros irrumpieran en el blog y escribieran comentarios vejatorios. La cosa no qued¨® ah¨ª: cuando llegaron las fiestas del pueblo, los mozos, que habitualmente comercializan una camiseta con una frase alusiva a un acontecimiento significativo que haya ocurrido durante el a?o, estamparon el nombre de mi amigo junto a un adjetivo: "Maric¨®n". No hace falta describir la tremenda angustia de los padres y la ansiedad con la que mi amigo vivi¨® este cruel episodio estando al otro lado del oc¨¦ano. Como siempre, los cafres consiguieron que la v¨ªctima se sintiera culpable por haber disgustado a quien m¨¢s quer¨ªa, su familia. Fuimos los amigos los que le hicimos interpretar este desagradable episodio como una muestra de nuestro pecado m¨¢s lamentable, la envidia, que siempre se expres¨® en las barras de los bares, pero que en nuestros d¨ªas se ve magnificada por el ciberespacio. Envidia contra el muchacho de origen humilde que consigue una beca, deja el pueblo y se larga, que no le tiene miedo a poner tierra por medio, a estar solo en otra ciudad y labrarse un futuro con esfuerzo y entusiasmo. El episodio le hizo madurar, pero a qu¨¦ precio. En el libro del que les hablaba, el autor, Lanier, analiza uno por uno los peligros de la cultura intern¨¢utica. La define como una cultura de "reacci¨®n sin acci¨®n": se critica mucho, irreflexivamente, y se crea poco. Recuerda este pionero de Silicon Valley c¨®mo en un principio los te¨®ricos internautas celebraban la desaparici¨®n de las voces individuales; la voz individual es suprimible, auguraban, incluso la de un experto, porque la masa siempre estar¨¢ m¨¢s cerca de la verdad. Imaginaban un mundo en el que, gracias al continuo escaneo de textos, no existiera un libro, sino el Gran Libro que contuviera todos los libros posibles; una Gran Cultura Digital en la que se ensombrecer¨ªa al autor de manera que el usuario no estuviera interesado en saber de d¨®nde viene un fragmento literario, qui¨¦n rod¨® un v¨ªdeo o cu¨¢l era el contexto en el que fueron creadas las obras art¨ªsticas o acad¨¦micas. ?Ning¨²n libro ser¨¢ una isla!, dec¨ªan. Aquellos pioneros estaban generando, algunos sin saberlo, el mayor ataque a la propiedad intelectual desde que dej¨® de entenderse que los artistas eran meros empleados de los poderosos. Jason Lanier advierte que la opini¨®n de la masa ha de ser utilizada selectivamente, que hay que volver a dar voz a los expertos, que hay que tratar de generar un "nuevo humanismo digital". "Vivimos", dice, "en un estado de somnolencia del que s¨®lo lograremos escapar cuando acabemos con este gregarismo". Cierto. Es la presi¨®n de una masa organizada que a muchos no nos representa, pero que puede empujar a un Gobierno, preocupado a diario por su popularidad, a modificar sus principios para aplacar el griter¨ªo de los m¨¢s agresivos y dejar con el culo al aire a los d¨¦biles.
Seg¨²n Jaron Lanier, pionero de Silycon Valley, en la cultura intern¨¢utica se critica mucho y se crea poco
En reg¨ªmenes como el chino, Internet se utiliza para generar rumores tanto de tipo personal como pol¨ªtico
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